Las crisis del mundo de hoy reflejan una profunda transformación de la conciencia y de la realidad. Se está derrumbando un mundo obsoleto que pone el dinero por delante de las personas y las abstracciones por delante de la vida. En los últimos cien años la física cuántica y otras áreas del saber nos han estado mostrando que el mundo no es como pensábamos. No está hecho de objetos sino de relaciones.
Jordi Pigem
La trayectoria expansionista que ha guiado el curso de la civilización desde hace milenios ahora culmina y toca a su fin. No el fin de la civilización, sino el fin de esa trayectoria. Una trayectoria en la que los núcleos de poder se han esforzado en dominar y explotar cada vez a más personas, más tierras y más recursos. Una trayectoria que se resume con la palabra historia, y que ahora topa contra los límites del planeta, de la humanidad y del conocimiento basado en el control. «La historia es una pesadilla de la que trato de despertar», afirma el alter ego de James Joyce en Ulises. El momento de despertar de esa pesadilla es ahora.
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Vivimos un momento único. Cuanto más entendamos su sentido, mejor preparados estaremos para orientarnos a través de sus turbulencias y emerger en una nueva realidad.
Los cuatro jinetes
Todo está cambiando.
Ser humano nunca ha sido fácil. Y menos ahora. El horizonte que venía guiando a las sociedades modernas se resquebraja por los cuatro costados.
De cada uno de esos cuatro lados aparece, inesperadamente, un jinete que cabalga amenazador. Esos cuatro jinetes rompen el espejismo de la racionalidad moderna y las certezas que lo acompañaban.
El primer jinete, el más visible y estridente, el que primero golpea y acapara la atención, es la crisis económica, no prevista por los manuales de economía, no resuelta por los supuestos expertos, cada vez más dura para cada vez más gente.
El segundo jinete es la crisis ética que acompaña a la crisis económica: la codicia y la irresponsabilidad que están en su raíz, el despotismo con que se hace pagar a la mayoría por el delirio de una poderosa minoría (la oligarquía financiera) que sigue manteniendo o aumentando sus privilegios. Como Saturno devorando a sus hijos, el capitalismo se ceba con los suyos: en países como España la plaga de la cesantía cae sobre más de la mitad de los jóvenes; en países como Estados Unidos, para poder estudiar los jóvenes han de contraer enormes deudas que durante el resto de su juventud los mantendrán encadenados al sistema financiero.
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El tercer jinete es la crisis ecológica. Estamos arruinando la base vital que nos sustenta, con consecuencias que ya son trágicas para muchas especies y ecosistemas y para numerosas comunidades humanas, y con un riesgo creciente de que el planeta en su conjunto entre en una fase de transformaciones abruptas e irreversibles que harían muy difícil la continuidad de la vida humana tal como la conocemos.
El cuarto jinete, menos obvio pero no por ello menos inquietante, es la crisis epistémica, es decir, la crisis de nuestros modelos de conocimiento, cada vez más alejados de la realidad que pretendían explicar. Ello es evidente en las ramificaciones teóricas del pensamiento tecnocrático, pero también lo es en muchas disciplinas científicas en las que quiebran las antiguas certezas a medida que aparecen nuevos y cada vez mayores interrogantes. Hace ya un siglo la física cuántica empezó a abrir paso a una nueva forma de entender la realidad que todavía no hemos sabido asimilar.
Como en el Apocalipsis, palabra que de hecho significa “revelación”, tras los cuatro jinetes de la in-certidumbre de nuestros días ha de llegar un nuevo cielo y una nueva tierra: una nueva realidad.
De la democracia a la tecnocracia
En los últimos treinta años la democracia ha ido siendo desplazada por la tecnocracia. La tecnocracia, como su nombre indica, es el control de la economía y de la sociedad a partir de criterios no humanos, sino exclusivamente técnicos. Tal como un computador funciona aplicando algoritmos (secuencias de reglas y cálculos), la tecnocracia solo atiende a modelos abstractos y secuencias de fórmulas y estadísticas. Pero un computador solo organiza datos, mientras que la tecnocracia intenta organizar tu vida.
