Una contaminación devastadora, numerosos daños en la salud de las personas y malos tratos laborales son los resultados negativos que ha presentado la industria de la moda a nivel mundial en estas últimas décadas. Hoy se espera que con tendencias como el “slow fashion” (o moda lenta y sostenible) se anticipe el término de una moda sucia en un mundo en donde están en auge el juicio público y la toma de conciencia por parte de la ciudadanía.
Alejandra Vidal De la Cerda.
Corría el año 1990 cuando la revista Vogue marcó un antes y un después en la industria de la moda, al empezar a utilizar el término fast fashion -o moda rápida, moda desechable- para referirse a las marcas que comercializaban grandes volúmenes de ropa, a precios accesibles y con una renovación en su línea más frecuente de lo normal, invitando a lo desechable y a un consumismo desmedido de prendas que luego quedaban guardadas en los roperos aún con sus etiquetas.
Era la época de gloria para tiendas como Zara y H&M, las cuales comenzaron a proliferar por el mundo con hombres, mujeres y niños vestidos a la última moda, que no repetían prendas y que buscaban un reconocimiento a través de la imagen.
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Sin embargo, junto a esta proliferación, comenzaron a aparecer los primeros vestigios de una forma de hacer moda que poco o nada tenía de glamur. Se trataba de los primeros indicios de los residuos que dejaba la industria, relacionados con la contaminación del medioambiente y la explotación de trabajadores, entre otros, situando a la moda como la segunda industria que más contamina el agua, además de numerosos casos de explotación laboral en distintos lugares del planeta.
Uno de los escándalos más llamativos y recientes lo provocó la viscosa o rayón, fibra de celulosa conocida en el mundo entero por ser muy versátil y entregar comodidad, al igual que otras fibras naturales. Si bien es una fibra vegetal, y posee una connotación “ecológica”, gracias al estudio “Moda Sucia”, publicado en junio de 2017, se supo recientemente que mientras esta fibra encantaba con su suavidad a miles de millones de diseñadores, fabricantes y consumidores, tras ella se ocultaba una olla a punto de explotar: Los daños en el medioambiente y en la salud humana, producidos a raíz de malas prácticas y de una sobredemanda de la viscosa, motivada por un consumo desmedido y por una población creciente, lo que afecta el entorno y la vida de las personas en ciertos lugares de Asia, debido al uso de sustancias químicas y gases tóxicos.
El estudio, efectuado por Changing Markets Foundation con la colaboración de Ecologistas en Acción, Walhi, y Ethical Consumer, explica que si bien la viscosa en sí no es dañina, el problema está en el proceso químico utilizado, sobre todo para dar respuesta a la sobredemanda, lo que apunta, como en muchos otros casos, a la necesidad de cambiar y mejorar las prácticas de la industria, situación que hasta la fecha muchas empresas no han logrado conciliar, manteniendo bajos costos productivos y altos daños medioambientales en países como India, Indonesia y China, que se caracterizan por tener una regulación ambiental “más permisiva”.
Por ello, hoy las fábricas de viscosa se han convertido en un enemigo más pese a ser fuente de trabajo para cientos de personas, ya que luego de la fabricación los residuos van a parar a las fuentes de agua de la población, lo que implica contaminar lagos y afectar la pesca, sin olvidar las sospechas que asocian el aumento del cáncer con los residuos de esta industria.
Además del fuerte daño medioambiental, se ha relacionado a la industria de la moda con casos de explotación laboral.
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Basta con recordar que durante 2015, la ONG Business and Human Rights Resource Centre denunció la presencia de niños sirios en fábricas de Turquía, las cuales proveían a las firmas H&M y Next. Tras este escándalo, ambas firmas buscaron reforzar sus controles sobre el trabajo en las fábricas proveedoras.
Zara también ha formado parte del escándalo, cuando se hizo público en 2013 el trabajo que realizaban mujeres en talleres clandestinos, ubicados en países como Argentina.
Y la historia hacia atrás es larga. Por ejemplo, Nike tuvo su primera denuncia en 1991, cuando fue acusada de dar empleo a menores de edad, con un sueldo mínimo, maltrato físico y sobrecarga horaria. Y si bien muchas de estas situaciones han sido denunciadas y juzgadas, las empresas se eximen de la culpa por contar con contratos locales y no ser empleadores directos.
¿Oposición como solución?
Además de la viscosa, también se ha criticado la industria del algodón por utilizar en su producción enormes extensiones de suelos, además de pesticidas y fertilizantes de manera indiscriminada, afectando la salud de quienes trabajan en este proceso y también el medioambiente.
Al respecto Daniela Valdés, dueña de Pure Cotton Chile, explica que “el algodón convencional es uno de los cultivos que más contamina en el mundo, tanto por su extensión de terreno, como por el uso de transgénicos y pesticidas. También se asocia a malas prácticas laborales. Además, los procesos textiles posteriores son altamente tóxicos”.
