Si bien el estado del clima es uno de los problemas esenciales, éste es solo la punta del iceberg. Lo que está en crisis es la forma en la que como seres humanos nos estamos relacionando con la naturaleza. Por ello debemos ampliar nuestra mirada y comenzar a analizar y hacer más visible nuestro impacto sobre los demás sistemas naturales necesarios para la vida, y la verdad incómoda es que prácticamente los estamos degradando todos.
Alberto Isakson Estudios Nueva Economía
La huella del ser humano sobre la naturaleza está llegando a niveles críticos y, a medida que pasa el tiempo, nuestros impactos sobre la Tierra se van haciendo más evidentes e innegables. La lista es interminable: contaminación del mar y tierra, deforestación de selvas tropicales, cambio climático, records de temperatura, sequías, smog extremo, sobreexplotación de recursos, derretimiento de los polos, tranques de relaves, derrames petroleros, pesticidas, extinción de especies, continentes de basura, o metales pesados en el agua, son algunos ejemplos de nuestra huella ecológica.
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Afortunadamente, cada vez circula más información sobre estos impactos, y así las sociedades se van haciendo más conscientes de ellos. Así, durante las últimas décadas hemos visto que tanto a nivel nacional como internacional se están comenzando a adoptar medidas para mitigar esta crisis ambiental. El término “Desarrollo Sustentable” se ha instalado como “obligatorio” en las agendas políticas del mundo, lo que ha incidido en que los países han comenzado a fundar y a expandir sus instituciones medioambientales (ej. el Ministerio del Medioambiente). Y a nivel internacional los acuerdos entre países comienzan a recibir cada vez mayor atención (ej. COP21 de París el 2015).
No obstante, y como discutiré en esta columna, el enfoque que se le está dando al problema ambiental no es el más correcto.
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La crisis ambiental va más allá del clima
A nivel político y mediático la discusión ambiental se enfoca principalmente en el cambio climático (calentamiento global, nivel océanos, temperatura, etc.), y por ello las principales medidas ambientales apuntan a remplazar las energías fósiles por energías renovables (hidroeléctricas, eólicas, solares, etc.). Así, en la opinión pública se ha instalado la idea de que la crisis ambiental es sinónimo del cambio climático, y que su solución es avanzar hacia energías limpias para dejar de contaminar. Sin embargo, se debe ser cuidadoso con este enfoque, pues deja fuera otras dimensiones del problema ambiental que son igual de críticas, urgentes y necesarias.
Científicos del Stockholm Resilience Centre (SRC) han determinado que hay 9 sistemas naturales esenciales para mantener los ecosistemas y la vida tal como la conocemos: (1) la biodiversidad (genética y funcional), (2) el uso de la tierra, (3) el equilibrio químico de los océanos, (4) el ciclo del agua dulce, (5) el equilibrio aerosol en la atmósfera, (6) la capa de ozono, (7) los ciclos del fósforo y del nitrógeno, (8) la sanidad química de la naturaleza, y (9) la estabilidad climática.
Estos sistemas pueden soportar la presión humana, sin embargo tienen límites (puntos de inflexión). Pasados estos puntos de no retorno no se tiene certeza si el sistema se puede recuperar, ni qué consecuencias tendrá esta transgresión en la naturaleza. El SRC estima estos puntos y los presenta gráficamente llamándolos los límites planetarios.
El gráfico muestra el impacto humano acumulado entre 1950 y 2015 sobre estos sistemas de la naturaleza. Las áreas verdes son zonas de seguridad, mientras que las amarillas son zonas de incertidumbre (mayor riesgo), y las zonas rojas son de alto riesgo. Los símbolos de interrogación reflejan que aún no se tiene la información suficiente para calcular la condición del sistema.
Vemos que la estabilidad climática es uno de los sistemas relevantes, pero no el único. Y así como muestra el gráfico, de las 8 dimensiones que se tienen estimaciones hay 5 en riesgo (3 en gran riesgo) y una al límite (acidificación de los océanos). En otras palabras, en solo 65 años hemos degradado la mayoría de los sistemas necesarios para la vida.
Frente a este problema se hace necesario ser críticos con nuestra situación y pensar como remediarlo para el futuro. Pero para corregirlo primero hay que comprender el origen del problema, es decir, analizar las fuentes de degradación ambiental. Discutiré algunos ejemplos para Chile.
En nuestro país la contaminación de cielo mar y tierra es evidente, incluso mueren al año más de 4 mil personas por polución atmosférica. En el norte, por la actividad minera, el agua contiene metales pesados que lentamente envenenan a la población. En el centro-sur del país las plantaciones forestales expanden la sequía, facilitando incendios forestales. Hemos tenido diversos episodios de contaminación de relaves, celulosas, o derrames petroleros, entre otros. Y a lo largo de toda la costa la pesca industrial ha derivado en una situación donde más del 63% de las especies está sobreexplotada o colapsada. Los ejemplos de atentados a la naturaleza en Chile sobran. Incluso hemos llegado al límite de tener esa aberración que hemos denominado “zonas de sacrificio”: áreas y pueblos tan contaminados que ya no hay nada que hacer para sanearlas.
Esta diversidad de impactos ambientales ejemplifica que la crisis ambiental va mucho más allá del cambio climático. Si bien el estado del clima es uno de los problemas esenciales (y constituye una amenaza colosal y urgente), éste es solo la punta del iceberg. Lo que está en crisis es la forma en la que como seres humanos nos estamos relacionando con la naturaleza. Por ello debemos ampliar nuestra mirada y comenzar a analizar y hacer más visible nuestro impacto sobre los demás sistemas naturales necesarios para la vida, y la verdad incómoda es que prácticamente los estamos degradando todos.
