No se puede extremar la sobre simplificación de elementos complejos al punto de tergiversar la realidad y de ofrecer una narrativa de fantasía, más cercana al marketing y a la publicidad que a la evidencia comprobable.
Iván Andrés Santandreu, 2018-03-02
Al momento de escribir estas líneas, a fines de febrero, las estimaciones de eficacia de la vacuna contra la influenza, específicamente para la cepa H3N2 en el Hemisferio Norte son de un 17 % en Canadá y un 25 % en Estados Unidos. En Australia, la cifra oficial fue de un 10 %. En Chile se esperan cifras de eficacia incluso menores que las observadas en el Hemisferio Norte.
Lo primero que cabe peguntarse es qué tipo de política pública es aquella basada en un 10-20 % de eficacia a un costo multimillonario de 4.800.000 dosis en un país de ingreso medio, donde no sobran los recursos.
Las autoridades de salud nos dicen que es la única y mejor línea de defensa y que es mejor vacunarse y obtener alguna posibilidad de inmunidad antes que nada.
Frente a dichas declaraciones, es importante considerar que no se ha encontrado evidencia concluyente que asegure la eficacia y la seguridad de la vacuna en menores de dos años, adultos saludables y personas sobre 65 años por el Cochrane Database Review, que es considerado el mejor estándar de medicina basada en la evidencia disponible en la actualidad. También es importante saber que hay estudios que muestran que vacunarse contra la influenza aumenta de manera significativa la probabilidad de enfermarse de esta en años posteriores.
Peor aún, de los cerca de 200 virus causan la influenza y el resfrío similar a la influenza, que presentan síntomas similares (fiebre, dolor de cabeza, dolores musculares, tos y secreción nasal), en el mejor de los casos, las vacunas podrían ser efectivas solo contra la influenza A y B, lo que representa un 10 % de todos los virus en circulación.
De lo anterior se desprende que existe una imposibilidad matemática de que las vacunas contra la influenza puedan ser efectivas para prevenir la circulación de las cepas de la influenza. La solución más razonable y lógica es apoyar el sistema inmunológico.
Se podría agregar mucha más información relevante, sin embargo la extensión y la naturaleza de la misma excede con mucho lo que es posible publicar en una columna editorial.
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En realidad, no importa cuánta evidencia o antecedentes científicos se consideren, la narrativa oficial de las autoridades de salud siempre es la misma en términos de declaraciones muy sencillas y didácticas y muy en blanco y negro, cuando la realidad es bastante más compleja y requiere un análisis mucho más profundo.
Lo anterior se puede entender en un país donde más de la mitad de los adultos no entiende lo que lee, según un estudio de la OCDE. Sin embargo, no se puede extremar la sobre simplificación de elementos complejos al punto de tergiversar la realidad y de ofrecer una narrativa de fantasía, más cercana al marketing y a la publicidad que a la evidencia comprobable.
En este sentido, el rol de los medios de comunicación es lamentable. Cuesta creer que personas con cinco años de estudios universitarios no puedan hacer las preguntas más sencillas y se limiten a reproducir comunicados de prensa y declaraciones de autoridades. Revisar la literatura científica y realizar periodismo de investigación parece simplemente una ilusión idealista de un futuro lejano e inalcanzable. Después, los mismos que son incapaces de hacer verdadero periodismo, se quejan de las noticias falsas. Y es que la naturaleza aborrece el vacío: si nadie ocupa la demanda natural por información seria y confiable, otros lo intentarán de manera poco prolija y con errores.
Como última reflexión, sepa usted que debe verificar todo lo que digan las autoridades de salud, pues no son confiables. Las declaraciones de médicos y de autoridades son eso: declaraciones. Los hechos se verifican de acuerdo con la evidencia científica disponible, y que no haya sido financiada por corporaciones multinacionales, interesadas más en vender sus productos que en el bienestar de la población.
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