«Cuando cambia el rumbo del mundo, quienes iban a la cabeza pasan a estar en la cola. Serán los últimos en percibir el nuevo horizonte. Siguen creyéndose expertos, y lo son: expertos en usar mapas que a ningún territorio corresponden y brújulas que conducen al pasado.»
El pensamiento tecnocrático ha rediseñado la sociedad y el planeta para que estén al servicio de la economía y de las finanzas. Es como si la mirada tecnocrática, limitada por anteojeras como las que llevan los caballos, solo viera las cifras y abstracciones que tiene enfrente, y no la realidad viva que pisa con sus herraduras y el sufrimiento que genera. La educación y la cultura, la salud y el bienestar, el sentido de comunidad y todo lo que nos hace propiamente humanos son así devorados por un monstruo que surgió de nuestras cabezas.
Paul Krugman se refiere a los tecnócratas que hoy gobiernan el mundo como personas aparentemente racionales que han sido “captadas” por una “secta”: «personas muy serias que han sido captadas por la secta de la austeridad, por la creencia de que los déficits presupuestarios, son el peligro claro y presente». Los tecnócratas decretan que por encima de todo ha de estar la lógica del mercado.
Pero la economía globalizada ha demostrado que las leyes del mercado no siempre conducen al bien común. La deslocalización, elemento esencial de la globalización, tiende a dejar en la cesantía a muchas personas que generaban productos de calidad, a esquivar la responsabilidad social y ecológica y a canalizar en unas pocas manos la riqueza que antes estaba distribuida en comunidades locales.
Codicia, incompetencia y violencia estructural
En septiembre de 2008, el entonces candidato Barack Obama afirmó que la crisis financiera global era el resultado de una «era de codicia e irresponsabilidad en Wall Street y en Washington», es decir, en la élite del poder financiero (Wall Street) y del poder político (Washington). Por un lado, la codicia, y por otro, la incompetencia (llámese irresponsabilidad, miopía o negligencia) son dos claves esenciales del fracaso del sistema. Pero no son las únicas, porque en este sistema también participan personas capaces y honestas. Entre nosotros hay individuos egoístas y malvados, hay criminales financieros y monstruos sedientos de poder. Pero la inmensa mayoría de quienes participan en el sistema, incluso desde puestos de responsabilidad, son personas relativamente decentes. Tales personas, a menudo, no hacen más que seguir la corriente de un modo de hacer y de pensar que pone las abstracciones del dinero y los algoritmos de la tecnocracia por delante de la vida y de las personas.
Jean Ziegler, experto como nadie en el drama del hambre en el mundo, da nombres y apellidos de quienes dirigen las compañías multinacionales (como Nestlé y Monsanto) y las organizaciones internacionales (como la Organización Mundial del Comercio y el FMI) que son elementos clave de un sistema que hace que 57.000 personas mueran de hambre diariamente. Ziegler afirma convencido que «el hambre no es una fatalidad, es un asesinato», perpetrado por «el sistema», a través de multinacionales «dinámicas y creativas» cuya búsqueda de beneficios a corto plazo genera «violencia estructural».
Mapas que ocultan el territorio
Desde que la economía mundial se declaró en crisis, se ha hablado repetidamente de recuperación y de brotes verdes. Se han impuesto medidas de austeridad, proclamándolas como medicinas amargas pero curativas. En la mayoría de casos, los pronósticos de los tecnócratas se han revelado falsos y sus propuestas nos han llevado más cerca del abismo. Sus teorías se han visto desbordadas por una realidad que está cambiando.
Cuando cambia el rumbo del mundo, quienes iban a la cabeza pasan a estar en la cola. Serán los últimos en percibir el nuevo horizonte. Siguen creyéndose expertos, y lo son: expertos en usar mapas que a ningún territorio corresponden y brújulas que conducen al pasado.
Lo que hoy guía a la mayoría de economistas y políticos son mapas que cada vez reflejan menos la realidad. Mapas que, en vez de mostrar el territorio, lo ocultan.
“Desde la lógica del mercado, la solución es un nuevo negocio, que a la larga generará otros problemas, que generarán otras formas de negocio. De este modo el Producto Interior Bruto va creciendo en los cálculos de los tecnócratas a la vez que el mundo real se va empobreciendo.”
