Los problemas medioambientales han traído con urgencia la necesidad de mitigar y de detener los daños que se producen como consecuencia de nuestras actividades diarias. Sin embargo algunas de las soluciones, que a simple vista resultan inofensivas, pueden ser muy perjudiciales para la salud, como es el caso de las ampolletas de ahorro energético, con riesgos gravísimos prácticamente desconocidos por las personas.
Alejandra Vidal De la Cerda
Aunque en nuestro país las ampolletas de más de 40 watts ya habían comenzado a ser eliminadas del mercado, a contar de este segundo semestre las bombillas de 25 watts o más también dejarán de venderse, según dispuso el Ministerio de Energía. ¿La razón? Reemplazar todas las ampolletas incandescentes o tradicionales por bombillas de ahorro de energía, más conocidas como lámparas fluorescentes compactas (LFC), luces LED o halógenas.
Así, Chile se sumaría a esta tendencia que tiene por fin aportar a la eficiencia energética dando de baja a las ampolletas incandescentes, realidad que países de la Unión Europea, Argentina, Canadá, Estados Unidos y México ya adoptaron.
A simple vista, esta es una muy buena noticia, no sólo porque al adquirir ampolletas por Diodos Emisores de Luz, LED por sus siglas en inglés (Light-Emitting Diode), lámparas compactas fluorescentes, LFC o halógenas se está ahorrando dinero debido a la mayor durabilidad que poseen, sino que también, por el supuesto aporte que hacen al cuidado del medioambiente.
“Numerosos científicos a nivel mundial han alertado sobre los peligros para la salud que las ampolletas de ahorro energético tienen. Muchos de estos riesgos son desconocidos por las personas.”
Según cifras del Ministerio de Energía, correspondientes al Manual de Etiquetado Energético, una ampolleta tradicional, versus una eficiente, que proporcionan “la misma luz” y que están prendidas cinco horas diarias, consumen 182.500 Wh para el caso de la primera, en contraste con 36.500 Wh para el caso de la segunda. Esto se traduce en un gasto anual de $13.747 pesos para las bombillas incandescentes, versus $2.749 pesos para las de ahorro energético.
El mismo documento señala que “las lámparas de bajo consumo duran ocho veces más (8.000 horas) que las ampolletas convencionales (1.000 horas). El gasto de ambas proyectado en 8.000 horas de uso es de: 20 W x 8.000 h. x $75,33/kWh= $12.052, versus 100 W x 8.000 h x $75,33/kWh= $60.264. El total son $48.212 ahorrados en la cuenta eléctrica más otros $2.940 por las siete ampolletas tradicionales que tendríamos que haber comprado, ya que éstas no suelen durar más de 1.000 horas”.
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No todo es tan increíble…
Numerosos científicos a nivel mundial han alertado sobre los peligros para la salud que las ampolletas de ahorro energético tienen. Pese a esto, muchos de estos riesgos y las precauciones básicas que se pueden adoptar para reducir los daños son desconocidos por las personas.
Junto a estas voces de alarma, han surgido investigaciones y datos que plantean que el desarrollo de las ampolletas eficientes no es más que una respuesta a un gran fraude: la obsolescencia programada, es decir, acortar la vida de los objetos para poder generar nuevos y así incentivar el consumo.
La bombilla de más de un siglo
Las bombillas incandescentes no siempre duraron tan poco, ya que en un comienzo su vida útil era mayor a las 1.000 horas que hoy posee.
Prueba de ello es la ampolleta de la estación de bomberos de Livermore, California, Estados Unidos, que desde 1901 está prendida, dando como resultado no sólo la obtención de un record Guinness, sino que también, un funcionamiento de 114 años y una vida útil de más de 1.000.000 horas, cifra que hasta junio de 2015 la ha posicionado como una atracción de la ciudad ante los ojos de los incrédulos.
Este ejemplo demuestra que si bien no todas las ampolletas incandescentes contaban con una vida tan larga, al menos su duración era mucho mayor que la actual, lo que evidencia que la llamada vida útil de este tipo de iluminación se puede incrementar. Es sólo cuestión de voluntad.
Pero, ¿por qué se bajó la vida útil de las ampolletas clásicas? La evidencia histórica señala que las ampolletas serían uno de los primeros objetos en ser víctimas de la obsolescencia programada. Mediante la creación de una organización compuesta por los mayores fabricantes de ampolletas del mundo, se buscaba controlar la producción de bombillas afectando, principalmente, su durabilidad.
Así la organización, llamada Phoebus, redujo la vida útil de las ampolletas de 15.000 horas a sólo 1.000 con el único fin de aumentar el consumo. Luego vendría el desarrollo de otro tipo de bombillas, apelando a la mayor eficiencia, durabilidad y ecología, lo cual tuvo una buena acogida por parte de la población pese a los daños que este tipo de luz esconde.
Luces que afectan la salud
Si consideramos que las ampolletas tradicionales tienen una vida útil de 1.000 horas, en contraste con las modernas que duran más, los detractores de las ampolletas incandescentes tienen el argumento perfecto para atacarlas, junto con señalar que su eficiencia es baja debido a que este tipo de iluminación convierte en luz visible alrededor del 15% de la energía que consume, trasformando el resto en calor.
