Cada vez más personas son conscientes de que actualmente no vivimos una crisis económica o financiera aislada, sino que el desempleo, la desigualdad, el cambio climático, la crisis de valores y, en lo más profundo, la crisis de la democracia, están relacionados y son síntomas de una crisis general del sistema económico. Los políticos sostienen que «no hay otra alternativa». Sin embargo, Christian Felber, profesor universitario de economía, muestra que hay alternativas al sistema económico y financiero actual.
Christian Felber
Hasta la fecha, la legitimación básica del sistema capitalista se basa en que el egoísmo del individuo conducirá hacia el bienestar al mayor número posible de personas a través de la competencia. Desde mi punto de vista esta hipótesis es un mito y además fundamentalmente falsa. La competencia estimula sin duda el rendimiento de las empresas, pero ocasiona daños extremadamente altos a la sociedad y a las relaciones entre las personas. Si las personas persiguen su propio beneficio como única meta, y actúan unas. contra otras, aprenden a ser más astutas que los demás y creer que ésta es la forma correcta y normal de actuar. Si engañamos a los demás en todo, entonces no nos estamos comportando como seres equivalentes. Estamos perdiendo nuestra dignidad.
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La dignidad es el mayor de los valores
Cuando en mis clases en la Facultad de Economía pregunto a los universitarios qué entienden por «dignidad humana» obtengo un perplejo y generalizado silencio. A lo largo de sus estudios o no han aprendido o no han oído nada al respecto. Esto asusta tanto o más que el hecho de que la dignidad sea el mayor de los valores. Es el primer valor que se menciona en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Dignidad quiere decir «valor en igualdad, sin condiciones e inalienable» que poseen todos los seres humanos. La dignidad no requiere de ninguna acción. tan sólo de existencia. La dignidad humana es la premisa para la Libertad. Immanuel Kant decía que la dignidad sólo puede preservarse en la interacción diaria entre las personas siempre y cuando nos consideremos y nos tratemos como personas equivalentes. Debemos tomar las necesidades, los sentimientos y las opiniones de los demás tan en serio como los propios como expresión de la igualdad del valor. No debernos nunca instrumentalizar a las otras personas ni utilizarlas como medio para alcanzar los fines propios. De otro modo, acabaríamos con la dignidad. Como efecto secundario, pueden también originarse beneficios de los encuentros en igualdad dignos. Según Kant y el sentido común, esto sucede de manera completamente automática cuando todos se desean unos a otros lo mejor, construyen una base de confianza, se toman en serio, se escuchan y se valoran. Sin embargo, conseguir beneficios no debe ser la finalidad de los encuentros dignos.
Ninguno de los economistas coronados con el Premio Nobel ha demostrado jamás que la competencia sea el mejor método que conocemos.
En el libre mercado es, no obstante, legal y usual que instrumentalicemos a los demás y con ello vulneremos su dignidad. No es nuestra meta preservar su dignidad. Nuestra meta es lograr el provecho propio. Y éste es, en muchos casos, más fácil de conseguir cuando me aprovecho del que tengo más cerca y daño así su dignidad. Decisivas son mi actitud y mi prioridad. ¿Se trata del bienestar del mayor número posible de personas y de proteger la dignidad de todos, lo que de forma automática repercute en mi propio beneficio? ¿O se trata de priorizar mi propio bienestar y provecho, que a su vez puede, aunque no tiene por qué, atraer también el provecho de otros?
Si perseguimos nuestro propio beneficio como fin supremo, entonces se convierte en práctica común utilizar a los demás como medios para nuestros fines. En tal caso, la tergiversación de la teoría de Smith acerca de la finalidad y los efectos secundarios conduce a la difusión de la vulneración de la dignidad humana y a una sistemática restricción de la libertad de muchos seres humanos.
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¿«Libre» mercado?
El «libre mercado» sería un mercado libre si todos los que participan activamente pudieran retirarse indemnes de cualquier transacción comercial. Pero eso sólo es cierto para una parte de las transacciones del mercado. Hay una parte relevante en la que algunos no pueden renunciar tan fácilmente a las transacciones como otros porque son en gran medida dependientes. Muchas personas no pueden decidir si quieren comprar alimentos hoy o no, o si quieren alquilar una casa. Muchas empresas no pueden decidir si quieren aceptar un crédito hoy o no. Si no lo hacen, puede que mañana sean insolventes. Innumerables agricultores no pueden decidir libremente a quién suministrar sus productos. A menudo sólo tienen uno o un puñado de compradores como elección que los tratan igual de mal.
