Más allá de polémicas científicas o de predicciones diarias dudosas, la astrología es un lenguaje. Un lenguaje milenario que desarrolló el ser humano desde sus primeros días sobre la Tierra, al elevar la mirada al cielo e intentar entender su relación con el universo. Desde entonces nos hemos preguntado de qué manera estamos conectados con los astros, en general, y nuestras vidas particulares. Porque somos parte de la danza estelar la astrología nació como una forma de entenderla. A continuación revisamos parte de su camino hasta los tiempos actuales, un recorrido milenario que a pesar de detractores y cambios, perdura hasta hoy.
En términos generales la astrología se podría resumir como el estudio de la relación entre eventos celestes, y las constelaciones, en el planeta (incluyéndonos), basándose en la interpretación de su correlación con los sucesos terrenales. Ahora bien, convengamos en que muchos autodenominados astrólogos, han contribuido a crear una visión despectiva con respecto a esta mirada, generalmente buscando el lucro, la fama, o ambos. Este camino ha llevado a la astrología a ser considerada una “pseudociencia”, dejando de lado un camino milenario, que ha trascendido culturas, continentes y épocas, con base justamente en nuestra conexión con la bóveda celeste.
De hecho, durante los tiempos precristianos fue un lenguaje presente en todo el planeta: Egipto, Babilonia, Grecia, India, Oriente, Europa y América, quedando sus registros presentes en escrituras en piedra e historias orales que cruzaron generaciones durante milenios. Una forma de vida que tenía los ojos fijos en el cielo, para observar y establecer patrones comunes que les ayudaran a cosechar, sembrar o viajar.
Si bien sus primeras evidencias datan de hace 25.000 años, con el hallazgo de marcas en huesos y en paredes de cuevas, los primeros registros escritos sobre la práctica de la astrología datan del segundo milenio a.C, en la ciudad de Babilonia (Mesopotamia), donde sólo los sacerdotes podían hacer interpretaciones basadas en la observación de los astros, detallando cómo afectarían los cuerpos celestes a la sociedad, especialmente al rey y al Estado. Esto quedó registrado en el Enuma Anu Enli, una serie de 70 tablillas cuneiformes con cerca de 7.000 presagios.
Fue con el Tetrabiblos, obra del astrólogo, astrónomo, químico, geógrafo y matemático Claudio Ptolomeo (100-170), quien vivió en Alejandría (Egipto), donde se sentaron las bases de la astronomía occidental, haciendo hincapié en el aspecto individual de la interpretación astrológica. Aquí se originó el concepto de horóscopo personal, o la idea de que las personas pueden leer e interpretar las estrellas para aprender sobre sus propias vidas
Pero además del zodíaco occidental, en el mundo existen otras prácticas culturales integradas a la mirada astrológica, como la astrología védica en India, o la china, arraigada en la filosofía taoísta, que asigna signos animales en función de los años de nacimiento. También, por supuesto, en América y en los pueblos originarios que habitaron la larga y angosta faja de tierra que hoy es Chile.
Ejemplos hay muchos, como la fiesta de We Tripantü (la fiesta del nuevo sol o nuevo año) del pueblo mapuche, asociado con las Pléyades, uno de los cúmulos estelares más prominentes del cielo nocturno. Además, podemos destacar el rol de los Amautas, palabra que viene del quechua hamawt’a que significa “maestro” o “sabio”. Estas personas se dedicaban a la educación formal de los hijos de los nobles y del Inca, pero también observaron las estrellas, en un principio con la finalidad de prevenir los malos tiempos para malas cosechas, para luego ir registrando la existencia de otros planetas y el movimiento de los astros.
La compleja relación entre ciencia y astrología
Esta visión sobre la influencia de los astros en las personas y su quehacer, proveniente de diversos pueblos y culturas, evidencia un punto en común. En su libro “Astrología, una verdad basada en la evidencia”, el médico chileno Sergio Ureta Barra hace un análisis de los conocimientos que forman la base de la astrología, buscando dar una explicación científica a una práctica hoy considerada esotérica. Una apuesta arriesgada, pero que levanta los elementos científicos que la sustentan, intentando “aclarar exactamente en qué consiste este conocimiento y así explicar su verdadera esencia, que el tiempo y la ignorancia han tergiversado”, afirma.
