Es médico, activista y payaso, y más conocido como el “doctor de la risoterapia”, aunque no le gusta asociar “risa” con “tratamiento” porque para él el humor es mucho más importante. Su sueño es ejercer una medicina feliz, divertida, amorosa, cooperativa, creativa y considerada.
Carlos Fresneda
Médico, activista y payaso. El orden de los factores no altera la talla humana de Hunter Doherty “Patch” Adams, rozando los dos metros de altura, frisando el cielo con su coleta multicolor de eterno “hippie”. A sus 69 años, el médico más iconoclasta e irreverente del planeta, inmortalizado en el cine por el malogrado Robin Williams, sigue propagando su personalísima visión de la salud y arremetiendo sin piedad contra el sistema.
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Desde 1971, la peculiar revolución del famoso médico y cómico tiene un nombre: Gesundheit (“salud”, en alemán). Así se llama su sueño, aún no materializado del todo, de construir un hospital rural en Virginia del Oeste donde se pueda ejercer una medicina con seis cualidades fundamentales: feliz, divertida, amorosa, cooperativa, creativa y considerada.
“Hasta el líder más serio pierde la compostura cuando me ve vestido de esta forma. El humor es un arma de desarme masivo…”
¿Usted fue antes payaso, activista o médico?
Digamos que ser médico y payaso es la forma más noble de activismo. Aunque creo que la primera chispa fue la del activismo. Cuando era adolescente lo pasé muy mal. Me hacían la vida imposible en el colegio y no soportaba las injusticias en el sur segregado donde me crié. Intenté suicidarme y me metieron en un hospital psiquiátrico. Y allí descubrí no sólo que podía curarme sino que podía ayudar a los demás. Entonces me hice un propósito: “En vez de intentar quitarme la vida, voy a ser feliz a toda costa… Y voy a empezar una revolución basada en el amor”.
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¿Cuál es la peor de las enfermedades?
El capitalismo de mercado, sin duda. Hemos convertido la medicina en un negocio sucio y avaro, en subproducto mercantil que trata a la gente como meros consumidores, y no como ciudadanos o personas. ¿Qué se puede esperar de un doctor que dedica siete minutos como promedio a sus pacientes, como ocurre en Estados Unidos? ¿Qué se puede esperar de un sistema deshumanizado que se lucra de la enfermedad? A veces pienso que Freud tenía razón, cuando escribió en La civilización y sus descontentos que tal vez las enfermedades mentales son la respuesta natural a una sociedad desquiciada.
¿El sistema de salud es acaso el reflejo de una sociedad enferma?
Yo diría que es causa y efecto. Mientras los valores dominantes sigan siendo el poder y el dinero no hay nada que hacer. El ganador se lo lleva todo: esa es la ley de vida que nos viene impuesta por este sistema masculino que sigue imperando a todos los niveles, de la salud a la religión.
¿Y cuál es la mejor receta?
Lo que necesitamos es feminizar la sociedad. Hacen falta más mujeres líderes, pero no al estilo de Thatcher o Condoleeza Rice. Tenemos que darle la vuelta a la escala de valores hasta poner por encima de todo la generosidad y la compasión, que son dos virtudes femeninas. No hay nada como darse a los demás. Paz, justicia y cariño, esa es mi trinidad favorita.
“¿Qué se puede esperar de un doctor que dedica siete minutos como promedio a sus pacientes, como ocurre en Estados Unidos?”
¿Cree usted en Dios?
No creo en el Dios de las religiones, pero soy espiritual a mi manera: medito regularmente, me siento conectado con la vida en este maravilloso planeta. Soy, por así decirlo, un comunista idealista: quiero lo mismo para todo el mundo.
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¿Y qué tiene que ver todo eso con ir vestido como payaso?
Hasta el líder más serio pierde la compostura cuando me ve vestido de esta forma. El humor es un arma de desarme masivo…
¿Por qué le molesta entonces que le llamen el Doctor de la Risa o el Padre de la Risoterapia?
Es que la risa no es una terapia, como tampoco lo es la música. Terapia suena a cirugía, a homeopatía, a tratamiento… La risa y la música son mucho más. Yo diría que son la vida misma, una parte esencial de nuestra condición de humanos. Lo que no es de humanos es la seriedad. No conozco una sola enfermedad que se cure con la seriedad, con la ira o con la apatía. No llegaremos muy lejos si nos ponemos muy serios. Lo más curativo es el amor, el humor y la creatividad.