“Las ampolletas incandescentes no ocupan mercurio y otros elementos tóxicos como sí lo hacen las LFC. Sus efectos pueden ser devastadores, y se pueden provocar simplemente porque una ampolleta LFC se rompa y su contenido se libere automáticamente.”
Sin embargo, este mismo calor que se desprende ayuda a templar las habitaciones y espacios más reducidos en invierno, contando además con otra ventaja no menor y que dice relación con su fabricación: las ampolletas incandescentes no ocupan mercurio y otros elementos tóxicos como sí lo hacen las LFC. Junto con esto, la luz que emiten las ampolletas tradicionales es más parecida a la natural, mientras que las eficientes producen otro tipo de luz que altera y daña la salud.
Si bien las LFC entregan un ahorro energético que va entre el 75% y 80%, un artículo publicado por el prestigioso periódico inglés, The Telegraph, evidenció el riesgo que conlleva su uso, dado que estas bombillas contienen sustancias químicas y tóxicas como fenol, naftaleno y estireno, las cuales se liberan una vez que las ampolletas se prenden. Ante esta situación la recomendación es no encenderlas durante períodos largos, sobre todo si están cercanas a la cabeza de alguien y en espacios sin ventilación.
El mismo periódico cita el estudio del profesor de Biología Abraham Haim, de la Universidad de Haifa, Israel, el cual plantea que las ampolletas eficientes pueden aumentar el cáncer de mama si se utilizan por la noche, dado que este producto emite una luz más azulada que la luz de día, lo que altera la producción de la hormona melatonina, que se activa en la oscuridad y protege contra el cáncer.
Este riesgo por si sólo ya es preocupante. Pero si hablamos de cómo eliminar estas ampolletas, el tema se vuelve aún más complejo, dado que por sus componentes sólo se pueden desechar en contenedores para residuos peligrosos. Pero, ¿cuánta gente que consume este tipo de bombillas sabe esto? Y ante esta interrogante surge la segunda derivada de este producto, que no es más que los daños al medioambiente que pueden generar si es que sus componentes entran en contacto con el agua, tierra u aire.
Basta con mencionar que si una LFC se rompe, hay que seguir una serie de indicaciones como ventilar la habitación por al menos 15 minutos. Luego hay que evitar ocupar elementos de limpieza como la aspiradora y utilizar guantes de goma para recoger los restos. Mientras se hace esto hay que evitar la creación e inhalación de polvo en el aire y apagar los calefactores y/o aire acondicionado.
“Las bombillas de bajo consumo emiten importantes radiaciones radioeléctricas, mientras que las bombillas incandescentes no emiten ninguna.”
Los deshechos deben ser puestos en una bolsa de plástico junto con todos los elementos que se utilizaron para recoger los restos, y ésta luego debe ser sellada y eliminada en contenedores de residuos peligrosos.
Sólo al describir este proceso se puede comprender lo dañino que resulta el material que compone las LFC. En el cuerpo humano, en tanto, los resultados son devastadores, y se pueden provocar simplemente porque una ampolleta LFC se rompa y su contenido se libere automáticamente. Por una situación tan común, la persona expuesta al mercurio pude tener daños en el cerebro, sistema nervioso, hígado, riñones, aparato cardiovascular y sistema reproductivo, entre otros, mientras que en los bebés el perjuicio es aún mayor, afectando gravemente el desarrollo de su cerebro como el del sistema nervioso.
El documental La mentira de las bombillas de bajo consumo es un ejemplo que muestra cómo algo tan simple como una ampolleta puede afectar la salud de una persona, en este caso, de un niño de cuatro años, quien al caerse una lámpara y romperse la ampolleta inhalo el aire ya contaminado por este material, lo cual perjudicó su salud rápidamente y lo dejó obligado a iniciar un programa de desintoxicación para remediar el daño causado.
Al respecto el Doctor Mario Faúndez, académico del Departamento de Farmacia de la Facultad de Química de la Pontificia Universidad Católica de Chile, explica que entre los daños que el mercurio elemental (Hg0) puede causar en una exposición aguda, está; “bronquitis corrosiva con fiebre, escalofríos y disnea, puede progresar a edema pulmonar y fibrosis pulmonar. En el sistema nervioso central puede provocar disturbios psiquiátricos, tremor, irritabilidad, pérdida de memoria, ansiedad y depresión”. En tanto, en el caso de una exposición crónica, aparece el síndrome vegetativo asténico (bocio, taquicardia, pulso débil, gingivitis, dermografismo, incremento de la [Hg] en la orina).
El mercurio, según el experto, puede causar la muerte en caso que se inhale 1 mg/m3, y añade que los bebés y niños se pueden ver afectados sobre 0,010 mg/m3 o sobre 0,005 mg/l medido en orina. “Los daños crónicos son fundamentalmente asociados al desarrollo del sistema nervioso central, tanto cognitivo como motor”, concluye.
