El médico pediatra de la Universidad de Chile, Dr. José Antonio Soto Luque, es enfático al señalar que muchos de los problemas y enfermedades que presentan hoy los niños y adolescentes corresponden a una sociedad enferma y a un sistema educacional y familiar que no es capaz de ver ni entender a los menores. Por lo mismo, desde hace más de 15 años que trabaja junto a los niños y sus padres desde la medicina antroposófica, ayudando a sanar el alma para así luego mejorar el cuerpo.
Alejandra Vidal de La Cerda / Fotografías: José Miguel Rojas
Sentado en su consulta ubicada en la comuna de Providencia y rodeado de juguetes que invitan a la curiosidad de niños y también de adultos, el Dr. José Soto Luque escucha con atención las consultas y dudas de los padres, sin perder de vista el comportamiento de los más pequeños, sus pacientes.
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Titulado como médico de la Universidad de Chile en 1986, y luego como pediatra de la misma universidad, en 1991, Soto Luque siempre tuvo una visión integral de la medicina pero no lograba encontrar las herramientas para desarrollar este enfoque. Y si bien trabajó en hospitales y clínicas privadas, centrando su trabajo en neonatología, UTI, atención del recién nacido, partos y consultas, se sentía fuera de lugar. “Siempre estuve en una suerte de incomodidad, porque en el fondo la medicina tradicional ve la enfermedad con la lógica de la guerra, donde al enemigo hay que destruirlo. Y ya sabemos que esa lógica no funciona. Yo tenía una visión más holística y después me vine a dar cuenta”, cuenta con humor el doctor Soto.
Sin embargo, las respuestas llegaron en 1998, cuando el doctor descubrió y comenzó a hacer su propio camino en la medicina, ya que en ese año realizó un curso de homeopatía donde conoció a Guillermo Boldrini, quien lo maravillaría con la antroposofía. “Con el curso de homeopatía, se me abrió el mundo y nacieron muchas preguntas que se empezaron a contestar con la antroposofía. Esta disciplina te da un cuerpo de conocimientos, una filosofía, una forma de ver la existencia. Te ordena el mundo. Y eso se agradece en este caos”, comenta.
¿Cuándo tomas la decisión de ser médico antroposófico?
“Partí exactamente en 1999, aunque en ese año fue una mezcla entre homeopatía y antroposofía. Después lentamente fui tomando una visión más antroposófica e hice un curso en Chile de cuatro años con médicos de la Asociación Brasilera de Medicina Antroposófica”.
¿Cómo es la medicina antroposófica?
“Hay dos diferencias principales. La primera es que la medicina antroposófica, al ser holística, pide un camino de desarrollo personal. Ésta debe tener sentido para los padres, desde su interior, desde su visión y sensibilidad. Eso marca la diferencia, y es muy importante porque es la primera condición, no solo para el médico sino para el paciente y su familia. Entonces, los padres tienen que desarrollar un estilo de crianza más holístico. Y eso hace que tengan que ver sus propias carencias, sus propios paradigmas, debiendo hacer una revisión de esos temas. Como padres debemos revisarnos, porque en lo que se refiere a la crianza debo empezar a aprender a no traspasar carencias, y pasar de un sistema autoritario a uno amoroso. Eso es fundamental”.
“Lo segundo es la visión del médico sobre la enfermedad. En la medicina tradicional, la enfermedad es un enemigo y hay que matarlo como sea. Para la medicina antroposófica, la enfermedad es una forma en que se comunica el alma a través del cuerpo. Es una manifestación de un desequilibrio interior”.
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Orígenes de las enfermedades y tratamientos naturales
¿Por qué algunos niños que se crían en un entorno saludable a veces desarrollan enfermedades como el cáncer, incluso siendo bebés?
