Todo pronóstico honesto apunta al mal tiempo que nos aguarda. La Sociedad de Crecimiento Industrial no es sustentable debido a que depende del consumo acelerado de los recursos. A pesar de graves predicciones, es posible elegir la vida; todavía podemos actuar para asegurar un mundo en el que se pueda vivir.
Joanna Macy
Somos testigos de la destrucción de la vida a una magnitud que ninguna generación pasada, en base a la historia documentada, se enfrentó. Ciertamente nuestros ancestros conocieron la guerra, las plagas y la hambruna; civilizaciones enteras, como la fenicia y la Roma imperial, se hundieron cuando cortaron sus árboles para fabricar barcos de guerra y convirtieron sus tierras en desiertos. Pero ahora no sólo es un bosque aquí y unas tierras arables y zonas pesqueras por allá; hoy en día especies enteras, culturas y ecosistemas a nivel global mueren, incluso el plancton productor de oxígeno que habita los mares.
Quizá los científicos tratan de comunicarnos lo que está en juego cuando quemamos las selvas lluviosas y combustibles fósiles, cuando vertemos contaminantes tóxicos al aire, el suelo y el mar, y cuando usamos químicos que devoran la capa de ozono protectora de nuestro planeta. Pero sus advertencias son difíciles de escuchar, pues la nuestra es una Sociedad de Crecimiento Industrial en la que la economía depende de un consumo interminable de los recursos. Para mantener sus motores de crecimiento, la Tierra es proveedora y basurero a la vez. El cuerpo del planeta no sólo es extirpado y transformado en bienes comerciales, sino que también sirve de para los subproductos venenosos de nuestras industrias. Si sentimos de alguna manera que el tiempo se acelera, estamos en lo cierto—ya que la lógica de la Sociedad de Crecimiento Industrial es exponencial, demandando no solo “crecimiento,” sino una creciente tasa de crecimiento. Al igual que Alicia en el tablero de ajedrez de la Reina Loca, debemos correr siempre más rápido para mantenernos en el mismo lugar. ¿Qué es lo que les espera a nuestros hijos? ¿Qué quedará para aquellos que están por venir? Estamos demasiado ocupados para pensar en ello. Tratamos de cerrar nuestras mentes a los escenarios de pesadilla, del deseo y la guerra en un mundo devastado y contaminado.
Hemos llegado hasta este punto. Hemos sobrevivido muchas dificultades y evolucionado a través de diversas aventuras en nuestro viaje planetario y aún hay tantas promesas por desarrollarse—pero es posible perderlo todo. A medida que la intrincada red de sistemas naturales se deshace, es posible que hundamos todo. Las palabras de Yahvé a Moisés cobran un significado literal: “He puesto ante vosotros la vida y la muerte, por lo tanto, escoge la vida.”
La nuestra es una Sociedad de Crecimiento Industrial en la que la economía depende de un consumo interminable de los recursos. Para mantener sus motores de crecimiento, la Tierra es proveedora y basurero a la vez. El cuerpo del planeta no sólo es extirpado y transformado en bienes comerciales, sino que también sirve de para los subproductos.
La elección de un mundo sustentable
Es posible elegir la vida. A pesar de graves predicciones, todavía podemos actuar para asegurar un mundo en el que se pueda vivir. Es crucial saber que podemos satisfacer nuestras necesidades sin destruir nuestro sistema de soporte vital. Existe el conocimiento técnico y los medios de comunicación para hacerlo. Hay la inteligencia y los recursos para producir suficiente comida, asegurar aire puro y agua limpia y generar la energía requerida utilizando el poder del sol, el viento y la biomasa. Si tenemos la voluntad, tendremos los medios para controlar la población humana, para desmantelar armas y evitar guerras y para dar a todos una voz democrática de auto-gestión.