¿Por qué no ha acabado de materializarse su sueño del Instituto Gesundheit?
El Instituto Gesundheit lleva funcionando como tal más de cuarenta años y ha pasado por diversas fases y formas. Empezamos como un hospital piloto para una medicina más humanizada. Allí impartimos medicina gratis, sin compañías de seguros detrás, con una integración total de todas las artes curativas. El modelo funcionó durante doce años, pero era tan radical que fue imposible encontrar financiación para mantenerlo tal cual.
¿Para cuándo abrirán el hospital?
El objetivo de construir el hospital sigue estando en el horizonte. En el 2011 empezó la construcción del Centro de Enseñanza, aunque de momento el Gesundheit es ante todo un hospital “sin paredes”, volcado hacia la parte educacional, donde han encontrado formación e inspiración miles de médicos y enfermeras de todo el mundo. Es increíble el poder de convocatoria que seguimos teniendo, y la gente que está dispuesta a pasar largas temporadas con nosotros de voluntarios o cobrando 300 dólares al mes.
“Lo más curativo es el amor, el humor y la creatividad.”
¿Aún quedan médicos con alma?
Sin duda. Mucha gente llega a la medicina por pura vocación, porque quiere ayudar a la gente. No hay mayor deleite en la vida que darse a los demás ni mayor privilegio que cuidar de algo o de alguien. Yo lo llevo haciendo casi toda mi vida y seguiría pagando por poder hacerlo aún muchos años.
¿Qué relación existe entre la medicina y la poesía? Le acabamos de oír recitar de memoria las “Hojas de hierba” de Walt Whitman…
La poesía también es curativa. Es algo así como una pócima que nos recuerda nuestra condición de humanos. Nos transporta a otra dimensión y hace que la vida sea más rica e intensa. A mí me sirve también para ejercitar la memoria. Llevo decenas de libros grabados en la sesera: es una práctica muy sana que empecé a practicar de joven y la sigo ejercitando.
Con el cine tuvo sin embargo sus más y su menos. ¿Es cierto que no le gustó la película?
Tuve mis más y mis menos con los “clichés” de la película y con el resultado general. Pero siempre sentí una gran admiración y respeto por Robin Williams. Era un gran comediante, un maestro de la improvisación. Pero no sólo eso: tenía una gran talla humana. Era un tipo generoso y compasivo. Sabía cómo desdramatizar las situaciones y crear buen ambiente a su alrededor.
¿Cómo fue su relación con él?
Tuvimos una relación bastante cercana antes, durante e inmediatamente después de la película. Nos invitó a su casa, y ahí pude comprobar su auténtica personalidad. En el fondo era un introvertido que vivía bajo el peso de la fama. De joven tuvo problemas de adicción al alcohol y las drogas, de adulto buscó refugio en la soledad… Me dolió, eso sí, que no donara una parte de los 21 millones de dólares que cobró al Instituto Gesundheit. La gente de los estudios me advertía: ni se te ocurra pedirle un centavo a Robin. Yo creí ingenuamente que la película iba a servir para dar un gran impulso al proyecto, y no fue así. Robin Williams me hizo famoso, pero yo habría querido algo más.
¿Cómo le afectó su suicidio?
Su muerte me causó tristeza y me hizo pensar mucho en las causas. Yo creo que Robin Williams murió bajo el peso de su propio papel. Millones de admiradores esperaban mucho de él, y era de verdad muy querido: creo que pocos actores llegaban a su nivel. Era un hombre tremendamente divertido, pero en su forma de mirar y de hablar podías percibir también un fondo de tristeza. Y también mucha humildad: nunca le vi ponerse por encima de nadie. Nunca ejerció de famoso, pero quizás la fama le pesó más de la cuenta.
¿Y cuál es su personal antídoto contra la fama?
Me pellizco mucho y me hago daño. Huyo de los autógrafos y solo me presto a hacer “selfies” con la gente si hacemos algo irreverente, nos metemos en el dedo en la nariz y ponemos cara de payaso. Y contesto personalmente a mano decenas y decenas de cartas todos los meses. Sigo viajando unos 300 días al año: escribir a la gente, en todas las partes del mundo, es la cura perfecta para la nostalgia.