“La medicina antroposófica entiende que el ser humano es un ser espiritual que vive una vivencia material. De alguna forma, ese ser eligió una línea hereditaria. Y cuando es muy chiquitito y todavía no ha hecho vida, está asumiendo un tema que es más bien familiar. No es un karma, sino que como dice Rudolf Steiner nosotros sacamos conclusiones de acuerdo con lo que vivimos, pero no acerca de lo que no vivimos. Entonces, hay algo súper interesante, porque si el bebé por ejemplo no hace esa enfermedad, a lo mejor habría pasado algo diferente o más complicado para esa familia y para el mismo bebé, por lo que asume lo mejor, ya que ese ser espiritual sabe que pueden pasar cosas que son dolorosas pero necesarias para toda esa línea hereditaria”.
“Y las enfermedades más banales muchas veces son porque hay niños que son verdaderas cajas de resonancia de la problemática familiar. Por ejemplo, una mamá que está muy cansada, literalmente “echa bolsa”, pero que sigue como una guerrera dando la pelea, su guagua se le va a enfermar reiteradamente, porque ahí ella debe considerarse dentro de la ecuación, no fuera. La verdad es que nuestra cultura es antifamilia, y eso debiésemos saberlo e implementar acciones al respecto”.
¿Cómo trata la medicación la medicina antroposófica?
“La idea es tratar de generar un puente, de encontrar puntos en común con la medicina tradicional, porque sin duda esta tiene grandes éxitos, como lo es la medicina de urgencia. Dicho esto, la medicina antroposófica usa lo que tiene sentido. Evidentemente un niño con una bronconeumonía bacteriana va a necesitar antibióticos, y yo también los voy a dar. Pero no voy a usar químicos por si acaso. Y unido a la lógica de qué hay detrás de la enfermedad, uno debiese preguntarse qué ocurre realmente con la persona, pero no a un nivel paranoico, sino que de verdad hacer cambios que me generen felicidad; porque está claro que en la medida en que yo me conozco, soy más feliz”.
¿La medicina antroposófica complementa de manera natural lo que hace la medicina tradicional, con el uso de químicos?
“En situaciones complejas sí, en otras no. Por ejemplo, en un niño asmático no uso corticoides, salvo en una crisis. En mi situación, es caso a caso. Si veo que una familia tiene más manejo, más madurez, se va viendo. Sin embargo, hay médicos antroposóficos que son mucho más arriesgados, y otros son más conservadores, a la hora de no usar tratamientos tradicionales, en enfermedades más complicadas.”
“Es la educación la que está generando el déficit atencional. O sea, cuando a un niño normal lo sobrecargas de estímulos desde el año de vida, o cuando tratas de generar una intelectualización precoz, motivando la lectoescritura antes de los seis o siete años, o le fomentas el “ser exitoso” a una edad tan temprana, se genera un estado de consciencia que le va a producir estrés per se.”
Y frente a las enfermedades comunes, como resfriados, ¿cómo es el tratamiento?
“La verdad es que la historia ancestral demuestra que la mejor forma de atacar las enfermedades es con cosas naturales. La influenza por ejemplo es una enfermedad que se manifiesta a nivel masivo, porque está develando lo agotados que estamos a nivel neurosensorial. En este caso, uno necesita reposo en cama, tranquilidad, oscuridad. Entonces, ¿te fijas que esta enfermedad es un regalo para descansar una semana? Lo que pasa es que la mayoría de la gente no puede hacerlo. Estamos en un sistema de producción que no te permite faltar una semana al trabajo. Pero eso es lo que está pidiéndole el alma al cuerpo”.
“Cuando hay fiebre, el sistema inmune se resetea. En la infancia, la fiebre además genera madurez neurológica, o sea es muy útil para el neurodesarrollo, porque mejora la conexión del alma con el cuerpo. Y también a nivel emocional ayuda, porque cuando estás en cama, con fiebre, tienes la consciencia alterada, situación similar a cuando estás con angustia en tu vida. Entonces la fiebre te prepara amorosamente, porque si te enfermas en la infancia la mamá te va a cuidar. Si se enferma el marido, está la esposa. Entonces, en una situación alterada de consciencia, tienes la experiencia de que se pasa mejor si eres cuidado, desarrollándose toda una proyección psicológica psiquiátrica de manejar algo en forma natural”.