Además del riesgo que implica para la salud el que los componentes se liberen, este tipo de ampolletas emiten radiaciones ultravioletas peligrosas en distancias cortas. Según la publicación española Discovery Salud, “existen serias sospechas de que esas radiaciones y su centelleo –producto de las altas frecuencias generadas- puede provocar migrañas, fatiga, confusión, vértigo, zumbido en los oídos, problemas en los ojos, náuseas e irritaciones de la piel además de agravar la sintomatología de las personas sensibles a los campos electromagnéticos. Que son cada vez más, por cierto”.
La misma publicación destaca que en julio del 2007 científicos y responsables de la organización española Arca Ibérica y miembros del Centro de investigación e información independiente sobre las radiaciones electromagnéticas (Centre de Recherche et d’Information Indépendantes sur les Rayonnements ElectroMagnétiques, CRIIREM) realizaron un estudio sobre las bombillas de bajo consumo conectándolas a tomas eléctricas habituales (230 voltios- 10 amperios- 50 hertzios). Los resultados demostraron que las bombillas cuando están encendidas emiten importantes radiaciones radioeléctricas, mientras que las bombillas incandescentes no emiten ninguna.
Debido a estas radiaciones la recomendación es a no estar a menos de 40 cm de las bombillas o, al menos, mantener siempre una distancia mínima de 30 cm.
Organizaciones como la Asociación de Dermatólogos Británicos también se manifestaron contraria a este tipo de luz y en su momento solicitaron al Gobierno que permitiese a quienes presentan problemas a la piel continuar usando las ampolletas clásicas. La Asociación de Acción de la Migraña (Migraine Action Association, MAA), también británica, afirmó por su parte que el parpadeo que tienen las LFC, aunque imperceptibles para la vista, genera reacciones neurológicas producto de este parpadeo, mientras que la ampolleta incandescente mantiene su luminosidad constante, lo cual no tiene consecuencias.
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Las ampolletas LED
Con efectos distintos pero no por eso menos graves se ofrecen en el mercado las luces LED. Fabricadas de materiales no tóxicos y reciclables, cuentan con una vida útil de 25 mil horas. También toda una promesa en cuanto a eficiencia energética.
Sin embargo, estudios científicos indican que la exposición continuada a la luz LED dañaría la visión, especialmente en el caso de quienes se están formando, vale decir, los niños. La gravedad de este asunto radica en que las luces LED están presentes no sólo en las ampolletas, sino que también en las pantallas de televisión, computadores, celulares, luces de freno y semáforos, por nombrar algunos ejemplos de cómo este tipo de iluminación está integrada en el día a día.
Al respecto la Agencia Nacional de Seguridad Sanitaria de los Alimentos, el Medio Ambiente y el Trabajo (ANSES) de Francia reconoció que la luz LED es un riesgo para la retina, dado que para obtener la luz blanca se junta un LED azul y un fósforo amarillo, provocándose una luz azul-violeta frente a la cual la retina es muy sensible, produciéndose una degeneración retiniana, disminución de la función visual e incluso ceguera, en algunos casos.
Al respecto el Dr. Jason Hsu, Cirujano Oftalmólogo y Director Médico del Centro Oftalmológico Novovision, explica que “la luz artificial causa daño a la visión, por los rayos UV que emite y por la luz azul de corta longitud de onda, que llegaría a la retina. Las fuentes de emisión de luz LED (pantalla, monitor, celular) emiten luz azul de corta longitud de onda, y son las más dañinas para la visión. El LED retroiluminado y las ampolletas incandescentes son las menos dañinas porque emiten menos radiación UV”.
Por ello el llamado es a utilizar como iluminación principal la luz natural o luz artificial de espectro completo o iluminación biológica, que es la única que no hace daño. La luz LED se recomienda sólo cuando es de baja potencia y como complemento, evitando siempre que llegue directamente a los ojos. Si es de alto brillo debe ser indirecta, es decir, que se refleje en la pared o en techos.
La alternativa
Ante esta realidad, y considerando que las ampolletas incandescentes pronto dejarán de existir en nuestro mercado, surgen las ampolletas halógenas como una alternativa.
Presentadas como una versión mejorada de las ampolletas incandescentes, resultan ser las más seguras y eficientes, sobre todo si la comparamos con su antecesora y con las otras opciones presentes en el mercado, dado que no contienen materiales tóxicos que afecten la salud y el medioambiente.
Y si se quiere bajar el consumo eléctrico y el gasto anual de ampolletas, más vale adoptar medidas cómo mantener apagados los artefactos eléctricos que no se ocupan y ocupar la luz cuando es realmente necesaria, porque los riesgos que conllevan utilizar ampolletas de ahorro energético pueden llegar a costar la vida.
El problema está en que las opciones que tendremos ahora, una vez que la medida del Gobierno entre en vigencia, serán cada vez menores. Y si bien, como se mencionó, las ampolletas halógenas consumen mucha más energía que las LFC o LED, los riesgos para la salud y el medioambiente a la larga son muchos menores.
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