Una desigualdad de poder en las relaciones comerciales privadas no sería el menor de los problemas si ambas partes se enfrentasen con respeto y con el propósito de proteger la dignidad. Entonces, la persona más fuerte se encontraría al mismo nivel y a la misma altura que la menos fuerte, y tomaría los deseos y sentimientos de ésta tan en serio como los propios. El resultado solamente sería satisfactorio cuando ambos pudieran vivir bien. Pero en la economía capitalista directamente se incentiva a los más poderosos para hacer de esta desigualdad una ventaja. El resultado de perseguir el beneficio propio y la competencia resultante es la especial eficacia del libre mercado.
Cuando en una comunidad de seres humanos no se preserva por sistema la dignidad de cada individuo, tampoco se protege la libertad. La defensa de la dignidad —la convención de las personas como iguales— es la premisa para la libertad de esa comunidad. Cuando todos tienen en el punto de mira el beneficio propio dejan de tratar a Ios demás como iguales para hacerlo como instrumentos y, con esto, peligra la libertad de todos. Por este motivo, no se puede denominar una economía de mercado basada en el esfuerzo en favor del beneficio y la competencia como economía «libre». Sería una contradicción en sí misma. Honestamente, cada economía de mercado que persiga el beneficio y la competencia debería cambiar su nombre, al destrozar la libertad, por economía de mercado desaprensivo, inhumano y finalmente no liberal.
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La confianza es más importante que la eficacia
Una cosa más. Cuando en el mercado tenemos que temer constantemente que los demás se aprovechen de nosotros tan pronto tengan la más mínima posibilidad, sistemáticamente se pierde algo esencial: la confianza. El economista dice: no pasa nada, en la economía se trata de eficacia. Eso es una perversión. La confianza es el mayor bien social y cultural que conocemos. La confianza es aquello que mantiene unida a la sociedad en lo más profundo, no la eficacia. Imagínese una sociedad en la que pudiera confiar plenamente. ¿No sería la sociedad con el mayor nivel de calidad de vida? Y al revés, una sociedad en la que tuvieran que desconfiar de cada persona. ¿No sería ésta la sociedad con la peor calidad de vida?
El balance provisional es radical: mientras en la economía de mercado se promueva el beneficio y la competencia y se apoye la extralimitación de unos contra otros que provoca, no será compatible ni con la dignidad humana ni con la libertad. Se destruye sistemáticamente la confianza social con la esperanza de que aumente la eficacia más que en cualquier otro sistema económico.
Ante estas circunstancias la corriente económica dominante señala a menudo tres conocidos tipos de reacción:
1. Es de sobra conocido que no hay ninguna alternativa a la economía de mercado.
2. El que no se da por enterado quiere catapultar la economía de vuelta a la pobreza del siglo XIX o directamente al comunismo, y todos conocemos cómo acaba eso.
3. La economía de mercado es el sistema económico más productivo que hay, y así lo ha decidido la historia. La competitividad incita a producir de forma incomparable, además de que es una característica propia de la naturaleza del ser humano y, por lo tanto, inevitable.
La competencia no es el método más eficaz que conocemos: Lo es la cooperación. La razón es que la cooperación motiva de manera distinta a la competencia.
Vamos a ver más de cerca estos últimos mitos básicos de la economía de mercado. «La competencia es el método más eficaz que conocemos», escribe el Nobel de Economía Friedrich August von Hayek. Cuando un premio Nobel dice algo así, tiene que ser verdad. (No existe el Premio Nobel de Economía.). He intentado encontrar los estudios empíricos a través de los cuales Hayek llega a esta conclusión. Para mi asombro, no los he encontrado. He buscado entre los trabajos de otros economistas ya que es usual que los colegas de la comunidad económica se citen unos a otros. Tampoco aquí he tenido éxito. Ninguno de los economistas coronados con el Premio Nobel ha demostrado jamás que la competencia sea el mejor método que conocemos. Una de las piedras angulares fundamentales de las ciencias económicas es sólo una afirmación que cree la mayoría de los economistas. Y sobre esta afirmación se sustentan el capitalismo y la economía de mercado, que son los modelos económicos dominantes en el mundo desde hace doscientos cincuenta años.
