“Siempre que haya un debilitamiento de la Ley y un crecimiento de la ilegalidad en todas partes, entonces Yo me manifiesto.” “Para la salvación de los justos y la destrucción de aquellos que hacen el mal, para el firme establecimiento de la Ley, Yo vuelvo a nacer edad tras edad.” -Bhagavad Gita, libro IV.
Djwhal Khul/Alice A. Bailey
En todas las épocas, en muchos ciclos mundiales, en muchos países (y hoy en todos), ha habido grandes momentos de tensión que se caracterizaron por un sentimiento de esperanzada expectativa. Se espera a Alguien y Su venida es presentida. En el pasado, los instructores religiosos fueron siempre los que han fomentado y proclamado esta expectativa en su época, y lo han hecho en los momentos de caos y dificultades al acercarse el fin de una civilización o cultura, y cuando los recursos de las antiguas religiones parecían ser inadecuados para solucionar las dificultades o resolver los problemas de los hombres.
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La venida del Avatar, el advenimiento de Aquel que viene y, en términos actuales, la reaparición de Cristo, constituyen las notas clave de la preponderante expectativa. Cuando los tiempos están maduros, la invocación de las masas es suficientemente clamorosa y muy vehemente la fe de quienes saben, entonces Él ha venido, y esta antigua regla o ley universal no será hoy exceptuada. La reaparición de Cristo, el Avatar, ha sido, durante décadas, anticipada por los creyentes de ambos hemisferios no sólo por los cristianos, sino también por quienes esperan a Maitreya, al Boddhisattva y al Iman Mahdi.
Cuando los hombres sienten que han agotado todos sus recursos, que han llegado al término de todas sus posibilidades innatas y que no pueden resolver ni manejar los problemas y condiciones que enfrentan, suelen buscar a un Intermediario divino y al Mediador que abogue por su causa ante Dios y logre su salvación. Buscan un Salvador. Esta doctrina de Mediadores, Mesías, Cristos y Avatares, abunda en todas partes y puede ser trazada como un hilo dorado que atraviesa todos los credos y Escrituras del mundo, relacionándolos con una fuente central de emanación. Incluso el alma humana es considerada el intermediario entre el hombre y Dios; incontables millones de seres humanos creen que Cristo actúa como el divino Mediador entre la humanidad y la divinidad.
Todo el sistema de revelación espiritual está basado –siempre lo ha estado- en la doctrina de la interdependencia y la vinculación planificada, ordenada y consciente, y en la transmisión de energía desde un aspecto de la manifestación divina a otro des¬ de Dios que se halla en el “Lugar secreto del Altísimo”, hasta el más humilde ser humano que vive, lucha y padece en la tierra. En todas partes existe esta transmisión de energía; Cristo lo ha dicho: “Yo he venido para que ellos puedan tener vida”, y las Escrituras de todo el mundo hablan repetidamente sobre la intervención de algún Ser, originario de una fuente más elevada que la estrictamente humana. Siempre ha aparecido el mecanismo apropiado a través del cual la divinidad puede llegar a comunicarse con la humanidad, y la doctrina de los Avatares, o “Seres divinos que vienen” tiene que ver con esta comunicación y estos Instrumentos de energía divina.
Avatar es aquel que posee la capacidad (además de una tarea autoiniciada y un destino predesignado) de trasmitir energía y poder divinos. Esto constituye lógicamente un profundo misterio que Cristo demostró en forma singular y en relación con la energía cósmica. Por primera vez en la historia planetaria, hasta donde podemos saberlo, trasmitió la divina energía del amor directamente a nuestro planeta y en forma muy definida a la humanidad. A estos Avatares o Mensajeros divinos, también se los vincula con el concepto formulado por alguna Orden subjetiva espiritual, o Jerarquía de Vidas espirituales, que se ocupa de desarrollar el bienestar humano. Todo lo que realmente sabemos es que, en el transcurso de las épocas, grandes y divinos Representantes de Dios personifican el propósito divino y afectan de tal manera el entero mundo, que Sus nombres e influencias se conocen y se sienten miles de años después que han dejado de caminar entre los hombres. Repetidas veces han venido y han cambiado al mundo legando una nueva religión mundial; sabemos también que, por la promesa de la profecía y la fe, el género humano ha esperado su retorno en momentos de necesidad. Estas afirmaciones se refieren a hechos históricamente comprobados. Más allá de esto se conocen muy pocos detalles.
