¿Qué ancestrales y atávicas fuerzas nos mueven a realizar un duro peregrinaje, hacia un lugar donde en principio nuestra moderna mente racional, nada halla para justificar tal hazaña?
Mariano Bueno
El camión ronroneaba dando tumbos por la carretera mal asfaltada que conduce desde la ciudad más grande del mundo –México- hacia el santuario precolombino de Chalma. Algunos peregrinos urbanitas se apilan en el vetusto autobús sin parecer importarles el calor, el ruido y los continuos golpes a los que se ven sometidos. De repente uno de los pasajeros se siente indispuesto, se abalanza sobre la ventana y descarga el contenido de un estómago descompuesto, el viento y la velocidad se encarga de reintroducir parte del vómito por las ventanas traseras que permanecen abiertas. Los vestidos de algunos pasajeros cambian repentinamente de color y sobre todo de olor… Nadie se altera y ninguna queja sale de los labios de la gente que parecen ajenas a aquellos acontecimientos. Nuestra sorpresa y estupor quedó en parte diluida tras una larga conversación con uno de los peregrinos que compartía viaje. “Cuando un peregrino inicia su viaje a Chalma, lo hace dispuesto a afrontar cualquier situación que la peregrinación te presente”. “Ni la sed ni el calor, ni los muchos peligros son contemplados corno algo negativo, sino más bien como pruebas que se le presentan al peregrino y éste debe enfrentarlas con honor, dignidad y valentía”.
“Nosotros, una vez al año hacemos la peregrinación a pie; tardamos dos días en llegar desde México o a Chalma, cruzando antiguas sendas que discurren por entre los bosques llenos de peligros –jaguares y serpientes-, pero nada nos preocupa, la fe y la devoción son superiores al miedo, la fatiga o los peligros. «Apenitas hace dos añitos, fue tal la aglomeración de peregrinos en las puertas del santuario, que varias personas murieron apachurradas por la multitud”.
El santuario de Chalma
La visita al santuario de Chalma resulta impresionante para un occidental. Una catedral fruto del colonialismo español, se levanta sobre una cueva sagrada de los antiguos aztecas. Las peregrinaciones al santo lugar son muy anteriores a la llegada de Cortés a México.
Y todo el esfuerzo cristianizador de la Iglesia Católica no pudo abolir los ancestrales ritos. Ni siquiera el arrebato destructor del obispado, al descubrir que en el interior de la cueva se guardaban las figuras, códices y demás objetos sagrados que los nativos rescatasen del templo piramidal esculpido en roca viva en una de las colinas cercanas a Malinalco. Las Pirámides habían sido destruidas y desmanteladas, con su piedra se construyó un convento.
Cuando años más tarde se descubrieron los objetos sagrados en la cueva de Chalma todo fue reducido a añicos y en su lugar se hizo aparecer “milagrosamente”, un crucifijo que los nativos no tuvieron reparo alguno en adoptar como sagrado y así poder proseguir con la tradición ancestral.
Así es cómo hoy nos sorprendemos al contemplar cómo paralelamente a las misas católicas y las ofrendas al Cristo santo, se celebran en la misma puerta ele la Catedral unos rituales incomprensibles en lengua nahuatl u otras lenguas nativas.
En el mismo espacio, pero como en otra dimensión, la fiesta es impresionante: las ofrendas florales multicolor de los miles de peregrinos y las coronas de preciosas flores sobre las cabezas de quienes llegan hasta el templo contrastan con el abuso del alcohol, el pulque, el tequila y desde hace unas décadas la cerveza que se mezclan con el ruido, los cánticos y las alegrías.
Uno no puede evitar los paralelismos con otras muchas peregrinaciones en cualquier lugar del planeta: tantas son las similitudes con la impresionante peregrinación de los andaluces durante el Rocío, paseando a la Blanca Paloma o las más modestas vividas desde bien niños en cada uno de los pueblos de nuestra geografía.
“La peregrinación al lugar sagrado nos ofrece una excusa y una motivación que se antepone a la mente racional, reacia a cualquier cambio y a realizar esfuerzos sin una recompensa o una justificación clara y evidente.”
¿Qué ancestrales y atávicas fuerzas nos mueven a realizar un duro peregrinaje, hacia un lugar donde en principio nuestra moderna mente racional, nada halla para justificar tal hazaña? Cuando observas la cara de decepción de algunas personas que penosamente escalaron los varios cientos de escalones para llegar a lo alto del cerro y contemplar el amontonamiento de piedras que algún día fueron majestuosas pirámides, maravilloso templo precristiano o la ermita de un venerado santo, uno se pregunte quién le convenció para tal proeza. El mismo peregrino se lo pregunta, sin alcanzar respuesta lógica. ¿Vino atraído por la leyenda de lo majestuoso, lo sagrado o el misticismo de un lejano pasado? O tal vez desde lo más profundo de su ser, algo irracional o irreflexivo le empujó a recorrer el camino de Santiago, peregrinar a la Meca o cruzar las peligrosas montañas hasta llegar a Chalma.
