Necesitamos una economía más ética, y una nueva ética socio-ambiental. Acá es donde una espiritualidad que replantee valores humanistas y ecológicos puede hacer una gran diferencia y contribuir a superar las profunda crisis actual que amenaza al mundo.
Alberto Isakson
Estudios Nueva Economía
La profunda crisis socio-ambiental por la que atraviesa actualmente el mundo ha revivido los cuestionamientos al sistema económico. Si bien el sistema ha generado riqueza material, ésta no ha sido gratis, pues hemos sobreexplotado la naturaleza hasta tal punto que incluso estamos cambiando el clima, poniendo con ello en riesgo la supervivencia de la vida tal como la conocemos.
Paradójicamente, una crítica profunda está emergiendo desde la espiritualidad católica, materializada en la última encíclica Papal Laudato Si. Resulta interesante que en su diagnóstico el Papa Francisco coincide con diversos economistas y activistas sociales críticos al sistema, afirmando que necesitamos cambiar urgentemente nuestra economía, pues la crisis ecológica y social ya no es sostenible. A los ojos del Papa, la crisis no es sólo medioambiental, sino que también humana, pues junto con degradar la naturaleza el sistema económico ha transformado a las personas en individuos avaros obsesionados con el dinero, el estatus y el poder, generando violencia y desgarrando el tejido social. Así, la sociedad y el medioambiente se degradan juntos.
Al cuestionar y replantear la relación “humano-naturaleza”, la encíclica constituye una modernización de la teología cristiana-católica a las problemáticas socio-ambientales del siglo XXI. A la vez hace hincapié en la idea de que todo está conectado, y que así el hombre es naturaleza, es tierra, es agua, y forma parte de una vida que va más allá de su propia corporalidad y especie.
Para la iglesia católica, que tradicionalmente (en su generalidad) ha estado ajena a la crítica económica y se ha ubicado cerca de los grupos poderosos de la sociedad, los postulados de la nueva encíclica resultan ser profundamente revolucionarios. Por ello resulta interesante analizar cuál será la reacción de sus feligreses, y un ejemplo de esto se dio en el 3er Congreso Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile (2016), cuyo objetivo fue precisamente dialogar sobre la encíclica en torno a la pregunta ¿qué vamos a dejar para el futuro? A este encuentro asistieron importantes figuras del Estado, iglesia, universidad (diversas disciplinas), ONGs y sector privado (lista acá).
Crítica al sistema económico
Interesantemente, a pesar de que la PUC es un ícono de la élite chilena y su conservadurismo, la mayoría de los expositores del congreso compartieron el diagnóstico del Papa, y el análisis que se hizo sobre el estado del mundo fue profundamente crítico. De hecho, los sacerdotes presentes criticaron abiertamente la economía de mercado: El cardenal de Tegucigalpa apuntó “al modelo económico que no se detiene frente al envenenamiento de la tierra” y que “el mercado se ha vuelto un nuevo dios”. El Padre Hughes (Misionero Amazónico) denunció el extractivismo del modelo, y que tala de la Amazonía está llevando a la desaparición de más de 400 tribus con más de 300 idiomas y culturas, cuestionando así el concepto de desarrollo esgrimido por la sociedad moderna.
Hubo un consenso general en que el origen de los problemas es la ética del lucro y acumulación que impera en la economía actual, pues la ganancia y la obsesión de convertirlo todo en oro subyugan el bien común al interés privado. También se hicieron lecturas desde la sabiduría y espiritualidad mapuche, apuntando a la desconexión del hombre con la naturaleza y su pérdida de identidad como las causantes de la masificación de la ética monetaria y por lo tanto de las crisis.
En la encíclica el papa profundiza este tema y discute los “mitos de la modernidad” (210): creer en el individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, y libre mercados. Gastón Soublette apuntó a que el individualismo vendría a ser producto del encierro de las personas en sí mismas, de su soledad, y que guiadas por el mercado las personas caerían en un consumismo compulsivo y obsesivo, produciendo un falso sentimiento de libertad cuando en la realidad viven esclavas. El consumismo estaría alienando al hombre, produciendo agotamiento físico, psíquico, stress, obsesión y ansiedad, llevando a lo que Soublette denominó la sociedad del cansancio.
Al responder a la pregunta guía (¿qué vamos a dejar al futuro?), casi la totalidad de los panelistas abogaban por la necesidad un profundo cambio económico y social para salvar al mundo, lo que es de hecho el llamado que hace el mismo Papa. No obstante, para ello hay muchas cosas que debemos cambiar. Debemos cambiar nuestra idea de progreso y bienestar. Dejar el individualismo, consumismo y la maximización. Dejar la mercantilización de personas y naturaleza. Dejar lo que el papa llama el modelo de descarte, que trata al medioambiente y a la gente como basura. Dejar de lado lo innecesario y replantear nuestro consumo, pues como dice el papa (206), comprar es también un acto moral. Cambiar también los procesos industriales, la forma de hacer empresas, los conceptos de competitividad y eficiencia. Cambiar las estructuras de poder. Repensar los derechos privados y abogar por más derechos comunitarios. Abandonar la idea de que somos los dueños de la naturaleza y que la podemos comprar y usar a nuestro antojo.
En fin, debemos cambiar nuestra forma de vida y replantear nuestra modelo de desarrollo. Cambiar el capitalismo y reemplazarlo por una economía sustentable con una ciudadanía empoderada, sin pobreza y con muchísima mayor igualdad, pues la desigualdad y concentración de riqueza genera violencia. En otras palabras, debemos cambiar nuestro paradigma económico que está en crisis.
Pero, ¿qué piensan los economistas?