La palabra sánscrita “Avatar”, significa literalmente “descendiendo desde muy lejos”. Ava (como prefijo de verbos y sustantivos verbales) expresa la idea de “lejos, lejano, distancia”, Avataram (comparativo) más lejano. La raíz AV parece trasmitir la idea de protección desde lo alto, empleándose hoy en palabras compuestas que se refieren a la protección que proviene de reyes o regentes; en lo que respecta a los dioses significa aceptación favorable cuando se ofrece un sacrificio. Puede decirse que la raíz de la palabra significa: “Descendiendo con la aprobación de la fuente superior de la cual proviene, a fin de beneficiar el lugar para el que fue destinado.” (Diccionario Sánscrito de Monier Williams).
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Sin embargo, todos los Avatares o Salvadores mundiales, expresan dos incentivos básicos: la necesidad de Dios de hacer contacto con la humanidad y relacionarse con los hombres, y la necesidad que tiene la humanidad de entrar en contacto con la divinidad y ser ayudada y comprendida por ella. Por estar sujetos a estos incentivos, todos los verdaderos Avatares son por lo tanto intermediarios divinos. Pueden actuar de esta manera porque se han emancipado completamente de toda limitación y sentimiento de egoísmo y separatividad, y ya no son de acuerdo a las comunes normas humanas el centro dramático de sus propias vidas, como lo somos la mayoría de nosotros. Cuando han alcanzado esa etapa de descentralización espiritual pueden convertirse en verdaderos acontecimientos en la vida de nuestro planeta, porque todos los ojos dirigen sus miradas hacia Ellos, y todos los hombres pueden ser afectados por Ellos. Por lo tanto, un Avatar o un Cristo, aparece por dos razones: la incógnita e inescrutable Causa que lo impele a hacerLo y la demanda o la invocación de la humanidad misma. Un Avatar que llega es, en consecuencia, un acontecimiento espiritual que trae grandes cambios y restauraciones, para inaugurar una nueva civilización o restablecer “antiguos jalones” y llevar al hombre más cerca de lo divino. Han sido descriptos como “hombres extraordinarios que aparecen de vez en cuando para cambiar la faz del mundo e inaugurar una nueva era en el destino de la humanidad”. Llegan en momentos de crisis; frecuentemente crean crisis, a fin de poner término a lo antiguo e indeseable, reemplazándolo por las formas nuevas y más apropiadas para la evolucionante vida de Dios, inmanente en la naturaleza. Llegan cuando el mal predomina. Aunque sólo sea por esta razón podemos en la actualidad esperar un Avatar. El escenario adecuado para la reaparición de Cristo está ya preparado.
Hay Avatares de muchas graduaciones y clases; unos son de gran importancia planetaria porque expresan ciclos completos de futuros desarrollos y emiten la nota y la enseñanza que introducirán en Sí Mismos una nueva era y una nueva civilización: Ellos personifican las grandes verdades que las razas humanas deben tratar de conocer y constituyen todavía el objetivo de las más grandes mentalidades de la época, a pesar de ser incomprendidas. Determinados Avatares también expresan en Sí Mismos la suma total de la realización humana y la perfección racial, llegando a ser los “hombres ideales” de las épocas. A otros más evolucionados se les permite ser custodios de algún principio y cualidad divinos, que requieren una nueva presentación y expresión en la Tierra, y pueden serlo porque han logrado la perfección y alcanzaron la más elevada iniciación posible. Tienen el don de ser esas cualidades espirituales personificadas porque han expresado íntegramente tal cualidad y principio específicos, y pueden actuar como canales para trasmitirlos desde el centro de toda Vida espiritual. Ésta es la base de la doctrina de los Avatares y Mensajeros divinos.
