Nuevas iniciativas que promueven un estilo de vida diferente asoman cada vez con mayor fuerza integrando valores de sustentabilidad, nos muestran caminos posibles para restaurar la vida en la ciudad.
Isabel Soto Luque
Al transitar por sus calles cada día, podemos percibir -a veces en forma automática- múltiples señales que nos hablan de formas de vida que se contraponen; procesos divergentes de construcción de ciudad coexisten en paralelo, a veces en una misma comuna. Así como en una vereda podemos observar fértiles huertas con zapallos en flor y perfumadas lavandas, en otra muy cercana se extrae la vegetación preexistente de las platabandas para instalar pasto en rollo, que requerirá mucha agua en este clima de Santiago. En otra área de nuestro recorrido, se demuele una manzana completa borrando memorias de infancia, para construir un enorme edificio de viviendas impersonales y a pocas cuadras de ahí, se recupera una vieja casona para generar un condominio de renovadas habitaciones.
Estos ejemplos ilustran en el espacio físico el momento que nos toca vivir, donde es posible observar la representación concreta de dos visiones opuestas:
Por una parte, el viejo modelo que lucha por persistir y multiplicarse en su sin-sentido, su locura constructiva de grúas y edificios de cristal, que derrochan los recursos energéticos como si no existiera límite en el planeta; el avance de áreas pavimentadas que impermeabilizan el suelo, otrora fértil y junto a ello el aumento incesante del parque automotriz con el consiguiente alargue de horas punta, que lentifica el tráfico y aumenta el stress de los habitantes que recorren largas distancias desde y hacia sus lugares de residencia.
“Cada día se desarrollan miles de actividades que construyen otra manera de vivir en la ciudad.”
Por otro lado, nuevas iniciativas que promueven un estilo de vida diferente asoman cada vez con mayor fuerza integrando valores de sustentabilidad. Nos muestran caminos posibles para restaurar la vida en la ciudad, recuperando el suelo para cultivar alimentos y absorber el agua de la lluvia, explorando modelos de acción comunitaria en la construcción de nuestro cotidiano. Aparecen múltiples alternativas, de alimentación saludable, reciclaje y reutilización de productos, educación liberadora, sanación y crecimiento espiritual, vivienda autogestionada y tantas otras, que al concretarse van dejando huellas visibles en el territorio, como los tres casos que se muestran a continuación.
Las Huertas urbanas de La Reina: 13 años cultivando comunidad
Las Huertas de la Aldea del Encuentro constituyen un proyecto pionero por su escala y su modelo de gestión, que en 13 años se ha ido desarrollando como un espacio educativo vivo, donde es posible experimentar el sentido de comunidad en la maravilla de ver crecer lo sembrado y en la conexión permanente con los ciclos naturales.
Un espacio de aprendizaje concreto de valores de sustentabilidad en contacto directo con la Tierra, escenario de intercambio de conocimientos, encuentro de generaciones y mundos culturales diversos.
El Programa está constituido por el equipo directivo, las trabajadoras municipales que realizan la mantención y el cuidado regular de las huertas y por los medieros y medieras que asisten semanalmente, realizando las tareas que correspondan según la luna o la época del año, encontrando siempre alguna conversación motivadora, compartiendo alimentos luego del arduo trabajo, o simplemente disfrutando del privilegio de estar allí y tener un espacio en ese proyecto colectivo, que regenera la naturaleza, estimulando la presencia de aves e insectos que enriquecen el ecosistema y fertilizan esta zona de nuestra ciudad.
Providencia, en tránsito hacia comuna sustentable:
A partir de la formulación participativa del PLADECO –Plan de Desarrollo Comunal- en 2013, mediante cabildos territoriales, surgieron las iniciativas que se orientan a fomentar la asociatividad y el uso del espacio público, la protección de barrios con identidad y la integración de criterios de sustentabilidad en la práctica del gobierno local.
Comenzaron a implementarse políticas de reciclaje en diversos puntos comunales, campañas de recolección de basura electrónica y fomento de iniciativas de agricultura urbana mediante huertos en platabandas, colegios y otras instalaciones municipales.
“La idea de una vida sustentable en la ciudad requiere abrazar ciertos principios mínimos, porque no se trata de pintar de verde todo, ni de creer que cambiando las ampolletas o reciclando plástico es suficiente.”
Se generó un programa de reciclaje de aceite en restaurantes, colegios y cafeterías comunales, se proyecta aumentar la cantidad de árboles y se realiza compostaje con residuos de la poda municipal.
En agosto de 2014 comenzó el Plan Barrio Sustentable, con talleres de educación ambiental en unidades vecinales, sobre gestión integral de residuos, introducción a la agricultura urbana y nociones de eficiencia energética.
En normativa urbana, la comuna se encuentra en un proceso de revisión de su Plan Regulador que se ha desarrollado mediante talleres de diseño participativo con los vecinos y que promueve la protección de siete barrios en la regulación de alturas para preservar sus valores patrimoniales, ante la amenazante voracidad del mercado inmobiliario.