En estos cambios las universidades juegan un rol fundamental. Debemos revisar la forma en que desde las ciencias explicamos el mundo, y sobre todo repensar los valores éticos que se están reproduciendo en las aulas. Esto apunta principalmente a las escuelas de economía y negocios, de donde salen los futuros empresarios y hacedores de políticas públicas. Es precisamente allí donde se necesita urgentemente una mirada crítica y cambiar la forma en que entendemos la economía.
Comprendiendo esta necesidad, en el congreso UC hubo un panel especialmente dedicado a la economía con diversos exponentes de gran renombre del mundo empresarial y económico. Lamentablemente, dado lo que allí se presentó, pareciera que no están en la sintonía de los cambios profundos que se necesitan. Sino que por el contrario, en sus discursos evidenciaron creer religiosamente en aquellos “mitos económicos” que el Papa critica.
Desde el empresariado se argumentó sobre la necesidad de aumentar el consumo (Mito del consumismo), y M. Allamand afirmó que “quienes critican el consumismo son de la clase alta, burgueses que ya consumieron todo”. Para los empresarios la sustentabilidad no tiene relación directa con la naturaleza o sociedad, sino que sustentabilidad es cuando una empresa es lucrativa a largo plazo (“es exitosa”). Pero para ser lucrativa deben tener “buenas prácticas” (“ser verde”), pues de lo contrario el mercado las castigará quitándole la clientela. Así, el cuidado socio-ambiental no es un objetivo, sino que se da indirectamente en la medida en que las empresas compiten y quieren vender más, porque el “mercado se auto-regula” (Mito de la competencia y libre mercado).
Los economistas (todos neoclásicos) argumentaron que el crecimiento económico es el objetivo principal de la economía, y lo consideran sinónimo de desarrollo, progreso y bienestar. Creen que se puede crecer infinitamente, como si la Tierra no tuviera límites (Mito del progreso indefinido). A su vez, afirman que la esencia del hombre es el egoísmo y la búsqueda exclusiva de su beneficio personal (Mito del individualismo), por ello, la propiedad privada y el sistema capitalista serían expresiones de la “naturaleza humana” y no tendría sentido tratar de cambiar el sistema.
Estos discursos evidencian que la ciencia económica falla en entender la gravedad crisis, pues carece de una ética socio-ecológica y está desconectada de la realidad. Por eso sus políticas públicas y las decisiones empresariales no son capaces de resolver los problemas, sino que los profundizan.
¿Cómo podemos cambiar?
Como se ha discutido, la crisis socio-ambiental evidencia que vamos por el camino equivocado y nos plantea el enorme desafío de cambiar. El gran problema es que para cambiar nuestra forma de vivir, debemos primero cambiar nuestra forma de pensar. No encontraremos un camino nuevo permaneciendo en la consciencia actual, la cual ha sido primariamente el origen de los problemas.
Por ello, se requiere urgentemente una revisión y replanteamiento de la economía, tanto como ciencia (universidades) como en la práctica (empresas y políticas). En esto es esencial entender que los modelos mentales y económicos que llevaron a la crisis no la van a solucionar, sino que solo la pueden profundizar y seguir generando círculos viciosos.
La solución está en hacer economía de forma distinta. Acá es precisamente donde economía y espiritualidad tienen muchísima más relación de la que se pensaría a simple vista, pues nuevos valores éticos pueden contribuir a cambiar nuestra economía. Como sugiere el Papa, debemos movernos del individualismo a lo colectivo, y de lo materialista a lo espiritual. En este sentido Laudato si’ hace un aporte gigantesco, y por los cambios estructurales que propone es profundamente revolucionaria. De hecho, sin si quiera emplear el término “capitalismo”, la encíclica hace una crítica al alma del sistema. Así, por sus postulados, la encíclica está más cerca de los pobres y marginados que de los poderosos, más cerca de la ecología-marxista que de la escuela de Chicago, lo que constituye una profunda renovación teológica, espiritual y política.
La religión económica
Resulta sumamente paradójico que la espiritualidad cristiano-católica se haya actualizado para enfrentar la crisis socio-ambiental mientras que la teoría económica no. Lamentablemente esto refleja que los economistas tienen dogmas más rígidos y que son más conservadores que la misma religión y sus sacerdotes. De hecho, como manifestaron en el congreso, ni siquiera comparten el diagnóstico del Papa, sino que por el contrario, defienden religiosamente el modelo. Esta rigidez de pensamiento debiera ser una alarma y llamado urgente a los economistas a actuar como científicos sociales y a dejar los dogmas del libre mercado. Como explicó el cardenal de Tegucigalpa, hay que poner al mercado en el lugar que le corresponde, y no como dios.
Si bien es cierto que el crecimiento económico ha ayudado a reducir la pobreza, es necesario comprender que este progreso material está costando una enorme crisis social y ambiental. A su vez, no se trata de una discusión infantil entre “más Estado” o “más mercado”. Sino que se trata de corregir nuestra carrera directo hacia un abismo, y construir una sociedad con más igualdad, democracia y empoderamiento de las personas. Por ello se necesita urgentemente que los economistas y empresarios cambien su paradigma de acumular, y sean más abiertos con su forma de pensar la economía y de entender la relación humano-naturaleza. A su vez, deben ser más autocríticos y asumir la responsabilidad del modelo que han ayudado a construir, y enmendarlo.
Finalmente, necesitamos una economía más ética, y una nueva ética socio-ambiental. Acá es donde una espiritualidad, laica o no, que replantee valores humanistas y ecológicos puede hacer una gran diferencia y contribuir a superar las profunda crisis actual que amenaza al mundo.
Alberto Isakson es economista de la U. de Chile con especialización en temas relacionados al medio ambiente y la sustentabilidad en las universidades de Upsala y de Ciencias Agrícolas de Suecia. Miembro de Estudios Nueva Economía. www.estudiosnuevaeconomia.cl