Elegir la vida significa construir una sociedad que sustenta la vida. “Una sociedad sustentable es aquella que satisface sus necesidades sin poner en juego las posibilidades de las generaciones futuras,” de acuerdo a Lester Brown del World Watch Institute. En contraste con la Sociedad de Crecimiento Industrial, una sociedad que sustenta la vida opera en el límite de la “capacidad de carga” de su sistema de soporte vital a nivel regional y planetario, tanto en los recursos que consume como en los desechos que produce.
Elegir la vida en este tiempo planetario es una aventura formidable. Tal como lo están descubriendo personas de todos países y formas de vida, está aventura requiere de mayor valentía y solidaridad que cualquier campaña militar. Desde estudiantes de escuelas preparatorias que regeneran arroyos para que el salmón se reproduzca hasta vecinos que crean huertas comunales en lotes disponibles de la ciudad, desde activistas que retrasan la tala de árboles hasta que los estudios de impacto ambiental se han realizado hasta los ingenieros en energía eólica que llevan su tecnología a regiones con escasez de energía. Innumerables grupos se organizan, aprenden y actúan.
Puede que ésta actividad humana multifacética en favor de la vida no obtenga los titulares de los noticieros, pero será lo más valioso para nuestra descendencia. Pues si habrá un mundo para aquellos que vienen después de nosotros, será porque hemos llevado a cabo una transición de la Sociedad de Crecimiento Industrial a una sociedad que sustenta la vida. Cuando la gente del futuro mire este momento histórico, verán quizás con más claridad de lo que podemos ver ahora, cuan revolucionario es nuestro tiempo. Tal vez lo denominen el tiempo del Gran Cambio.
Ellos, nuestros descendientes, lo verán como algo que marcó una época. Mientras que la revolución agrícola duró siglos y la revolución industrial tomó generaciones, está revolución ecológica tiene que ocurrir en cuestión de pocos años. Tiene también que ser de mayor alcance, involucrando no sólo la economía política, sino también los hábitos y valores que la promueven.
Mientras que la revolución agrícola duró siglos y la revolución industrial tomó generaciones, está revolución ecológica tiene que ocurrir en cuestión de pocas décadas.
El Gran Cambio
Tomemos prestada la perspectiva de futuras generaciones para contemplar como el Gran Cambio está adquiriendo relevancia hoy en día a través de las decisiones de innumerables grupos e individuos. Podemos ver lo que está sucediendo en tres áreas o dimensiones que se refuerzan mutuamente y ocurren simultáneamente. Estas son: i) acciones para disminuir el daño causado a la Tierra y sus seres; ii) análisis y creación de estructuras alternativas; y iii) un cambio fundamental de cosmovisión y valores. Muchos de nosotros estamos comprometidos con las tres áreas, ya que cada una es necesaria para la creación de una civilización sustentable.
Acciones de contención en defensa de la vida en la Tierra. Es posible que estas actividades conformen la dimensión más visible del Gran Cambio. Incluyen todo el trabajo político, legislativo y legal requerido para aminorar la destrucción y acciones directas como bloqueos, boicots, desobediencias civiles y demás formas de protesta. El trabajo hecho de esta manera ahorra tiempo. Sirve para salvar algunas vidas y ciertos ecosistemas, especies y culturas, y parte del acervo genético para la sociedad sustentable del futuro. Sin embargo, no es suficiente para hacer surgir tal sociedad.
Creación de instituciones alternativas. En esta segunda dimensión del Gran Cambio, no sólo estudiamos las causas estructurales de la crisis global, sino que también creamos estructuras alternativas. Estos dos esfuerzos van de la mano ya que usamos los mismos músculos mentales, el mismo tipo de conocimiento y el mismo deseo de poner las cosas en práctica. En muchas localidades están surgiendo nuevos planes sociales y económicos, cual brotes verdes que surgen entre el escombro. Puede que sea difícil apreciarlos a primera vista, puesto que rara vez son cubiertos por los medios de comunicación, pero si mantenemos los ojos bien abiertos y una resolución adecuada, estarán presentes como una fina neblina verde sobre las cosas, intensificándose aquí y allá en pequeñas áreas de trébol, pasto y berro. Sin esperar que los políticos estatales o nacionales se pongan a nuestro nivel, nos asociamos y tomamos acción en nuestras comunidades. Las acciones que florecen de nuestras manos y mentes pueden parecer marginales pero contienen las semillas del futuro.