Así fue Cristo, dos veces Avatar, no solamente porque emitió la nota clave de la nueva era (hace más de dos mil años), y también en forma misteriosa e incomprensible personificó en Sí Mismo el divino principio del Amor, siendo el primero que reveló a los hombres la verdadera naturaleza de Dios. La demanda invocadora de la humanidad (el segundo de los incentivos que producen una Aparición divina) tiene un efecto poderoso, pues las almas de los hombres poseen, especialmente cuando actúan en forma conjunta, algo que es afín con la naturaleza divina del Avatar. Todos somos Dioses e hijos de un solo Padre, como lo ha dicho el último Avatar que ha venido, el Cristo. En cada corazón humano existe ese centro divino que, cuando entra en actividad, puede evocar respuesta desde ese elevado Lugar donde Aquel que viene espera su momento oportuno para aparecer. únicamente la demanda unida de la humanidad y su “intención masiva” puede precipitar el descenso (como se lo denomina) de un Avatar.
Resumiendo: la doctrina de los Avatares y la doctrina de la continuidad de la revelación van paralelas. En todas las épocas y en cada gran crisis humana, y siempre en las horas de necesidad, en la creación de una nueva raza o en el despertar de una humanidad preparada para recibir una nueva y más amplia misión, el Corazón de Dios impulsado por la Ley de Compasión ¬envía un Instructor, un Salvador del mundo, un Iluminador, un Avatar, un Intermediario Transmisor, un Cristo. Trae el mensaje de curación que indicará el próximo paso que la raza humana debe dar; además iluminará un oscuro problema mundial, e impartirá al hombre el conocimiento de un aspecto de la divinidad hasta ahora incomprendido. La doctrina de los Avatares, Mensajeros divinos, Apariciones divinas y Salvadores, está fundada en el hecho de la continuidad de la revelación y en la secuencia de esta manifestación progresiva de la naturaleza divina. La historia da testimonio inequívoco de todos Ellos. En la realidad de esta continuidad, de esta secuencia de Mensajeros y Avatares y en la horrenda y espantosa necesidad de la humanidad de esta época, se basa la expectativa mundial de la reaparición de Cristo. El reconocimiento innato de estas realidades ha producido el clamor invocador, elevado constantemente por la humanidad, en demanda de algún alivio o intervención divina; el reconocimiento de estos hechos también inspirará el mandato que ha surgido desde “el centro donde la voluntad de Dios es conocida para que el Avatar venga nuevamente; el conocimiento de ambas demandas indujo al Cristo a prometer a todos Sus discípulos del mundo que Él reaparecería cuando hayan realizado el trabajo preparatorio necesario.
Los Avatares más comúnmente conocidos y reconocidos son: Buda en Oriente y Cristo en Occidente. Sus mensajes son familiares a todos, y los frutos de Sus vidas y palabras han condicionado el pensamiento y la civilización de ambos hemisferios. Debido a que son Avatares humanos divinos, representan aquello que la humanidad puede comprender fácilmente, porque su naturaleza es igual a la nuestra, “carne de nuestra carne, espíritu de nuestro espíritu”; los conocemos y confiamos en ellos, significando para nosotros más que otras Apariciones divinas. Son conocidos por millones de seres que también Los conocen, confían en Ellos y Los aman. Cada uno estableció un núcleo de energía espiritual que está más allá de nuestra capacidad de comprensión. La tarea incesante de un Avatar consiste en establecer un núcleo de energía persistente y espiritualmente positivo; enfoca o introduce una verdad dinámica, una potente forma mental o un vórtice de energía magnética en el mundo del humano vivir. Este punto focal actúa acrecentadamente como transmisor de energía espiritual; permite a la humanidad expresar alguna idea divina que con el tiempo produce una civilización con su consiguiente cultura, religión, política, gobierno y métodos educativos. Así se hace la historia, la cual después de todo no es más que el registro de la reacción cíclica de la humanidad hacia alguna afluyente energía divina, hacia un líder inspirado o algún Avatar.
