Aparte de factores ambientales y hereditarios, muchas alergias vienen provocadas por factores psicoemocionales que desequilibran el sistema inmunitario y provocan una reacción de hipersensibilidad.
Rosa Guerrero
El psicoanalista Pierre Marty, fundador de la clínica psicosomática moderna, describió en 1958 la personalidad alérgica del adulto como una manera particular de reaccionar ante las relaciones afectivas. Según Marty, cuando en una relación aparecen dificultades, la persona alérgica tiende a reaccionar “defendiéndose” de los sentimientos que experimenta, ya que los percibe como peligrosos.
El poder de la mente es tal que personas con idéntica predisposición alérgica pueden tener más o menos crisis según su vulnerabilidad psicológica [metaslider id=7447]
Es evidente la analogía que ocurre en el plano psíquico y lo que ocurre en el físico: en ambos casos entran en juego los sistemas defensivos de la persona. El individuo alérgico se defiende continuamente y, tanto por lo que respecta al ámbito físico como psíquico, lo hace de forma evasiva: desplaza la reacción a elementos del mundo externo habitualmente neutros. Igual que el sistema inmunitario manifiesta la intolerancia percibiendo una sustancia inocua como un enemigo peligroso, del mismo modo el sistema psíquico desplaza la reacción hostil hacia otras partes del mundo afectivo. En otras palabras, en vez de afrontar, pongamos por caso, un conflicto con la pareja, los hijos o el jefe, la personalidad alérgica desplaza su hostilidad hacia otras áreas de su mundo que objetivamente no son problemáticas: el estudio, la actividad laboral, la vorágine de la ciudad, el aburrimiento de la vida cotidiana, etc. Esta forma de defenderse hace que la persona alérgica sea vulnerable y que cualquier acontecimiento pueda convertirse en el desencadenante de una crisis.
El origen de este mecanismo de defensa reside en un bloqueo del sistema emocional del individuo que tiene lugar durante las primeras décadas de la vida. Es frecuente encontrar personas alérgicas que han tenido que pasar por un proceso de separación de una figura de referencia (normalmente la madre) cuando todavía no se había completado su proceso de individualización, es decir, la maduración de su personalidad. Esta separación forzosa no es aceptada por el inconsciente y prepara el terreno para que cualquier acontecimiento desestabilizador desencadene una alergia. El poder de la mente es tal que personas con idéntica predisposición alérgica pueden tener más o menos crisis según su vulnerabilidad psicológica.
Mente, nervios y hormonas
Los seres vivos se ven expuestos cada día a dos tipos de agresiones: externas e internas. Para enfrentarse a ellas disponen de un doble sistema de defensa: el inmunitario y el psíquico.
El sistema inmunitario está compuesto por un arsenal de células y moléculas. Protege de las agresiones microbianas o de cualquier otro elemento exterior –como los alérgenos- al detectarlos tan pronto penetran en el organismo y memorizarlos en el seno de células especializadas. Es la memoria celular, y gracias a ella podemos evitar numerosas infecciones.
El sistema psíquico de defensa protege de las agresiones interiores esencialmente representadas por los traumas ocultos en el inconsciente. Posee sus propias leyes y mecanismos, que Sigmund Freud estableció y que sus sucesores han ido desarrollando.
La mente registra todos los episodios que acontecen durante la vida y los clasifica subjetivamente como positivos o negativos. El resultado es la formación de una memoria psíquica que, a diferencia de la memoria celular, aún está muy lejos de conocerse exhaustivamente.
Los buenos recuerdos pueden emerger con facilidad al consciente de la persona, ya que no representan ningún trauma y proporcionan sensaciones de plenitud, bienestar y alegría. En cambio, los malos recuerdos evocan sensaciones de malestar, inestabilidad, miedo, inquietud o inseguridad. Si lo juzga necesario, el sistema de defensa psíquico oculta total o parcialmente el recuerdo para que no invada constantemente la vida diaria. Para ello utiliza la represión, que es el mecanismo que hace que la alergia no desaparezca.
El sistema nervioso actúa de puente entre el sistema psíquico de defensa y el inmunitario. Se forma así el complejo psíquico de la alergia, formado por tres elementos unidos e indisociables: episodio inicial desestabilizador, alérgeno, emoción. La visión psicosomática de la alergia se centra esencialmente alrededor de esta triada.
El mensaje de los síntomas
Desde el punto de vista psicosomático, cada síntoma alérgico tiene un significado. En la mayor parte de los casos, la inflamación provocada por la liberación de histamina se resume en un “no quiero o no puedo estar en contacto con el alérgeno (en realidad el acontecimiento traumático), si no volveré a pasarlo muy mal”. A continuación se muestran varios ejemplos de algunas dolencias alérgicas con su lectura psicosomática:
Rinitis. Los síntomas principales son la falta de olfato y los estornudos. Su significado es: ”No quiero percibir algo” y “quiero expulsar algo fuera de mi territorio”. Hay un deseo de echar a un intruso del espacio de seguridad o libertad de la persona.
Conjuntivitis alérgica. El lagrimeo y el picor impiden ver correctamente. Su significado es: “No quiero o no puedo volver a ver algo que para mí es desestabilizador”.
Dermatitis alérgica. Aparece picor e hinchazón de la piel. Su significado es: “No quiero o no puedo estar en contacto con algo o alguien”.
Edema de Quincke. El principal síntoma se sitúa en la garganta y tiene que ver con algo no dicho o con recuerdos de ahogo como el estrangulamiento con el cordón umbilical durante el parto.
Así se podría seguir tirando del hilo para descubrir que detrás de cada síntoma orgánico hay un trauma emocional. Sensaciones conscientes o inconscientes se esconden en lo más profundo del cerebro y constituyen la estación de origen de la que saldrán las vías que conectan la mente con los sistemas orgánicos para dar lugar a una cascada de síntomas psicosomáticos que volverán a aflorar cada vez que se reproduzca una situación traumática.
Rosa Guerrero es diplomada en Naturopatía, experta en nutrición ortomolecular y postgraduada en Homeopatía. Es terapeuta, tiene editados diversos libros sobre terapias naturales y colabora habitualmente con publicaciones especializadas en salud natural.