Referente a la pregunta concreta de si la competencia motiva más que el resto de los métodos, encontramos gran cantidad de estudios de numerosas disciplinas como la psicología social, la teoría de juegos o la neurobiología. Fueron analizados 369 en un metaestudio. Y de aquellos con un resultado claro, la contundente mayoría de un 87 por ciento llega a la sorprendente conclusión de que la competencia no es el método más eficaz que conocemos Lo es la cooperación. La razón es que la cooperación motiva de manera distinta a la competencia. Que la competencia motiva no lo discute nadie. Esto lo ha probado de sobra la capitalista economía de mercado, pero lo hace de manera más débil. La cooperación motiva basándose en las relaciones satisfactorias, el reconocimiento, la valoración y la fijación y consecución de objetivos comunes. Esto es una definición de cooperación. Por el contrario, la definición de competencia es «el logro del éxito de uno o de otro». Sólo puedo tener éxito si el otro no lo tiene. La competencia motiva en primer lugar sobre la base del miedo. Por este motivo, el miedo es un fenómeno muy extendido en las economías capitalistas de mercado: se teme perder el trabajo, los ingresos, el estatus, el reconocimiento social y la pertenencia. En la competición por escasos bienes hay en general muchos perdedores, y la mayoría tienen miedo de serlo. Pero hay más componentes de la motivación dentro de la competencia. Mientras que el miedo empuja por detrás, desde delante arrastra una especie de deseo placentero. Pero ¿qué deseo? Se trata del deseo de triunfar, de ser mejor que todos los demás. Esto, desde un punto de vista psicológico, es un motor problemático. La finalidad de nuestras acciones no debería ser sobresalir de los demás, sino ocuparnos bien de nuestros propios asuntos, que son coherentes y nos gusta realizar. En este punto deberíamos referirnos a la autoestima. Aquel que relaciona su propio valor con ser mejor que los demás depende completamente de que los demás sean peores. Desde un punto de vista psicológico se trata de un narcisismo patológico. Sentirse mejor porque los demás son peores es simplemente enfermizo. Lo sano sería nutrir nuestra autoestima de acciones que nos gustara realizar, elegidas libremente y por tanto dotadas de sentido. Si nos concentrásemos en ser nosotros mismos en vez de en ser mejores, nadie saldría perjudicado ni habría necesidad alguna de la existencia de perdedores.
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Se trata de la fijación de objetivos. Si como efecto secundario y sin ser mi objetivo resulta que soy mejor que otro en una actividad, no hay ningún problema. No le voy a dar ninguna importancia al ser mejor ni tampoco lo voy a valorar como una «victoria». El problema surge cuando mi meta es ser mejor que otro y fuerzo una situación de derrota-victoria hablando en términos de competición (o feroz competencia). Si mi meta es hacer bien las cosas y me da igual cómo hagan las cosas los demás, entonces no es necesaria la competencia, que es justo el fundamento del mito: sin competencia los hombres no se sentirían incentivados para ser eficientes, no sentirían motivación para ocuparse bien de sus asuntos. Sin embargo, los estudios psicológicos indican que nos comportamos justo al revés. La motivación es mayor cuando es interna (motivación intrínseca) que cuando proviene de fuera (motivación extrínseca), como por ejemplo en la competencia. Los mejores rendimientos no se llevan a cabo por la existencia de un competidor, sino porque la gente se fascina por algo concreto, se llena de energía, colma sus esperanzas en realizarlo y se entrega por la causa. No necesita competencia.
Cuando en el mercado tenemos que temer constantemente que los demás se aprovechen de nosotros tan pronto tengan la más mínima posibilidad, sistemáticamente se pierde algo esencial: la confianza. El economista dice: no pasa nada, en la economía se trata de eficacia. Eso es una perversión.
Si los economistas honrados realmente quisieran construir la economía de mercado con el método más eficaz que conocemos teniendo en cuenta los resultados actuales de las investigaciones científicas interdisciplinarias deberían hacerlo sobre la cooperación estructural y la motivación intrínseca. El hecho de que no lo hagan demuestra que no se trata ni de ciencia ni de conocimientos, sino de la protección ideológica de estructuras de poder. De todos modos, a los poderosos la competencia les sirve muy bien. Si nosotros, las personas, no aprendemos a cooperar y a ser solidarios, no pondremos en tela de juicio las relaciones de poder ni las cambiaremos mediante la fuerza unida. Más bien intentaremos luchar a nuestra manera, sin piedad, en el ámbito del poder y de las élites sociales. Sin embargo, de este modo la mayoría se queda por el camino. El clima social se enrarece progresivamente porque en nuestra persecución del beneficio propio nos aprovechamos permanentemente los unos de Ios otros, nos utilizamos, nos degradamos. Y con esto, debilitamos o incluso destrozamos la confianza social y la autoestima de la mayoría de las personas.
Texto de La economía del bien común, Paidós.
Christian Felber es profesor de economía de la Universidad de Viena, escritor y divulgador en materias de economía y sociología. Especialista en economía sostenible y alternativas para los mercados financieros, ha desarrollado un nuevo modelo internacional económico denominado Economía del bien común. Es miembro fundador del movimiento de justicia global Attac en Austria e iniciador de la denominada Banca Democrática.
www.economiadelbiencomun.cl