¿Y qué ocurre con las convulsiones febriles?
“Las convulsiones febriles, que es el gran tema por el cual los pediatras dan antipiréticos, no tienen una relación directa con la temperatura, sino con la velocidad del alza febril y con la inmadurez neurológica. No sabemos qué niños son más inmaduros en ese sentido y tampoco sabemos la velocidad, entonces no tiene mucho sentido dar antipirético a los 38,5 grados de temperatura. Lo que uno debiese aprender es a “conducir” la fiebre. Lo que hace la mayoría es dar el paracetamol y olvidarse. Sin embargo, todos los padres debiesen ser expertos, y dar protección, cobijo, manejar los pañitos fríos en el cuerpo. Y con eso las convulsiones febriles, que son como el 1%, bajarían notablemente. Porque un niño que está neurológicamente tranquilo, sin susto y sin excitación, no va a predisponer al cerebro a tener una crisis convulsiva. Y lo segundo es saber que la convulsión febril no deja secuelas. Ahora, un niño con repetidas convulsiones febriles es otro caso, y ahí un médico antroposófico puede compartir la opinión de los neurólogos, probablemente complementando los químicos con remedios naturales”.
Síndrome de Déficit Atencional: el mal de moda en la etapa escolar
¿Qué pasa con el Síndrome de Déficit Atencional (SDA) y con el aumento de niños diagnosticados del último tiempo?
“Creo que es una situación muy grave y muy compleja. Desde nuestra visión, es la educación la que está generando el déficit atencional. O sea, cuando a un niño normal lo sobrecargas de estímulos desde el año de vida, o cuando tratas de generar una intelectualización precoz, motivando la lectoescritura antes de los seis o siete años, o le fomentas el “ser exitoso” a una edad tan temprana, se genera un estado de consciencia que le va a producir estrés per se. Y si además está con muchos niños en la sala de clases, y si tiene un profesor agotado, que no puede preocuparse de cada niño individualmente porque está sobrepasado, el resultado es déficit atencional”.
“Ahora el tema es complejo, porque en la cultura que vivimos a veces no queda otra. Tengo colegas que trabajan en consultorios y a veces la opción es dar químicos, porque los niños no tienen papás que puedan entender, quedando el menor solo contra el mundo. No es que los químicos sean buenos, pero hay situaciones en las cuales lo único que podemos tener a mano son químicos. Sin embargo, un neurólogo jamás en la primera consulta debiese decir este niño tiene déficit atencional y recetar Ritalin. El niño con sospecha de déficit atencional debiese tener una evaluación con una psicopedagoga, y después de un análisis se debiese llegar a un tratamiento en el cual una de las herramientas fuesen los químicos si es necesario, pero sin olvidar otros apoyos”.
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¿Qué hay detrás de los niños diagnosticados son SDA?
“Primero hay que aclarar que los niños que he recibido con supuesto SDA tienen bloqueos emocionales y por la angustia no ponen atención. El 70% son artísticos, que no tienen interés de escuchar algo fome. Y para que estén tranquilos, les bajan el nivel de inquietud creativa con químicos. Y hay niños incluso con problemas de integración sensorial, o con dislexia, pero lo que necesitan es otra educación, no químicos. Y hay menos de 1% de niños que podríamos hablar de déficit, pero que tienen un poco de todo lo anterior”.
¿Qué ocurre con la intelectualización precoz que algunos jardines infantiles en Chile están buscando para sus niños?
“Bueno, ahí tenemos un problema serio. Una de las grandes ventajas de la medicina antroposófica con la educación Waldorf es la figura del médico escolar. El médico en la escuela es fundamental para enseñar, junto con el equipo docente, qué necesita y qué es armónico para un niño según su edad. Desde el punto de vista de la neurofisiología, un niño no está preparado antes de los seis años para el pensamiento lógico y racional. Si yo le enseño lectoescritura a los 4 ó 5 años, estoy forzando un proceso donde no existe una preparación. Lo puede hacer, pero eso tiene consecuencias. Y eso es la intelectualización precoz”.
