Por Angela Hanscom
Todavía recuerdo los días de preescolar para mi hija mayor. Recuerdo que quería desesperadamente enriquecer su vida de cualquier manera posible, para darle una ventaja antes incluso de llegar a la escuela formal. La inscribí en una escuela que daba mucha importancia al aprendizaje académico, a la pre-lectura, escritura y matemáticas. En casa me había comprado rompecabezas especiales, establecí fechas de juego organizados con niños de su edad, le leía todas las noches, la apunté a clases de música y danza, y la llevé a museos locales. Mis amigos y yo incluso hicimos “clases de enriquecimiento ” con nuestros niños, con prácticas de clasificar, colorear, contar, números, letras, … Pensamos que esto ayudaría a prepararlos para el jardín de infancia.
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Como muchos otros padres, tenía una obsesión : el éxito académico de mi hija. Sólo que estaba completamente equivocada. Sí, mi hija conseguiría obtener buenos resultados escolares, pero se estaba perdiendo experiencias y habilidades importantes para la vida. Las habilidades que deberían haberse desarrollado y yo debería haber alimentado en los años preescolares. Mi llamada de atención fue cuando el maestro de preescolar se acercó me dijo: “Tu hija está rindiendo bien académicamente, pero está teniendo problemas con las habilidades sociales básicas como compartir y esperar turno”. No sólo eso, también estaba teniendo también problemas para gestionar sus emociones, tenía ansiedad y estaba desarrollando problemas sensoriales. ¡No podía simplemente jugar por sí misma!
Poco sabía en ese momento, pero mi hija estaba lejos de ser la única que tenía problemas sociales y sensoriales a una edad tan corta. Esto se estaba convirtiendo en una epidemia creciente. Hace algunos años, entrevisté a una directora muy respetada de un centro preescolar progresista. Ella había estado enseñando a niños en edad preescolar durante unos 40 años y había visto cambios importantes en el desarrollo social y físico de los niños en las últimas generaciones. “Los niños ahora son diferentes” ella comenzó a decir. Cuando le pedí que me lo aclarara me dijo: «Se sienten frustrados con mayor facilidad, a menudo lloran simplemente porque se cayó el gorro». También había observado se caían con frecuencia de sus asientos “al menos tres veces al día, eran más torpes, menos atentos, y a menudo se tropezaban con los otros niños, e incluso con la pared. “Es tan extraño. Nunca vi estos problemas en el pasado “.
Los niños sólo necesitan el tiempo, el espacio, y el permiso para ser niño. Las experiencias de aprendizaje dirigidas por los adultos vienen después. ¡Los niños preescolares necesitan jugar!
La investigación señala que los niños pequeños aprenden mejor a través de experiencias significativas de juego. Sin embargo, en el sistema actual los preescolares dedican cada vez menos tiempo al juego y más a actividades dirigidas de carácter académico. Una maestra de preescolar me escribió recientemente: “Tengo niños en edad preescolar y me siento presionada para forzar la marcha en este sentido a esta temprana edad. Además de eso, los maestros tienen tanta presión para documentar y justificar lo que hacen y por qué lo hacen, que el medio ambiente lúdico relajado se ve comprometida. Seguimos haciendo lo mejor que podemos por el bien del niño, mientras intentamos encajar estas crecientes restricciones en las que nos vemos obligados a trabajar.”
Como los padres y profesores se esfuerzan por proporcionar actividades de aprendizaje cada vez más organizadas para los niños (como hice con mi hija), las oportunidades para el juego libre –especialmente al aire libre- se ha convertido en la última prioridad. Irónicamente, es a través de actividades de juego libre y al aire libre donde los niños desarrollan muchas de las habilidades fundamentales para la vida que necesitan para tener éxito en los años venideros.
De hecho, antes de la edad de 7 años -edades tradicionalmente conocidos como «pre-académica»– los niños necesitan tener diariamente una multitud de experiencias de juego sensoriales en la que participe todo el cuerpo (lo que no ocurre con pantallas), con el fin de desarrollar cuerpos y mentes fuertes. Esto se hace mejor al aire libre donde todos los sentidos están completamente despiertos y sus jóvenes cuerpos son desafiados por las siempre cambiantes e irregulares condiciones de un entorno impredecible.
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Los años preescolares no son solo una etapa en la que los niños aprenden de forma natural a través del juego, sino también un período crítico del desarrollo. Si no tienen suficientes ocasiones de moverse libremente, jugar y experimentar, cuando llegan a la edad del aprendizaje académico parten con desventaja: son más torpes, tienen dificultades para prestar atención, para controlar sus emociones, para la resolución de problemas y en la interacción social. Estamos viendo aparecer cada vez más problemas sensoriales, motores, y cognitivos, debido en parte a la falta de oportunidades para moverse y jugar a una edad temprana.
¿Qué hacemos los adultos cuando surgen estos problemas? Tratar de solucionar lo que se podría haber evitado en primer lugar. Cuando los niños llegan a la escuela primaria, ponemos en práctica las técnicas de respiración especiales, herramientas para afrontar situaciones, les enseñamos habilidades sociales y utilizamos ejercicios especiales en un intento de «enseñar» a los niños a estar en silencio y para mejorar la atención.
Sin embargo, estas no son habilidades que “haya que enseñar”, sino algo que se adquiere de forma natural en la infancia temprana a través de experiencias de juego libre significativas.
Si a los niños se les dieran la oportunidad de jugar al aire libre mucho tiempo todos los días con sus compañeros, no habría necesidad de enseñarles técnicas sociales o de meditación para resolver los problemas generados por la falta de juego. No son cambios que cuesten dinero o que requieran mucho trabajo Los niños sólo necesitan el tiempo, el espacio, y el permiso para ser niño. Las experiencias de aprendizaje dirigidas por los adultos vienen después. ¡Los niños preescolares necesitan jugar!
Traducido del artículo:
The decline of play in preschoolers and the rise of sensory issues