¿Qué nos atrae hacia los lugares supuestamente sagrados?
Cada uno tiene sus motivos para la fascinación. Los más racionales se aferrarán a la sorprendente o bella arquitectura y lo grandilocuente de las construcciones en piedra tallada. Mientras, los más devotos hallan una excelente razón para el recogimiento, la meditación o el trabajo interior.
Muchos son los que se dirigen a tales lugares, movidos por la necesidad de ofrecer unos votos que les otorguen a cambio salud, amor, prosperidad…
Quedan también otros que sienten la nostalgia de tiempos pasados y se aferran a la tradición promoviendo lo folklórico y todo lo que represente signos de un pasado brillante.
¿Cuántas otras razones pueden mover a recorrer un camino de peregrinación a un lugar santo o sagrado? Quizás tantas como peregrinos emprendan el camino. Pero una duda nos asalta desde nuestra parte menos racional.
¿No existirá acaso, en esos lugares, una energía diferente a aquella con la que nos relacionamos en la vida cotidiana?
Se nos habla de los centros de curaciones milagrosas, santuarios de regeneración y de lugares de poder o de iluminación.
Aquí abordamos dos aspectos bien diferenciados: la peregrinación y el lugar sagrado en sí mismo.
Cuando los indios Huicholes emprenden el camino hacia Viracuta –la montaña sagrada- son conscientes de los riesgos y dificultades que enfrentan. La abstinencia de sexo y la confesión de todos los pecados cometidos, contrastan y se solapan con la ingestión del sagrado peyote y los estados alterados de consciencia que se viven.
Llegar a la cima del “monte quemado” carece de importancia, el proceso vivido durante el trayecto lo justifica todo.
Algo parecido podríamos decir del peregrino que recorre el camino de Santiago, exceptuando a aquellos que sólo tiene prisa por llegar lo antes posible –y cuya mayor preocupación estriba en que se les sellen en el máximo de lugares el cuaderno del peregrino-. Otros, en cambio, intentarán sentir el alma de cada lugar, identificándose con las energías de quienes edificaron aquellos lugares santos que jalonan el camino. Sintiendo en Io más profundo de su ser la energía y las fuertes vibraciones de unas piedras llenas de simbolismos, implantadas sobre lugares ancestralmente sagrados. Todo un cambio de conciencia interior y una sensibilidad especial se despierta a lo largo de la peregrinación, recorriendo rutas cargadas de energía telúrica y de simbolismos cósmicos. El peregrino se identificará con San Miguel, o San Jorge, según su pueblo natal: y descubrirá que se enfrenta a unas fuerzas “cosmotelúricas” que le acechan de todos lados y sin cesar… Al final, sentirá aliviado que ha conseguido un dominio sobre el dragón alado –símbolo de las fuerzas telúricas y cósmicas- y podría penetrar triunfante en el templo sagrado, donde sus energías serán convulsionadas y su conciencia metamorfoseada por la fuerte radiación que inunda el espacio ocupado por la figura del Santo Apóstol. La interpretación que otros den a las figuras y los símbolos carecerá ya de importancia. La transformación experimentada, los especiales estados de conciencia y la profunda lucidez vividos, estarán por encima de todo raciocinio.
El peregrinar es el enfrentarse a uno mismo, a sus fantasmas, miedos y limitaciones. Se trata de un esfuerzo, en ocasiones doloroso por conocernos mejor y despertar aspectos dormidos en lo más profundo de nuestro ser.
La peregrinación al lugar sagrado nos ofrece una excusa y una motivación que se antepone a la mente racional, reacia a cualquier cambio y a realizar esfuerzos sin una recompensa o una justificación claras y evidentes.
El lugar Santo o Sagrado puede ser tan sólo la culminación de un proceso interior o simplemente externo. Pero quizás llegue a representar la conexión íntima entre lo más profundo y maravilloso de nuestro ser. El descubrimiento de una entidad cósmica e incluso sobrenatural. De una conciencia que trasciende la limitada realidad física, permitiéndonos un estado interior donde el tener que marcar tarjeta todos los días en la oficina o la preocupación por las deudas atrasadas pasan a un segundo plano.
“La transformación experimentada, los especiales estados de conciencia y la profunda lucidez vividos, estarán por encima de todo raciocinio.”
Todos llevamos lo sagrado en lo más profundo de nuestro genoma. Lo que algunos llaman atavismo, es una poderosa energía que late dormida en cada uno de nosotros y a la que una sociedad productivista y funcional no le ofrece muchas opciones para despertar.