Dentro de este ensayo, publicado en 2017, el doctor Ureta explica que un sistema se define como “el conjunto de reglas, principios y/o medidas que tienen relación entre sí”, y esto sería exactamente lo que plantea la astrología. ¿Por qué? Porque el sistema solar está envuelto en la llamada heliosfera, que es el espacio máximo que alcanza la influencia solar a través de su campo magnético y de la emisión de su viento sola: “una verdadera frontera con el resto del espacio interestelar”, explica. Y agrega que este ovoide alargado es “prácticamente un sistema casi cerrado, ya que solo algunas energías y unos pocos cometas han logrado atravesarlo. Condición con la cual cumple con el requisito que define a un sistema: todas las partes de su contenido están relacionadas entre sí”.
Es decir, recibimos influencia directa del sistema solar y sus componentes, ya que somos también parte del mismo. Y esa es la base de la astrología y sus estudios.
“Lo que está contenido dentro de la heliosfera tiene sus propias leyes e influencias; cada planeta influye sobre el otro. Existen leyes gravitacionales, electromagnéticas y quizás cuántas otras aún no descubiertas y que hacen que este sistema se mantenga en un maravilloso equilibrio”, señala Sergio Ureta.
Porque finalmente, la gran pregunta que intenta dilucidar la astrología es ¿cuán influyente es la relación con los astros en nuestro mundo? En particular, en nosotros los humanos. La posición de los planetas, el sol y la luna al momento de abrir los ojos ante el mundo; la rotación del satélite natural y su influencia en las aguas y en nosotros mismos; la posición de los planetas y las siembras. Muchas de estas dudas han sido también abordadas desde la ciencia. De hecho, en sus inicios los estudios astrológicos sumaban en sus filas a varios científicos reconocidos, como el destacado astrónomo danés Tycho Brahe (1546 – 1601), quien en sus trabajos iniciales postuló la influencia del movimiento de los planetas sobre sucesos terrestres. Además, trabajó en la predicción del tiempo, realizó interpretaciones astronómicas de la supernova de 1572 (a pesar de que hoy tenemos un entendimiento muy distinto de lo que son las supernovas, esto impactó enormemente a la astrología, ya que en esa época se pensaba que el cielo era inmutable, que no podían nacer nuevas luminarias) y del cometa de 1577, y escribió cartas astrales para sus benefactores, Federico II y Rodolfo II, sumando también un importante trabajo con la alquimia. Dicho de otro modo, sin el motor de la astrología, tal vez la astronomía no hubiera sido impulsada al alto sitial científico que hoy tiene.
Como destacó el historiador John North en su obra Historia Fontana de la Astronomía y la Cosmología (The Fontana History of Astronomy and Cosmology) (1994), “si Kepler no hubiera sido astrólogo, muy probablemente no habría producido su astronomía planetaria en la forma en que la conocemos”. Johannes Kepler (1571 – 1630), matemático alemán y discípulo controvertido de Tycho Brahe, a pesar de su desdén por la astrología como medio para obtener ganancias rápidas, mantenía una firme creencia en la influencia de los astros. Kepler estaba convencido de que las configuraciones planetarias afectaban de manera física y real a los seres humanos, de la misma forma en que el clima impacta la psicología, las sociedades y las culturas de diversas regiones geográficas. A lo largo de su vida, se dedicó a comprender cómo y por qué ocurrían estos efectos, y en su obra Sobre los fundamentos más seguros de la astrología (On the more certain foundations of astrology) (1601), intentó establecer una base más sólida para la práctica astrológica. En El Tercer Hombre Interviniente, o una advertencia a teólogos, médicos y filósofos (Intervening Third Man, or a warning to theologians, physicians and philosophers) (1610), Kepler se ubicó a sí mismo como una tercera postura, un punto intermedio entre las visiones extremas a favor y en contra de la astrología, defendiendo la posibilidad de establecer una relación definitiva entre los fenómenos celestes y los acontecimientos terrestres. Con esta convicción, dedicó años a la elaboración de horóscopos y predicciones, de los cuales sobreviven al menos 800. Por ejemplo, en 1595, en el marco de sus responsabilidades como matemático del distrito de Graz, Kepler predijo un levantamiento campesino, una invasión turca y un invierno extremadamente frío, todos sucesos que se cumplieron y le dieron fama en toda Europa. Se sabe que, entre 1595 y 1606, y luego entre 1617 y 1624, Kepler elaboró una serie de previsiones, incluyendo horóscopos de personajes históricos como el emperador Augusto y Mahoma. Además, durante su tiempo en la corte, ofreció pronósticos astrológicos sobre el resultado de la guerra entre la República de Venecia y el Papa Pablo V. En su Sobre la nueva estrella (On the new star) (1606), Kepler interpretó la supernova de 1604 como un símbolo de la conversión de América, la caída del Islam y el regreso de Cristo.