Un Avatar es por lo general, por tiempo indefinido, un Representante del segundo aspecto divino, el de Amor Sabiduría, el Amor de Dios. Se manifestará como un Salvador, un Constructor, un Preservador; la humanidad no está todavía suficientemente desarrollada ni adecuadamente orientada hacia la vida del Espíritu como para resistir fácilmente el impacto de un Avatar que exprese la dinámica voluntad de Dios. Para nosotros (y ésta es nuestra limitación), Avatar es aquel que preserva, desarrolla, construye, protege, ampara y socorre los impulsos espirituales por los cuales vive el hombre. La necesidad del hombre y su demanda de preservación y ayuda, hace que Él se manifieste. La humanidad necesita Amor, comprensión y correctas relaciones humanas, como expresión de una divinidad realizada. Esta necesidad nos trajo anteriormente al Cristo como Avatar de Amor. Cristo, ese gran Mensajero humano divino, debido a su magna realización — en el sentido de su comprensión trasmitió a la humanidad un aspecto y una potencialidad de la naturaleza de Dios mismo, el principio Amor de la Deidad. La luz, la aspiración y el reconocimiento de Dios Trascendente ha sido la expresión vacilante de la actitud humana hacia Dios, antes del advenimiento del Buddha, el Avatar de la Iluminación. Cuando vino el Buddha demostró en su propia vida la realidad de Dios Inmanente y de Dios Trascendente, de Dios en el universo y de Dios en la humanidad. La individualidad de la Deidad y del yo en el corazón del hombre llegó a ser una realidad en la conciencia humana. Fue una verdad relativamente nueva para el hombre.
Sin embargo, las Escrituras mundiales acentuaron muy poco a Dios como aspecto Amor, hasta que vino Cristo y vivió una vida de amor y de servicio y dio a los hombres el nuevo mandamiento de amarse los unos a los otros. Después de su venida como el Avatar de Amor, Dios llegó a ser conocido como amor supremo, amor como meta y objetivo de la creación, amor como principio fundamental de las relaciones y amor que actúa en todo lo manifestado, que se dirige hacia un Plan motivado por el Amor. Cristo reveló y acentuó esta divina cualidad, que alteró el vivir, las metas y los valores humanos.
La razón por la cual Él no ha venido nuevamente se debe a que sus seguidores no han realizado el trabajo necesario en todos los países. Su venida depende en gran parte, como veremos más adelante, de que se establezcan las correctas relaciones humanas, lo cual fue obstaculizado por la iglesia en el transcurso de los siglos, y no ha ayudado a ello debido a su fanatismo de hacer “cristianos” a todos los pueblos, en vez de seguidores del Cristo. Ha recalcado la doctrina teológica y no el amor y la comprensión amorosa como Cristo la ejemplificó. Predicó la doctrina del iracundo Saúl de Tarso y no la del bondadoso carpintero de Galilea. Por eso Él está esperando. Pero su hora ya ha llegado, debido a la “necesidad” de todos los pueblos, a la demanda invocadora de las masas de todas partes y a la petición de Sus discípulos que profesan todos los credos y religiones del mundo.
No nos es dable conocer aún la fecha y el momento de Su reaparición. Su venida depende de la demanda (tantas veces silenciosa) de todos los que aguardan con intención masiva; también de que las correctas relaciones humanas estén mejor establecidas, y de determinado trabajo que realizan hoy los Miembros avanzados del Reino de Dios, la Iglesia Invisible, la Jerarquía espiritual de nuestro planeta; además depende hoy de la constancia de los discípulos de Cristo en el mundo y de Sus colaboradores iniciados que actúan en los numerosos grupos religiosos, políticos y económicos. A esto debe agregarse lo que los cristianos acostumbran llamar “la Voluntad inescrutable de Dios”, ese propósito no reconocido del Señor del Mundo, el Anciano de los Días (como se lo llama en El Antiguo Testamento), Que conoce Su propio pensamiento, irradia la cualidad más elevada del amor y enfoca Su voluntad en Su propio lugar elevado, dentro del centro donde “la voluntad de Dios es conocida”.
Cuando aparezca el Cristo, el Avatar de Amor, entonces “Los hijos de los hombres que son ahora los hijos de Dios apartarán Sus rostros de la Luz resplandeciente e irradiarán esa Luz sobre los hijos de los hombres que todavía no saben que son los hijos de Dios”. Entonces aparecerá Aquel que viene; Sus pasos se acelerarán en el valle de las sombras, porque el Todopoderoso que se halla sobre la cumbre de la montaña, exhala amor eterno, luz suprema y pacífica y silenciosa voluntad.
“Entonces responderán los hijos de los hombres. Una nueva luz brillará en el cansado y lúgubre valle de la tierra. Una nueva vida circulará por sus venas y su visión abarcará todos los caminos de lo que vendrá”.
“Así vendrá nuevamente la paz a la tierra, pero una paz desconocida hasta ahora. Entonces la voluntad al bien florecerá como comprensión, y la comprensión fructificará como buena voluntad en los hombres.”
Extracto del libro La Reaparición de Cristo.