Tan fuerte es la pulsión interior, que el mero hecho de caminar por un paraje solitario, alejado del bullicio urbano, oyendo tan sólo los sonidos y los estímulos naturales –como el canto de los pájaros, el susurrar del viento o las sensaciones fuertes de frío o calor-pueden desencadenar cambios de conciencia significativos. La naturaleza está llena de parajes mágicos y de lugares sagrados por descubrir. Lástima que desde la aparición de los vehículos todo terreno 4 x 4 y de las motos todo terreno, haya que andar algo más, para encontrarse solo con la madre naturaleza. El desierto sahariano, las sagradas montañas Huicholes o la espesura de la selva amazónica siguen siendo profundos lugares sagrados, inhóspitos e inaccesibles al urbanita de automóvil, ascensor y aire acondicionado.
Quizás la mejor oportunidad para trascender que la vida le ofrece al urbanita clásico sean los embotellamientos y las caravanas kilométricas de salida y entrada a las grandes ciudades; santuarios de todos los dioses modernos: el Dios Progreso, el Dios Dinero y el Dios Consumo. La sobrestimulación a la que nos vemos sometidos en cada momento del día no deja mucho tiempo para la meditación y la reflexión profundas. Los santuarios y los templos caseros de rezo y adoración con velas, crucifijos, imágenes de vírgenes, budas o shivas han sido reemplazadas en todos los pueblos y culturas por un representante de la religión con más adeptos que jamás conoció la humanidad.
La “diosa televisión”, la cual ocupa el lugar preferente en todos los domicilios y a ella se le ofrecen varias horas diarias de culto y devota adoración, sus sermones y postulados serán motivo de discusión pública y de adoctrinamiento colectivo.
“El lugar Santo o Sagrado puede ser tan sólo la culminación de un proceso interior o simplemente externo. Pero quizás llegue a representar la conexión íntima entre lo más profundo y maravilloso de nuestro ser.”
¿Acaso queda tiempo o espacio en nuestra presionada mente, para otro tipo de sacralidad?
Por si todo lo descrito fuera poco, cada vez son más numerosos los lugares donde debemos pagar (y no poco) para acceder al sacro recinto. Ya no se tiene en cuenta la Fe del peregrino, sino el poder adquisitivo del mismo.
Por la módica suma de 8 euros podrás acceder a Sant Miquel del Fai en el Vallés Catalán, España, ofreciéndote la oportunidad de contemplar una excelente restauración con el mejor de los cementos actuales, una sofisticada iluminación programada, resaltara las virtudes arquitectónicas de un añorado pasado y podrás asistir a una sesión audiovisual que patrocinada por una caja de ahorros, te permitirá, desde la silla, contemplar las maravillas que quizá luego no tengas tiempo de admirar en el exterior.
Desembolso similar tendrás que efectuar para penetrar en la majestuosa Catedral de Sevilla e con ello ni siquiera obtendrás el derecho a recibir una sonrisa por parte de quien te cobra.
En San Salvador de Leyre, el donativo “voluntario”, consistirá en introducir unas monedas en un “tragamonedas” y a cambio te ofrecerá unos minutos de iluminación artificial. Si no deseas ser generoso, el santo del lugar te castigará con la más absoluta de las oscuridades.
Aquellos maravillosos e impresionantes atardeceres que tanto impactaron mi conciencia, eran vividos en las casi desconocidas pirámides de Malinalco, “Viracuta” (o monte quemado de los Huicholes) o en el poblado Íbero de Vinarós, sobre el cual siglos más terde se construiría (quién sabe por qué), un Santuario y una enorme cruz de hormigón armado.
La energía allí percibida, al igual que en muchos otros lugares de la geografía planetaria, no se describe en libros y ni siquiera podrá vivirse con los más modernos, electrónicos y sofisticados “megabrains” multicanal.
El ser humano surgió y evolucionó en un estrecho, profundo y permanente contacto con la madre naturaleza y el padre cosmos. Todo alejamiento de la naturaleza, nos aleja de nosotros mismos. Es a través de ese contacto directo –los pies descalzos, el corazón abierto y la mente tranquila- que podemos sumergirnos y redescubrir cuáles son nuestras verdaderas raíces, al mismo tiempo que vislumbramos el sentido de nuestra existencia y descubrimos trazos y señales de nuestra filiación cósmica.
Para llegar a ese estado, quizás sean de gran ayuda las peregrinaciones y los lugares sagrados. Aunque lo cierto es que cuando llegas a vivirlo, cualquier lugar se vuelve y es de por sí sagrado.
Mariano Bueno es experto en geobiología, ecobioconstrucción y agricultura orgánica, es pionero de la investigación geobiológica en España. Ha cursado estudios sobre estas materias en Francia y Suiza. En 1986 creó el Centro Mediterráneo de Investigación Geobiológica, desde donde ha desempeñado una intensa y constante labor de investigación y divulgación. Desde 1991 es presidente honorífico de la Asociación de estudios Geobiológicos (GEA). www.mariano-bueno.com |