La economía, contrariamente a lo que nos cuentan, no es una ciencia. Es una disciplina cuya función es construir modelos matemáticos que pretenden interpretar y representar los procesos del mundo en que vivimos. “Si la teoría no se ajusta a la realidad, olvida la realidad”. Todo esto es, sin duda, resultado de la manera en que se enseña economía en las universidades.
Manfred Max-Neef
El sistema económico que domina en el mundo actual no hace más que forzar a la gran mayoría de la humanidad a vivir con indignidad y pobreza. Además amenaza todas las formas de vida, incluso la vida misma. España es hoy, por desgracia, un buen ejemplo. El hecho de que se haya llegado a un punto en que son más las personas que mueren por suicidio que por accidentes del tránsito, nos lleva a plantearnos una pregunta fundamental: estos suicidios ¿son realmente suicidios, o son asesinatos de un sistema económico perverso?
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¿Y por qué es perverso el sistema económico imperante? La economía, contrariamente a lo que nos cuentan, no es una ciencia. Es una disciplina cuya función es construir modelos matemáticos que pretenden interpretar y representar los procesos del mundo en que vivimos. Y es tal la adhesión a dichos modelos, que cuando las políticas económicas que se implementan basadas en ellos no funcionan, no es porque el modelo esté mal, sino porque la realidad hace trampas. Así, pues, no importa lo que ocurra, siempre se vuelve a insistir en lo mismo. Es siempre más de lo mismo lo que no resuelve los problemas.
Si la economía fuese una ciencia, los economistas actuarían como científicos. Vale decir que si se constata que una teoría o modelo no funcionan, de inmediato se los descarta para buscar otras alternativas. Pues eso es exactamente lo que el economista no hace. Y como resultado tenemos un mundo manejado por políticos, asesorados por economistas que no conocen ni entienden la realidad.
La economía convencional (mainstream) se sustenta en teorías neoclásicas, de fines del siglo XIX, que se basan en una cosmovisión mecánica. Ello implica que lo único que persigue son metas cuantitativas representadas por el crecimiento medido a través del Producto Interno Bruto (PIB), que se ha convertido en el indicador fundamental para todos los países y se ha transformado en un fetiche que, a estas alturas, está haciendo mucho daño.
Puesto que el mundo no es mecánico, como supone la economía neoclásica, sino orgánico, como lo entiende la economía ecológica, no hay que sorprenderse de que la disciplina tal como se la enseña, crea economistas que no entienden el mundo real. Por lo tanto es imposible para ellos percibir la trascendencia de la interconexión inseparable entre economía, naturaleza y sociedad.
“No se pueden esperar cambios significativos en la economía a menos que su enseñanza experimente una profunda transformación.”
Los fundamentos de la economía dominante se componen de tres principios peligrosos. Primero, la obsesión del crecimiento infinito con incrementos exponenciales del consumismo. Segundo, el supuesto de las externalidades, que niega la responsabilidad de los procesos económicos, con todos sus efectos negativos. Tercero, la aberración macroeconómica de contabilizar la pérdida de patrimonio como incremento del ingreso. Cada uno de estos principios puede generar efectos negativos; pero los tres juntos pueden resultar devastadores tanto para la naturaleza como para la sociedad.
A la incapacidad de comprender el mundo real, hay que agregar la notable arrogancia de los economistas convencionales. En el momento de escribir estos comentarios me encuentro con un artículo que analiza un libro recientemente editado por el profesor español Ignacio Palacios-Huerta. El articulista manifiesta que es cierto que esta profesión (la economía) no previó la crisis financiera de 2008, pero aún así el editor escribe en la introducción que “los economistas saben más sobre las leyes de las interacciones humanas, y han reflexionado más profundamente sobre ellas y con mejores métodos que cualquier otro ser humano.’ Es bueno saber que la filosofía, el derecho, la psicología, la sociología, la antropología, la medicina, y tantas otras, están de más. Para qué recurrir a ellas si basta con preguntarle a un economista.
¿Y cómo y por qué se ha llegado a esta situación tan absurda, en que una disciplina decimonónica ha llegado a convertirse en una pseudorreligión que maneja un mundo que no entiende y cuya ignorancia se oculta detrás de dogmas que han logrado lavarle el cerebro a gran parte de la humanidad? Las inconsistencias y fracasos de la economía han ocurrido, y siguen ocurriendo, porque el propósito fundamental de la disciplina es cumplir la función de defender el statu quo de la riqueza y el poder.