“Los primeros siete años el niño está formando su cuerpo. Si empiezo a despertar el pensar antes, voy a dificultar ese proceso y voy a generar enfermedad emocional y física. Y está pasando, pues tenemos niños con problemas neurológicos y con trastornos obsesivo-compulsivos (TOC). El estímulo que dan la televisión y los videojuegos es peor. Un niño pequeño no debiese ver televisión, pero ahí los padres deben cuestionarse, porque si yo como padre entiendo por qué el niño no debe ver televisión, el primero en decir que no debe hacerlo seré yo”.
Como sociedad, ¿cómo podemos enfrentamos a esta situación? ¿Qué rol les compete a los padres?
“Yo creo que lo primero es dejar en claro que el déficit atencional no es de los niños, sino que es creado por una educación que no se conecta con ellos. No está viendo las necesidades de la infancia. Entonces, la educación tiene que cambiar. Tiene que ver quién es el niño y qué necesita, de forma individual y de forma grupal. Y eso significa que el profesor debe revisarse a sí mismo también; y cambiar cosas como el SIMCE. Eso debería ser secreto, no ser publicado. El impacto de estrés que produce en los niños es terrible. En definitiva, el sistema educacional está mal y un síntoma de ello es el déficit atencional. Es sólo cosa de ver cuántos niños están tomando pastillas”.
“Lo segundo es saber realmente qué hacen las pastillas, que en apariencia ayudan, pero la verdad es que están anestesiando. A nivel físico, generan temblores, problemas con el ritmo cardiaco, problemas hepáticos. A nivel emocional, producen sensación de vacío, sensación de que no soy el que soy y, por último, el problema más grave es que se olvida que la construcción de la personalidad es paso a paso. Entonces, si yo no tengo la vivencia de quién soy, y uso algo que me adormece, voy a quedar con áreas de mi desarrollo inconclusas. Entonces de adulto puedo tener problemas de infantilismo. Es como tratar de hacer madurar una fruta a la fuerza. No se puede, siempre tendrá un sabor distinto”.
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“En cuanto a los padres, estos deben preguntarse si sus hijos están en el colegio adecuado. ¿Qué pasa con los artistas? Si los pones en un colegio academicista es Ritalin seguro. Entonces, estos chicos, en términos ideales, deben ir a colegios para ellos. Y lo segundo es cuestionarse si la crianza que estoy dando es lo que realmente quiero, o si estoy haciendo un traspaso generacional en base a lo que a mí me dieron. O quizás estoy haciendo todo lo opuesto, que al final es lo mismo, porque finalmente no estoy viendo a mi hijo. La educación de hoy exige que observemos al niño con atención, que nos preguntemos quién es, qué necesita. Como dice Maturana, mirar al niño como un legítimo otro. Y también está el cambio de paradigma, porque muchos quieren que sus hijos sean exitosos. Pero éxito y felicidad no son lo mismo. Hay gente que prefiere privilegiar el éxito, pero debe saber que es a expensas de la felicidad y de la libertad individual. La felicidad es un proceso interior, nace a medida de que algo cobra sentido para mí”.
¿Y qué pasa con los niños cuando los padres no quieren hacerse cargo?
“Digamos que no pueden, no que no quieren; porque al final estos padres que no se hacen cargo, lo que están haciendo es un traspaso transgeneracional de carencias. No han podido cambiar la historia. Como sociedad, debemos entender que tenemos un estilo de vida muy dañino. Y lo primero que debiésemos hacer es generar redes: ayudarnos entre todos a cuidar a los niños, turnarse, y así sería más fácil”, concluye el Dr. Soto Luque.
José Antonio Soto es pediatra de la Universidad de la Universidad de Chile dedicado a la medicina antroposófica; ejerce también como médico escolar en Jardines Waldorf y ha participado como docente universitario en magister de educación. Padre de cuatro hijos, es además escritor y poeta. www.drjosesotoluque.cl |