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El error de enfocarse sólo en el cambio climático
Discutir y fijarnos solamente en el cambio climático -y obviar el resto de nuestros impactos- oculta la profundidad real de la crisis ambiental y nos lleva a dos conclusiones erradas. Primero, exime de responsabilidad a los países pequeños (como Chile), pues los grandes contaminantes son las potencias industriales. Por ejemplo, la contribución de Chile a los gases del efecto invernadero (que causan el calentamiento global y cambio climático) es de 0,26%. En base a esto, he escuchado decir que “el problema ambiental no es de Chile, sino que es de los grandes países industriales, por lo que son ellos los que deben corregirlo”. Esta es una idea peligrosa, y sirve para ocultar todas las malas prácticas ambientales que hay en nuestro país (ejemplos ya enumerados).
Segundo, enfocarnos solo en el cambio climático nos lleva al engaño de pensar que podemos mantener el statu quo (nuestras actividades) siempre y cuando nos cambiemos a energías limpias y dejemos de quemar fósiles. Éste es realmente el meollo del asunto. Aún si nos cambiáramos totalmente a energías limpias seguiríamos haciendo exactamente lo mismo que hacemos hoy con fósiles: deforestar, expandir vertederos, tirar basura al mar, secar ríos, extraer más minerales, extinguir la flora y fauna, sobreexplotar el mar, interrumpir el ciclo de nitrógeno, de agua, contaminar con químicos, etc. Es decir, destruir los ecosistemas.
De estos puntos se desprende el mensaje más relevante de esta columna: las energías limpias no nos salvarán de la crisis ambiental, pues el problema de fondo es nuestro sistema económico.
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El problema es nuestra economía
Lamentablemente, casi todas las prácticas productivas y de consumo que tenemos transgreden el funcionamiento de los ecosistemas, por lo que no son sostenibles. Extraemos y usamos naturaleza sin preocuparnos de su regeneración, de reutilizar los materiales ya utilizados, ni de buscarle uso a los materiales sobrantes. La lógica actual es simplemente que cuando se necesita más, se extrae más. A su vez, producimos solo enfocados en el producto final, sin considerar que el proceso utiliza gran cantidad de recursos (energía y materiales) ni que genera distintos tipos de contaminación (emisiones al aire, descargas al agua y desechos a la tierra).
Por otro lado, la sociedad de consumo busca satisfacción a través de comprar más cosas. Pero olvida que mientras más consume, más contamina, pues los productos no crecen de los árboles, sino que vienen de procesos industriales en su mayoría con gran impacto ambiental. Esta situación se ve agravada por el prácticamente nulo reciclaje. A su vez, el consumismo es hábilmente aprovechado por las empresas, que se esmeran en diseñar productos tempranamente desechables (obsolescencia programada) para que la gente vuelva rápido al circuito de compras.
Paradójicamente el consumismo es “sano para la economía”, pues permite seguir produciendo (vender más, dar más empleo, extraer más, etc.) y así mantener el ciclo de ganancia. Esto refleja un problema esencial, nuestro sistema económico se basa en la acumulación y crecimiento infinito, sin embargo, desde el punto de vista ambiental, la búsqueda de crecimiento infinito en un planeta que es físicamente finito es una contradicción evidente. No tiene sentido.
Los más optimistas confían en que la innovación tecnológica (la ciencia al servicio del mercado) logrará desligar el crecimiento económico de los impactos ambientales (decouple), y así mantener el ciclo de enriquecimiento infinito sin afectar el planeta. No obstante, hasta el momento no hay evidencia de que aquello haya sucedido ni que vaya a suceder, sino que mientras más crecemos, más impactamos. La esperanza tecnológica, más que a una oportunidad real para la economía actual, se asemeja más a los alquimistas buscando convertir el plomo en oro.
Por otro lado, el sistema económico es profundamente injusto. Mientras una clase se beneficia, otra asume los costos. En Chile el INDH contabiliza actualmente más de cien conflictos socio-ambientales entre comunidades y empresas (mineras, hidroeléctricas, forestales, industrias, etc.). En todos y cada uno de ellos existe una parte que gana (empresa, el capital) y otra que pierde (comunidad, trabajadores). Esto hay que comenzar a hacerlo visible y discutirlo, pues aquellos que se benefician no quieren que la situación cambie, sino que hacen todo por mantener el statu quo.
Necesitamos cambiar radicalmente nuestro sistema económico
Para concluir, no basta con cambiar las fuentes energéticas, sino que debemos cambiar la economía. Es importante dejar de hablar exclusivamente del cambio climático, y adoptar una visión más amplia y crítica sobre nuestra relación con la naturaleza, la que es fundamentalmente a través de la economía. Y mientras el sentido de nuestra actividad sea la acumulación (ya sea a gran o a pequeña escala), seguiremos degradando el medioambiente.
Debemos repensar nuestro sistema económico, el sentido de nuestra actividad y sus lógicas subyacentes. En otras palabras, debemos buscar alternativas al capitalismo, y construir economías que no necesiten destruir la naturaleza ni explotar a otras personas, sino que permitan la existencia sustentable del humano sobre la Tierra. El objetivo no es dejar todas nuestras actividades y volver a la edad de piedra -como a algunos les gusta decir para descreditar-, sino que tener actividades que no impacten negativamente a la naturaleza ni a la sociedad. O sea, apuntar a una economía circular que sea ambiental y socialmente sostenible.
Alberto Isakson es economista de la U. de Chile con especialización en temas relacionados al medio ambiente y la sustentabilidad en las universidades de Upsala y de Ciencias Agrícolas de Suecia. Miembro de Estudios Nueva Economía. www.estudiosnuevaeconomia.cl |