Frente a una religión perversa, la herejía es buena para la salud.
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Una enseñanza no toxica de la economía
No se pueden esperar cambios significativos en la economía a menos que su enseñanza experimente una profunda transformación. Los modelos económicos que fueron dominantes en diferentes épocas fueron aquellos que fortalecieron el statu quo de una sociedad injusta; y por otra parte, que para que la economía tuviese la autoridad suficiente para imponer sus propuestas, debía aparecer como una ciencia exacta. Esto último se consiguió mediante el uso y el abuso de las matemáticas, como resultado de cierto complejo de inferioridad por parte de los economistas del siglo XIX, puesto que no eran físicos. Esta es la razón por la que nunca se admite que los modelos económicos están equivocados. Si no funcionan, no es debido a un fallo en el modelo, sino porque la realidad juega sucio. “Si la teoría no se ajusta a la realidad, olvida la realidad”. Todo esto es, sin duda, resultado de la manera en que se enseña economía en las universidades.
Ahora bien, si queremos cambiar algo, primero debemos comprender los orígenes de aquello que queremos cambiar. El neoliberalismo, vástago de la economía neoclásica, se ha convertido en la ideología política que domina casi todos los departamentos de economía de nuestras universidades. De hecho, fue en las universidades donde se originó el neoliberalismo, y allí se continuó promoviendo con entusiasmo como la única definitiva y respetable escuela de pensamiento económico. La evidencia de que, especialmente durante 2008 y 2009, la doctrina neoliberal no solo estaba equivocada sino que además era nociva, parece no alterar a aquellos que aún controlan la inmensa mayoría de los departamentos de economía.
Hoy, después de las bancarrotas y las crisis que han sido la consecuencia de la ignorancia y la ceguera ante el mundo real, hallamos economistas cuyo argumento es que simplemente debemos diseñar mejores modelos. No se dan cuenta de que la única manera de lograr una mejor comprensión de la realidad es revalorizando una vez más la historia económica y la historia del pensamiento económico. En otras palabras, necesitamos volver a contar con economistas cultos.
De un mundo bipolar a una conciencia global
Lo que tenemos son dos mundos paralelos. Uno centrado en la política, la competencia, la codicia y el poder, que parece tener todo bajo su control; y otro interesado en la equidad, el bienestar, el respeto por la vida y la solidaridad, que no controla nada, pero que crece y se expande como un imparable movimiento subterráneo de la sociedad civil. El primero, a pesar de su abrumador poder y presencia es, debido a su rigidez, puro dogmatismo y fetichismo del crecimiento, vulnerable e insostenible, como lo demuestran sus crisis cada vez más profundas; mientras que el segundo, debido a su dispersión, a su diversidad, a su feroz independencia y a su caótica estructura, no puede ser descabezado ni puede colapsarse.
“Las iniciativas por el cambio que surgen de la sociedad civil son similares al sistema inmunitario de un ser viviente. No se lo ve, no se lo siente, pero está allí, funcionando para proteger al cuerpo al que pertenece.”
La existencia de estos mundos paralelos revela que nos estamos desplazando, o al menos intentando hacerlo, de un mundo de poder e individualismo a uno de solidaridad y comunidad. Por todas partes surgen respuestas a los desastres ecológicos y a todas las manifestaciones del sufrimiento humano. La necesidad de un cambio radical del modelo económico dominante sustenta a todos los componentes del movimiento.
A pesar del vigor con que crece este inmenso movimiento subterráneo, a menudo escuchamos comentarios de que el ecologismo, y más ampliamente una nueva economía, han fracasado como movimiento y están muertos. De hecho, lo que es cierto es lo opuesto. Tarde o temprano todos seremos ecologistas, como consecuencia de la necesidad y de la experiencia. La creencia en que los problemas pueden ser resueltos individualmente, desde arriba hacia abajo, es a estas alturas algo fuera de discusión. El mundo es un sistema, y pronto será un mundo muy diferente, impulsado por millones de comunidades que creen que la democracia y la recuperación son movimientos de base que nos conectan con valores que todos compartimos.
