Cuando los movimientos se aceleran y no somos capaces de navegar en medio de ritmos muchas veces vertiginosos, es importante comprender que somos parte de una pulsación mayor y que también somos responsables de poder regularla. Para reflexionar sobre ritmos y equilibrios, compartimos un texto del doctor hindú K. Parvathi Kumar, doctor en Letras de la Universidad de Andhra, donde fue nombrado profesor honorario, y presidente global de la World Teacher Trust, una organización mundial de personas que se sienten inspiradas por las vidas y enseñanzas de los Grandes Maestros de la Sabiduría Eterna.
Cuando se observa la naturaleza, se reconocerá que hay sistema y ritmo. La actividad de la naturaleza es absolutamente predecible, el grado de impredecibilidad es muy pequeño: el devenir de las estaciones, el crecimiento la fauna y la flora, el movimiento de los planetas alrededor del sol tanto como alrededor de sí mismos y también el movimiento del sol alrededor de un sol central… todos tienen un ritmo y una periodicidad, que son seguidas por la naturaleza. En consecuencia, toda la creación se mantiene en equilibrio.
Nosotros también logramos el equilibrio cuando desarrollamos un buen ritmo y un sistema en nuestras vidas. El ritmo conduce a la manifestación de corrientes electromagnéticas, lo que nos hace magnéticos y produce una realineación de nuestras líneas internas de fuerza: las corrientes que se habían sido bloqueadas previamente comienzan a fluir. Un pedazo de hierro se convierte en imán a través de un orden adecuado de las estructura de los átomos, y de igual manera, puede magnetizar otros pedazos de hierro a su alrededor. Aquél que se llena del conocimiento de lo divino inspira y magnetiza sus alrededores a través de sus ojos, su tacto y su palabra. La invocación y la visualización de un maestro en meditación también magnetiza, como si se invocara un imán y resultáramos cargados de energía para poder trabajar por el prójimo.
Cuando el ritmo se altera, se afecta el flujo de la fuerza de la vida, del prana. Ésta es la causa de la enfermedad, del decaimiento y de la muerte. La sanación se produce con la actividad rítmica del alma, ya que es un proceso que elimina los obstáculos del flujo libre de la energía del alma, además de eliminar obstrucciones tales como fatiga y conflicto. La fatiga es común en el trabajo diario, siendo el interés, el buen humor y la paciencia sus antídotos. A menos que tengamos un gran interés en nuestros deberes, la rutina diaria se convierte en algo muerto, nos envuelven los hábitos y nos volvemos negligentes. De igual manera, la meditación y el rezo hechos como asuntos de rutina no traen frescura. La naturaleza nos ofrece algo nuevo cada día. Si podemos ver lo nuevo que viene a nosotros cada día en esa misma rutina, la habremos transformado en un ritual. La rutina es circular y permanece en el mismo lugar, el ritmo es espiral en su movimiento. El flujo libre, rítmico de la energía nos eleva y desarrolla la conciencia y revela su sentido.
El ritmo nos ayuda a ordenar la actividad material de la vida y a establecer una práctica espiritual continua. En cada aspecto de la vida debe haber un ritmo: en el trabajo, en el descanso, en las comidas, en los rezos, la meditación y el estudio. Todas las actividades principales de nuestras vidas deben ser rítmicas. La energía del séptimo rayo del orden rítmico es llamada Svaraj en el Oriente, y significa “autónomo”. En consecuencia, el primer paso en el proceso de iniciación es gobernarse y también el permitir a otros que se gobiernen a sí mismos, sin permitir que nos gobiernen. Si tomamos un ritmo y lo mantenemos por muchos años – por ejemplo, meditando diariamente en la mañana y también en la noche – el séptimo rayo conferirá, usando las palabras del Maestro Djwhal Khul, “resultados mágicos sorprendentes.”
Estableciendo un Ritmo
La mayoría de las personas no ordena bien su vida cotidiana; se deja dirigir por el exterior. La vida externa genera demasiados elementos que nos comprometen y que nos alejan de la vida interna. Hemos desarrollado tal sistema en el exterior que estamos presos en él. Es necesario ordenar la vida en función de la economía, la familia y la sociedad, pero ¿hasta qué extremo? Las enseñanzas de la sabiduría dicen que la vida espiritual crece como una pirámide sobre la base del cuadrángulo formado por una vida social, familiar y económica moderadas.
Mientras no tengamos el ritmo apropiado en nuestra vida externa, no podemos meditar. Tal vez nos sentemos en la mañana y la tarde, pero nuestra mente se va a las cosas externas, recordando los incidentes y las conversaciones del día, e incluso si la traemos de regreso de cuando en cuando, se escapa inmediatamente otra vez. Muchos no son constantes con sus ejercicios, porque las situaciones de la vida obstaculizan frecuentemente la práctica. En términos generales, nuestro cuerpo, nuestra lengua (comer/hablar) y nuestra mente no aceptan el ritmo recomendado para la práctica espiritual, pues tienen el hábito de no tener un ritmo. La personalidad nos abruma con facilidad. Sólo nos permite ir a nuestro interior si cumplimos nuestros deberes y responsabilidades.
Cuando intentamos establecer un nuevo ritmo, fracasamos muchas más veces de las que lo logramos, porque la fuerza del ritmo anterior se nos opone. Riámonos de nuestros fracasos, sobre todo, no intentemos encontrar las causas de tales fracasos en el exterior: todas las causas son interiores. Cada cual debe encontrar su propio ritmo y seguirlo como un ritual. Lo que creamos correcto puede no necesariamente ser lo que otros consideren correcto. Debemos entender esto y respetarlo sin comentarios. Debemos recordar esto cuando deseemos ayudar a alguien a vivir de la manera adecuada. Nadie puede ayudar a otro que no se ayude a sí mismo a encontrar un nuevo ritmo.
Respirar, meditar, observar… todos los ritmos y rituales tienen como objetivo final la transformación de la materia de nuestro cuerpo de una manera natural, para permitir un desarrollo más rápido. Para esto necesitamos ritmo en nuestra vida diaria, una actitud de distanciamiento y un sentido de ofrenda y sacrificio. Nuestro cuerpo es el templo en el que vive el alma, el lugar del ritual santo. Mientras más nos sacrificamos en el servicio al prójimo, en términos de tiempo, dinero, y energía de vida, más nos liberaremos de la personalidad y podremos entrar en el templo del corazón. De esta forma, el ritual y el ritmo trabajan como sacramentos para cambiar y para extender la naturaleza del hombre.
Fuente:
https://www.worldteachertrust.org/es/web/basics/rhythmical_living