En materia de vialidad, se está incrementando la red de ciclovías con cuatro nuevas rutas en 8 km de longitud, mas un tramo en la ruta Mapocho 42K, que correrá paralela al río en 42 km, proyecto a cargo del MINVU. Otra política significativa es la implementación de las llamadas Calles Vivas, en las que se limita la velocidad del tránsito vehicular a 30 km/h para promover la coexistencia de automovilistas, peatones y ciclistas.
La Pintana, 20 años desarrollando iniciativas transformacionales:
Todo comenzó con la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, cuando profesionales de la municipalidad incorporan las iniciativas de la Agenda 21, contando con el apoyo de la autoridad comunal, decisivo para plantear un modelo revolucionario de gestión municipal.
A partir de ese hito, se desarrolló y se sigue desarrollando, el programa que ha transformado la otrora Dirección de Aseo y Ornato en la Dirección de Gestión Ambiental DIGA.
Esta propuesta, constituye un modelo posible de replicar, porque incorpora activamente y con profundo sentido ecológico, contenidos medioambientales al quehacer del gobierno local.
“Se trata de comenzar a liberarnos de la dependencia del petróleo, sencillamente porque no habrá suficiente para satisfacer nuestras demandas infinitamente crecientes.”
Se ha realizado a partir de tres objetivos: el primero, la urgencia de generar propuestas en materia de gasto energético, que se ve reflejado en la transformación del concepto de «recogida de basura» al de «recolección de recursos». El segundo, la necesaria educación medioambiental, tarea imprescindible en este viraje hacia la sustentabilidad, y el tercero, la participación de la comunidad como sujetos del cambio, lo que trae aparejado el sentido de pertenencia, clave para esta tarea de envergadura.
En La Pintana se recicla el 70% de los desechos orgánicos domiciliarios para compost, mediante recipientes que los vecinos llenan para alimentar camas de lombricultura en terrenos municipales. Se incorporan al proceso los restos de la poda municipal. Se fomenta también la agricultura urbana en un programa de huertos caseros, con asistencia técnica e insumos de producción municipal y la reforestación de la comuna, ya que se entiende el valor del arbolado urbano en la coyuntura del cambio climático.
Se recolecta y recicla el aceite de consumo domiciliario y de locales de fritura para generar biodiesel, que es utilizado como combustible por los camiones municipales.
Vidrios, plásticos y tetrapack se separan en origen y se llevan a puntos verdes de la comuna, mientras que papel, cartón y metales, se entregan a recolectores locales.
Las aguas del canal de regadío que corre por la Avenida Santa Rosa, son filtradas en una zona de depuración, para ser utilizadas en el riego de áreas verdes.
Tiempo de siembra y la dimensión del cada uno:
Cada día se desarrollan miles de actividades que construyen otra manera de vivir en la ciudad: círculos de mujeres celebrando la luna, talleres de bioconstrucción, sahumadoras sanando lugares de memoria, cursos de Reiki y terapias alternativas en centros municipales, grupos de consumo, cocina comunitaria, intercambio de semillas, Biodanza colectiva, ecoferias, organizaciones de vecinos defendiendo la integridad de sus barrios como Villa Olímpica, o soñando con transformarlos en ecobarrios y trabajando para ello como El Ceibo o Villa Santa Elena. Un tapiz multicolor va nutriendo este suelo y sembrando semillas de futuro.
La idea de una vida sustentable en la ciudad requiere abrazar ciertos principios mínimos, porque no se trata de pintar de verde todo, ni de creer que cambiando las ampolletas o reciclando plástico es suficiente. No es optimizar el uso de la energía para mantener nuestro actual estilo de vida. Se trata de comenzar a liberarnos de la dependencia del petróleo, sencillamente porque no habrá suficiente para satisfacer nuestras demandas infinitamente crecientes.
Parece necesario definir una ética mínima que se inspira en los principios de la Permacultura (cuidar la tierra, cuidar la gente, compartir y redistribuir los excedentes) y se podría resumir así:
1, somos parte del todo: la vida es un continuo y lo que hacemos tiene efectos que van mas allá de nuestro entorno, lo que implica que somos parte del cambio; es decir que nuestros actos tienen consecuencias, aunque sean pequeños y la suma de pequeñas acciones, puede generar grandes resultados.
2, consciencia de los límites: de la tierra, del agua, de los recursos naturales; no podemos seguir creciendo ad infinitum y resulta urgente el cambio hacia la reducción del gasto energético y del consumo, hacia una valoración de lo simple, lo local y lo pequeño, que se puede resumir como menos es mejor.
3, visión de largo plazo: se trata de sostener un proceso titánico y complejo, pero crucial para el futuro de nuestra especie, donde el objetivo final parece inalcanzable si lo medimos con la lógica del día a día, por lo que necesitamos -a fin de no desesperar- una mirada amplia y confiada en el profundo sentido de nuestra vida en la Tierra.
Isabel Soto Luque es arquitecta de la Universidad Católica de Chile, máster en Medioambiente y Arquitectura Bioclimática de la Universidad Politécnica de Madrid. Desarrolla asesorías en geobiología, bioconstrucción, diseño de ecobarrios y co-viviendas, talleres y charlas de vida sustentable. www.isabelsotoluque.cl |