Frente a esto, han surgido alternativas, como la producción de algodón orgánico, donde marcas como Pure Cotton representan una opción para los consumidores, ya que tal como agrega Daniela Valdés, “el algodón orgánico debe cumplir con los mismos estándares que los cultivos orgánicos hortofrutícolas y, además, los acabados textiles no son dañinos para la piel ni para el medioambiente. Por otra parte, va ligado a estándares de comercio justo para toda la cadena de elaboración. La industria textil convencional no se preocupa de nada de lo anterior. Al contrario, casi todos sus elementos son altamente tóxicos y su mano de obra es barata, lo que además lleva a un abuso y consumo desmedido”.
Otro ejemplo en Chile es Wald, empresa alemana que nace en Berlín, y que hoy está en nuestro país como respuesta “a un público emergente que viene dando grandes saltos hacia una conciencia más ecológica y responsable con el medio ambiente”, explica Gabriela O’Ryan, Directora Ejecutiva de Wald, quien agrega que “de a poco se ha dado a conocer que grandes empresas de reconocidas marcas del sector del comercio minorista en Europa y Estados Unidos utilizan en su producción químicos prohibidos que pueden ser peligrosos para la salud, y que contaminan el agua, causando alteraciones graves en el medioambiente. Además, contemplan mano de obra infantil en la producción de sus productos”.
De a poco se ha dado a conocer que grandes empresas de reconocidas marcas del sector del comercio minorista en Europa y Estados Unidos utilizan en su producción químicos prohibidos que pueden ser peligrosos para la salud, y que contaminan el agua, causando alteraciones graves en el medioambiente
La Directora Ejecutiva de Wald, empresa que en Chile comercializa por internet distintos tipos de productos orientados a niños y niñas, comenta “que el hecho de que una prenda sea orgánica significa que ha obtenido la certificación respectiva y que detrás del producto final se garantiza que la cadena productiva ha cumplido con todas las exigencias de dicha certificación. Por ejemplo, la Norma Textil Global Orgánica (GOTS en inglés) es la norma líder mundial en el procesamiento de textiles hechos con fibra orgánica, que incluye criterios ecológicos y sociales. Esto significa que toda la cadena productiva debe tener un criterio de responsabilidad social y medioambiental, lo que va desde la obtención de la materia prima, pasando por una producción responsable con el medioambiente y el medio social, hasta el correcto etiquetado, para que el producto final ofrezca al consumidor la seguridad y la credibilidad necesarias”.
Pese a que los daños causados por la industria de la moda durante la producción son mundialmente conocidos, las marcas se protegen al fabricar en otros países con regulaciones prácticamente nulas.
Tal es el caso de las fábricas de Java Occidental, donde el conglomerado indio Aditya Birla (Tesco, Asos y M&S) y el grupo austriaco Lenzing Group (H&M, Eillen Fisher, Tesco, Asos y M&S) funcionan con trabajadores que lavan los productos intermedios de la viscosa en el río Citarum, lo que implica contaminar el agua y exponerse a los productos químicos tóxicos que emanan de la fibra. ¿Cuál es el resultado? Un río en el cual no nada nadie, contaminación por todas partes y seres humanos en riesgo de enfermarse.
En las provincias chinas de Hebei, Jiangxi y Shandong, la situación no es para nada distinta. En Jiangxi las pruebas arrojaron que la industria de la viscosa había sido una de las contaminantes del mayor lago de agua dulce de China: el Poyang, donde hoy el agua es negra, ya no hay cosechas y los peces se están muriendo. La situación es más que crítica, ya que este mismo lago alberga a especies que por supuesto están en peligro de extinción, como la marsopa sin aletas.
Pese a esto, pareciera que la situación no va a cambiar por el momento, aun cuando consideremos que las reservas globales de peces han disminuido en casi un 50%, frente a lo cual el Gobierno chino entrega millones de dólares en subsidios a flotas pesqueras para que operen en aguas lejanas, fomentando la pesca ilegal.
El famoso río Ganges, en India, también se ha visto afectado por uno de sus afluentes, el cual recibe los contaminantes de Grasim Industries, subsidiaria de Birla, en Madhya Pradesh. Este río sagrado hoy recibe agua negra con tintes rojos y con olor a podrido, producto del sulfuro de carbono y de la falta de ética y de humanidad de una sociedad que hoy tiene a muchas familias sufriendo de cáncer y de deformaciones congénitas.
Y si bien estas situaciones e historias son conocidas a nivel mundial y siguen existiendo, en la actualidad, se puede nadar contra la corriente, eligiendo ropa que no dañe el entorno.