Un acercamiento más moderno desde la ciencia estuvo de la mano del psicólogo y estadístico francés Michel Gauquelin (1928 – 1991), quien junto a su esposa Françoise dedicó 45 años al estudio de la astrología desde la perspectiva estadística, publicando una serie de libros y artículos. Empleó métodos rigurosos y numerosos ejemplos de cientos o miles de casos, logrando importantes resultados, como el publicado en “La herencia planetaria” (1966), donde refuerza el efecto hereditario de los planetas en términos familiares, el cual aumentaba si ambos padres tenían el mismo planeta en un sector clave, sin distinción de raza o posición social. Este largo camino de estudio de casos lo llevó a experimentar observaciones astrológicas que lo hicieron considerar seriamente la relación entre los astros y nuestros ciclos y nacimientos.
El lenguaje universal
Hoy en día la astrología se ha vuelto muy popular en occidente, especialmente cuando se trata de la carta astral o el sistema de horóscopos, donde a través de un diagrama se representa la posición de los astros al momento de algún evento.
Si bien esa es una parte de la astrología, como hemos visto a través de los siglos, su profundidad alcanza otras simbologías, especialmente cuando visualizamos al ser humano como parte de un gran sistema planetario y como una vía para comprender nuestra existencia o el devenir de las cosas.
De hecho el destacado psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo Carl Gustav Jung (1875 – 1961) exploró a través de los símbolos arquetípicos un lenguaje para comprender los patrones universales de la experiencia humana. Estos arquetipos para Jung serían imágenes arcaicas que derivan del inconsciente colectivo y son la contraparte psíquica del instinto. Estos patrones psicofísicos existirían en el universo también, por lo que poseen una naturaleza dual: tanto en la psique como en el mundo en general.
En otras palabras, Jung concibe estos arquetipos como un puente entre la materia y la energía que nos rodea, mediadores de lo que llamó el unus mundus, que sería la realidad unitaria que subyace a todos los fenómenos que observamos en el mundo físico. Algo que siempre ha estado ahí y que seguirá estando en todos los elementos que formamos parte del universo.
Ahora bien, si la astrología estudia justamente esa conexión de la humanidad con el universo y es un conocimiento milenario, ¿por qué genera tantos detractores? Para el doctor Sergio Ureta quizás lo que produce más conflicto es la palabra “astrología”, porque “la verdad es que no son estudiosos de los astros quienes la practican, a pesar de que es lo que etimológicamente indica la palabra”, explica e indica que tal vez debiese llamarse “astrofisiosicología”, un término que representa mejor su objeto de estudio: el efecto astral en las personas. Y concluye: “Me parece importante abrir una nueva ventana a su estudio más científico que, de paso, nos ayudaría al conocimiento de nosotros mismos para que este corto pasar por la vida sea lo más placentero posible. En la carta astral están las directrices para cumplir la tarea de nuestras vidas, para ser lo más feliz posible en este breve paso por la existencia terrenal”.
Fuentes:
“De Chili a Chile, origen de la astronomía en Chile”, de Patricio Bustamante, Sociedad Chilena de Historia y Geografía. Dr. Ricardo Moyano, CONICET, Argentina https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/alfonso-x-y-los-orgenes-de-la-astrologa-hispnica-0/html/023b93aa-82b2-11df-acc7-002185ce6064_12.html
Revista del Museo Chileno de Arte Precolomb. vol.21 no.2 Santiago 2016, artículo escrito por Rogert R. Fua. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-68942016000200006
“Relatos del cultor: Tomás Vilca Vilca. Material educativo oficios ancestrales, relatos andinos del Desierto de Atacama y de los Andes”; 2021 https://caserta.cl/wp-content/uploads/2021/10/Disen%CC%83o_Astronomi%CC%81a.pdf
“La astrología, una verdad basada en la evidencia”, de Sergio Ureta Barra. RIL Editores; 2017, Chile.
“El trabajo de Gauquelin. Una historia breve con fotografías”, artículo de Geoffrey Dean.
“Kepler y la Astrología”, Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, Universidad de Cambridge: http://www.sites.hps.cam.ac.uk/starry/keplerastrol.html