Las iniciativas por el cambio que surgen de la sociedad civil son similares al sistema inmunitario de un ser viviente. No se lo ve, no se lo siente, pero está allí, funcionando para proteger al cuerpo al que pertenece. El cuerpo siente la enfermedad, que es el enemigo, pero no percibe al ejército subterráneo que ataca a la enfermedad. Somos conscientes de las profundas crisis y problemas que afectan nuestras vidas y, en consecuencia, a menudo nos sentimos deprimidos y vencidos. Pero también deberíamos ser conscientes del hecho de que si nuestro sistema inmunitario no existiera, las cosas estarían mucho peor. Es imposible calcular cuántas infecciones y heridas que podrían dañar nuestro cuerpo social son evitadas, cada minuto y en todas partes, gracias a las acciones de esos invisibles millones que integran la red subterránea de la sociedad civil.
En su Instituto del Capital Natural, en California, Paul Hawken y sus colegas han creado una inmensa base de datos de organizaciones de la sociedad civil en 243 países, territorios y regiones, que asciende a cerca de 300.000 organizaciones. Esto es, sin duda, solo una fracción de todos los grupos que existen a lo largo y ancho del mundo. El patrón de clasificación surgido de hacer el mapa de todo este panorama de organizaciones cubre literalmente miles de disciplinas e intereses. Los encabezados principales (bajo cada cual hay numerosas subcategorías) son: agricultura y ganadería, aire, biodiversidad, negocios y economía, niños y jóvenes, ecosistemas costeros, desarrollo comunitario, herencia cultural, democracia, ecología, educación, energía, pesquerías, silvicultura, cambio climático, globalización, gobernabilidad, industrias más ecológicas, salud, derechos humanos, pueblos indígenas, ecosistemas hídricos interiores, medios de comunicación, minería, plantas, contaminación, población, erradicación de la pobreza, derechos de propiedad, personas mayores, sostenibilidad, ciudades sostenibles, desarrollo sostenible, tecnología, ecosistemas terrestres, agua, vida silvestre, mujeres y trabajo.
Una red tan vasta de iniciativas de la sociedad civil es un sistema inmunológico colosal que, una vez que el sistema global de poder de arriba hacia abajo alcance su crisis final, será capaz de favorecer el surgimiento de una nueva democracia de abajo hacia arriba, basada en la solidaridad y la cooperación, que se extenderá desde la aldea hacia un orden global, y que ofrecerá las respuestas necesarias para la construcción de un mundo más humanizado.
Reflexiones finales
Probablemente lo mejor que le puede suceder a aquellos de nosotros que creemos en la comunidad, en el respeto a todas las formas de vida y en una economía más humanizada, es permanecer lo más invisibles posible en tanto el combate continúe. La invisibilidad, mientras dure la lucha, puede ser después de todo nuestra mayor fortaleza. Si logramos la victoria al finalizar el día, la visibilidad podrá ser nuevamente bienvenida.
Mientras escribía este texto, recibí la noticia de que la propuesta de volver a legalizar la cacería de ballenas fue desestimada en un encuentro internacional en Marruecos. Esto se debió principalmente a que en unas pocas semanas se recogieron 1.200.000 de firmas de ciudadanos de todo el mundo opuestos a semejante práctica; fue la mayor petición en defensa de las ballenas de toda la historia. El impacto de esta campaña fue demostrado por el ministro de medio ambiente de Australia, Peter Garret, cuando recibió la petición: “Muchas gracias Avaaz. Es un gran placer estar aquí y aceptar esta petición… Creo que las voces de la gente del mundo deben ser escuchadas. Yo, sin duda, hoy las escucho”.
Una vez más, tenemos aquí un maravilloso sistema inmunitario planetario haciendo su trabajo.
Acabamos con una recomendación final para todos aquellos que siempre quieren saber cómo poner en práctica buenas ideas: hace un esfuerzo y trata, de descubrir qué es lo que hay detrás de lo que ves. Siempre hay muchas más cosas aconteciendo si despiertas todos tus sentidos. Tal vez descubramos que un mundo mejor es posible.
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Textos del libro La economía desenmascarada, Icaria editorial.