La moda lenta y el fin de la ropa guardada con etiquetas
Con el paso de los años, el auge de las empresas B, la economía consciente y la ética en los negocios, nació la moda lenta (o slow fashion en inglés), tendencia que hoy ya es mundial y que llama a volver a lo “lento” como una alternativa frente a lo “rápido”, y a todo el daño que conlleva el consumismo desmedido, las industrias irresponsables y las decisiones de compra poco conscientes y desinformadas.
Este movimiento busca un consumo menor pero mejor. Por lo mismo, promueve que se informe de dónde viene el producto, cuáles son los materiales que lo componen y las condiciones en las cuales se produjo. Además, apunta a una gran diferencia frente a lo “rápido”: las prendas no pasan de moda, por lo cual la ropa se puede usar por años, tanto por su estética como por su durabilidad.
Como explica Gabriela O’Ryan, “la ropa orgánica tiende a durar más que la ropa convencional. Por ejemplo, la ropa convencional tiene una durabilidad de 10 a 20 ciclos de lavados antes de que las fibras empiecen a destruirse. La ropa hecha a partir de materiales orgánicos dura más de 100 lavados. Basta recordar a nuestros abuelos y la fabricación de aquellos años, donde los productos eran de una calidad mucho más alta y duraban décadas, pasando de generación en generación. Hoy en día, el concepto es inverso y consiste en producir a bajo costo, con productos de baja calidad y llenos de químicos, sin ningún estándar ético o saludable para quienes los utilizan”.
De esta forma, y con la bandera de la moda lenta, han aparecido plataformas como Slow Fashion Next, grupo internacional de profesionales que ayudan y asesoran a marcas y diseñadores a generar un impacto positivo con el desarrollo de sus productos bajo los principios de la moda sostenible, lo que los ha llevado a realizar, en sus más de seis años de existencia, cursos en universidades y en línea, además de talleres, principalmente en España y en Latinoamérica.
Con el auge de la economía consciente y la ética en los negocios, nació la moda lenta (o slow fashion en inglés), como una alternativa frente a lo “rápido”, y a todo el daño que conlleva el consumismo desmedido, las industrias irresponsables y las decisiones de compra poco conscientes y desinformadas.
Gema Gómez, Fundadora y Directora de Slow Fashion Next, explica que diferentes tipos de marcas han decidido sumarse a la moda lenta, motivados por distintas razones. “Normalmente, se trata de empresas cuyos gerentes son personas con conciencia sobre temas medioambientales y sociales, o bien empresas que comienzan y ven en esta tendencia emergente algo potente. También es algo que concuerda con sus valores o lo consideran una oportunidad de añadir un valor agregado con respecto a otros modelos de negocio que son abusivos con el medioambiente y con las trabajadoras. El problema de las grandes compañías de moda rápida es que sus modelos de negocio solo pueden ser sostenibles si se basan en la venta masiva. Por lo mismo, al ser tan grandes, es imposible que tengan controlada su cadena de producción, con lo cual se pueden generar fácilmente problemas, tanto a nivel medioambiental como a nivel de derechos laborales en muchos eslabones de la cadena productiva”.
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Más allá de la responsabilidad sobre el consumo, este movimiento también nace porque muchas personas han comenzado a adquirir ropa de algodón orgánico por ser una fibra hipoalergénica.
Como explica Daniela Valdés, “si los acabados textiles no contienen tóxicos que afecten a mi cuerpo, no se generará alergia. En nuestro caso, nos preocupamos de que las prendas de la primera etapa, hasta dos años aproximadamente, vengan sin tinturas, por lo que usamos solo los colores naturales del algodón. Para las edades posteriores, usamos prendas tinturadas de bajo impacto porque -a partir de esa edad (por lo general)- el sistema inmune tolera mejor este tipo de químicos a diferencia de los niños menores. Ahora, una persona con alergia a los acabados textiles debería evitar ponerse prendas tinturadas en la primera capa o de contacto con la piel, ya que las tinturas se absorben y pueden provocar reacciones alérgicas. De todas maneras, el algodón orgánico tinturado, por estándar, tiene acabados que no son tóxicos, que quizás nos obliguen a plancharlo un poco más, ya que hay acabados altamente tóxicos que sirven para que la prenda se arrugue menos y que no pueden usarse en el caso de las telas orgánicas. Sin embargo, ahí está el meollo del asunto, vivir más sanamente implica tener que ocupar un poco más de tiempo en preocuparme de mí y eso corre también para los alimentos. De ahí que hablamos también de comida lenta y de moda lenta (slow food y slow fashion respectivamente en inglés), porque quizás más importante que cumplir con un sistema agobiante, sea parar y hacer todo lentamente, porque a largo plazo esa decisión es un beneficio para mi vida”.