Somos parte de un alma familiar, algo más grande que nuestra propia individualidad y mucho de lo que nos sucede forma parte de una historia transgeneracional que nos constituye. Revelarla abre una puerta de transformación para nosotros y para aquellos a los cuales estamos unidos.
Alfredo Collovati
Las Constelaciones Familiares, como modalidad terapéutica, emergen en el ámbito de las terapias transgeneracionales a partir de la década de los ochenta. Se desarrolla con las investigaciones clínicas del psicoterapeuta alemán Bert Hellinger, y tienen la particularidad de develar de una manera radicalmente novedosa y llena de sentido las dinámicas ocultas en un sistema familiar, las cuales pueden llegar a expresarse como un síntoma manifiesto o simplemente como la inhibición de la potencialidad plena de sus integrantes.
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La comprensión del lugar en que uno se posiciona y el tipo de cosas que nos suceden, sean como don o como síntoma de sufrimiento o de enfermedad, cobran un sentido dentro de una historia familiar transgeneracional. Esta se vuelve sintomática, aunque no esté presente en nuestra conciencia, cuando parte de ella no pudo ser integrada (como muertes prematuras, exclusión de algún integrante de la familia, pérdida de un hijo, eventos traumáticos de diverso orden en la familia, etc.), e incluso sin que siquiera hayamos conocido a los personajes originarios que formaron parte de dicha situación. Esta historia de dolor se expresa como un campo de información que se reproduce en las generaciones siguientes (como una depresión, una enfermedad, una compulsión a la muerte, o por ejemplo, a través de una adicción, un tropiezo afectivo reiterado, una dificultad económica recurrente, etc.) desde las diferentes aristas que puede mostrar un problema, actuando unos como víctimas y otros como victimarios; es decir, sufriendo el problema en nosotros o generándoselo a otros.
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Las Constelaciones Familiares son una experiencia profunda, donde estas informaciones emergen a la superficie ofreciendo una posibilidad de transformación para nosotros, para los que vienen después de nosotros y, aunque parezca increíble, en cierta forma también para los que nos precedieron, porque todos ellos viven como un holograma vivo en nuestro corazón. Y, al decir esto, no me refiero a un acto poético, sino a un acto de transformación de la realidad a través de la conciencia, donde al transformarse el fruto -que es cada uno de nosotros- en ese acto de transformación, de alguna manera, también es transformado el árbol.
Todo esto que parece tan misterioso al tratar de explicarlo con palabras emerge en el trabajo con las constelaciones no como un producto de la razón, sino como un despliegue del propio campo de información, que si intentamos traducirlo a la luz de las ciencias de vanguardia, tal vez podríamos denominarlo campo morfogenético. Sin embargo, si nos situamos cómodamente desde tradiciones más cercanas en un lenguaje del corazón, tal vez podríamos denominarlo alma familiar, algo más grande que nosotros, a lo cual pertenecemos, y que en su naturaleza para encontrar paz requiere que todos sus integrantes encuentren un buen lugar, restableciéndose así los Órdenes del Amor.