Aislados del mundo real
Una profecía atribuida a los indios Cree de Canadá, dirigida al hombre blanco, dice que «solo cuando hayas cortado el último árbol, envenenado el último río y pescado el último pez, te darás cuenta de que el dinero no se puede comer».
Pero el hombre blanco no escuchó. En 1890, Oscar Wilde escribía en El retrato de Dorian Gray que «hoy la gente sabe el precio de todo y el valor de nada». Una docena de décadas después, esa afirmación es aún más cierta.
La tecnocracia presume de eficiencia. A corto plazo y en ámbitos estrictamente cuantificables, parece obtenerla. A largo plazo y desde una perspectiva más amplia, vemos que no. Al reducirlo todo a abstracciones, pierde de vista el mundo real y en vez de eficiencia genera negligencia.
Todo valor ético, humano o ecológico es ignorado, o de hecho es considerado como un estorbo para lo que realmente cuenta: el movimiento de dinero y de otras cifras abstractas. Todo se hipermatematiza. A partir de presupuestos muy discutibles, la economía tecnocrática reduce la complejidad del mundo a abstracciones y obtiene resultados de una lógica impecable, pero sin relación con la verdadera realidad.
La economía tecnocrática ha tendido incluso a ignorar la experiencia de la historia económica, porque la experiencia y la historia no son maternatizables. Todo, desde los espacios naturales a los puestos de trabajo, queda reducido a su valor exclusivamente económico, y así todo se vuelve sustituible por algo que tenga un valor económico supuestamente mejor. Con ello el mundo va perdiendo su sutileza y su sentido, convirtiéndose en una mera superficie uniforme sobre la que se desliza el dinero y donde todo se puede comprar y vender. Da lo mismo si 80.000 euros proceden de la venta de armas o de la venta de bicicletas, de una actividad contaminante o de una actividad educativa.
Las abstracciones económicas se desvinculan tanto del mundo real que no acaban siendo ni ciertas ni falsas. Como una ecuación gris y vacía, solo responden a su propia lógica abstracta.
Vamos hacia un mundo en el que el 99% de las personas está a merced del 1%, pero ese 1% está a merced de la ciega lógica del sistema: aunque el 1% desapareciera de la noche a la mañana, el sistema continuaría. Una lógica ciega invita a miles de millones de personas (empresarios y políticos, trabajadores y consumidores) a ignorar el impacto ecológico y social de sus decisiones y acciones. Un ejemplo cotidiano, en el que en alguna medida participamos todos, es el de los alimentos que llegan a la mesa. La lógica del mercado invita a cultivar vegetales y a criar animales contaminando tierras, aguas y aires, ignorando el impacto en la salud de los trabajadores y consumidores, a hacerlo en un país lejano donde los sueldos y la normativa laboral y ambiental sean mínimos, para transportar luego el producto a larga distancia (contaminando una vez más) y presentarlo reluciente en el pasillo del supermercado. El consumidor, en la mayoría de los casos, se verá impulsado por esta misma lógica a comprar ese producto, que resulta más “barato” porque la lógica del sistema no contabiliza en el precio final su impacto en la salud del planeta y de las personas.
“El sistema depende de la biosfera. Caerá cuando su lógica se resquebraje a base de chocar una y otra vez contra los límites de la realidad (del planeta y de la humanidad), como ya está ocurriendo.”
Hace décadas que se conocen algunos de estos problemas. Desde la lógica del mercado, la solución es un nuevo negocio destinado a resolverlos, que a la larga generará otros problemas, que generarán otras formas de negocio. De este modo el Producto Interior Bruto va creciendo en los cálculos de los tecnócratas a la vez que el mundo real se va empobreciendo. Crece el legado de sustancias tóxicas que dejamos a las generaciones futuras. Y crecen las desigualdades sociales: no han dejado de aumentar (tanto entre países como dentro de cada país) en los últimos cincuenta años. Hoy el 20% de la población mundial consume el 86% de los recursos, mientras que el 20% más pobre apenas consume el 1%. Para la ciega lógica del sistema, el planeta no importa, y las personas, tampoco.