Cambio en la percepción de la realidad. Las nacientes instituciones no pueden echar raíz y sobrevivir sin valores profundamente arraigados que las sostengan. Deben reflejar lo que deseamos y la manera en que nos relacionamos con la Tierra y con los demás. En otras palabras, requieren un cambio profundo en nuestra percepción de la realidad y ese cambio está sucediendo ahora como una revolución cognitiva y un despertar espiritual. Esta es la tercera y más básica dimensión del Gran Cambio.
En nuestros tiempos, estos tres ríos—el dolor por el mundo, los desarrollos científicos y las enseñanzas ancestrales—fluyen juntos y bebemos en su confluencia. Despertamos a lo que alguna vez supimos: que estamos vivos en una Tierra viviente, fuente de todo lo que somos y de lo que podemos alcanzar. A pesar de nuestro condicionamiento impuesto por la sociedad industrial en los últimos dos siglos, queremos designar este mundo como sagrado una vez más. Estas experiencias y conocimientos son absolutamente necesarios para liberarnos de las garras de la Sociedad de Crecimiento Industrial. Nos ofrecen objetivos más nobles y placeres más profundos. Nos ayudan a redefinir nuestra riqueza y valor. La reorganización de nuestras percepciones nos libera de las ilusiones de lo que necesitamos poseer y del lugar que ocupamos en el orden de las cosas. Al apartarnos más allá de las viejas y desgastadas nociones de individualismo competitivo, nos llevan a casa, con los demás y a nuestra mutua pertenencia con el cuerpo viviente de la Tierra.
El cambio en nuestro sentido de identidad nos ayudará enormemente con los traumas socio-políticos y ecológicos que enfrentamos. Todo pronóstico honesto apunta al mal tiempo que nos aguarda. La Sociedad de Crecimiento Industrial no es sustentable debido a que depende del consumo acelerado de los recursos. No puede durar por la sencilla razón de que exponencialmente y inexorablemente se está auto-destruyendo. En términos de sistemas, se encuentra en “fuga.” A medida que los mercados y provisiones se agotan y el sistema de instituciones financieras colapsa, las oleadas de shock nos bañan y nos hacen temer al caos.
Aunque percibimos el Gran Cambio y tomamos valor de sus múltiples actividades, no hay seguridad de que ocurrirá. No es posible saber que pasará primero: el punto de no-retorno, cuando no podremos parar la decadencia de los sistemas que mantienen las formas complejas de vida, o el momento en el que los elementos de una sociedad sustentable se aglutinen y tomen forma.
Si el Gran Cambio no ocurre, no será por la falta de tecnología o información relevante, sino por la falta de voluntad política. Cuando estamos distraídos y con miedo y las probabilidades corren contra nosotros, es fácil que nuestro corazón y mente se entumezcan. Los peligros que enfrentamos se encuentran tan presentes, son tan difíciles de percibir y a la vez es tan doloroso cuando somos capaces de observarlos, que el entumecimiento nos llega a todos. Todos somos afectados por el. Nadie es inmune a la duda, la negación o incredulidad de la severidad de nuestra situación y del poder de cambiarla. Sin embargo, todos los problemas que enfrentamos, desde el cambio climático hasta posibles guerras nucleares, nada es más grave que nuestra falta de respuesta.
Joanna Macy es doctora en filosofía, maestra budista y ecologista profunda y empliamente conocida por sus talleres en el límite entre el cambio social y la experiencia espiritual. Algunos de sus libros incluyen Coming Back to Life (Volver a la vida); World As Lover, World As Self (El Mundo como amor, el mundo como uno mismo); y El gran giro.