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Los actores de este drama de ignorancia e insatisfacción son, en su mayoría, personas que solo intentan salir adelante. El problema no son los actores, sino el guion, el sistema que guía nuestro modo de pensar y de actuar. Este sistema tiene muchas caras y puede describirse de muchas maneras. Podemos llamarlo tecnocracia, o megamáquina global, o viejo paradigma. Podríamos llamarlo Matrix, por la película de los hermanos Wachowski.
Pero ocurre que la tecnocracia, tan ocupada con lo inmediatamente calculable y lo estrictamente racional, en el fondo ignora a dónde va, y así acaba llevando al mundo hacia la irracionalidad: el colapso ecológico, la desestructuración social, la falta de sentido de la vida humana.
El sistema depende de la biosfera. Caerá cuando su lógica se resquebraje a base de chocar una y otra vez contra los límites de la realidad (del planeta y de la humanidad), como ya está ocurriendo. O cuando la humanidad finalmente despierte y se desvanezca el espejismo que sostenía al sistema en la mente humana.
“La neurociencia nos muestra que la visión materialista del mundo surge de un tipo de pensamiento, lógico, lineal y literal, que debería estar al servicio de un tipo de pensamiento más amplio y vital: holístico, participativo, contextual y relacional.”
Hacia una nueva realidad
Desde las desarmonías del mundo de hoy confluye la agonía de milenios de historia ya agotada. Una realidad nueva quiere nacer. Una realidad que no tenga como horizonte el crecimiento material ilimitado, sino el crecimiento de lo que nos hace verdaderamente humanos y participantes en la red global de la vida. Donde podamos pasar:
de un mundo centrado en los objetos y el dinero a un mundo centrado en las personas y las relaciones;
de la codicia del ego a una conciencia planetaria y solidaria;
de la inteligencia calculadora al desarrollo de nuestras múltiples inteligencias;
de la visión reduccionista y fragmentadora a la visión sistémica y holística;
de la organización jerárquica a la organización en red;
de la sociedad industrial a nuevas sociedades sostenibles;
del individualismo consumista al sentido de comunidad;
de la alienación a la vida con sentido;
del materialismo al postmaterialismo.
La verdadera transformación se da cuando nos olvidamos de nosotros mismos, nos olvidamos del ego y nos entregamos a lo que el presente nos presenta.
Cambio de rumbo
La física cuántica nos muestra que la visión materialista y mecanicista resulta falsa cuando nos acercamos al núcleo de la realidad.
La coyuntura social y económica nos muestra que la búsqueda de la prosperidad a través del crecimiento material es hoy insostenible.
La neurociencia nos muestra que la visión materialista del mundo surge de un tipo de pensamiento, lógico, lineal y literal, que debería estar al servicio de un tipo de pensamiento más amplio y vital: holístico, participativo, contextual y relacional.
La evolución del conocimiento nos muestra que el universo es un lugar mucho más fascinante de lo que habíamos pensado, que la realidad se manifiesta a través de nuestra participación en ella, a partir del presente, en una aventura abierta y creativa.
Esto lo sabemos. Debería ser suficiente para cambiar nuestra visión del mundo, nuestros valores y prioridades. Para transformar lo que hacemos y lo que somos.
Dicho de otro modo, la evolución del conocimiento nos invita a imaginar un mundo en el que veríamos:
la prosa al servicio de la poesía,
la razón al servicio de la intuición,
lo material al servicio de lo personal,
lo analítico al servicio de lo holístico,
lo metódico al servicio de lo espontáneo,
lo cuantitativo al servicio de lo cualitativo,
la información al servicio de la imaginación,
lo calculable al servicio de lo creativo,
lo tangible al servicio de lo intangible,
lo mecánico al servicio de lo vital,
el poder al servicio del amor,
el tener al servicio del ser.
Con este cambio de rumbo quedan atrás milenios de historia en que nos habíamos esforzado en dominar y controlar la realidad.
Ya no hace falta controlarla, porque es, somos, nosotros.
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Extractos de La nueva realidad. Kairos.
Jordi Pigem es doctor en filosofía y escritor. Fue hasta 2003 profesor del Master in Holistic Science del Schumacher College (Universidad de Plymouth) en Dartington, Inglaterra. Es autor de varios libros, entre ellos La odisea de occidente, Buena crisis: Hacia un mundo postmaterialista, ¿Dijo usted austeridad? Psicopatologia de la (ir)racionalidad económica. |