La agroecología integra el conocimiento tradicional y los avances de la ecología y de la agronomía y brinda herramientas para diseñar sistemas que, basados en las interacciones de la biodiversidad, funcionan por sí mismos, sin requerir paquetes tecnológicos.
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La agroecología tiene el potencial para crear un sistema que vaya a la raíz del hambre y asegure la soberanía alimentaria. Esta disciplina potencia la agricultura de los pequeños productores del mundo que ocupan el 20% de la tierra, utilizan el 20% del agua y el 20% de la energía fósil y generan entre el 50 y 70% de los alimentos que comemos.
En contraposición, la agricultura industrial abarca el 80% de la tierra, explota el 80% del agua y el 80% de la energía fósil y sólo genera el 30% de comida, mientras el resto lo destina a biocombustibles, biofármacos, bioplásticos y forrajes. Es una agricultura muy ineficiente que provoca una huella ecológica enorme y está dominada por un sistema de capital global.
En esa línea, la agroecología debería considerarse como política de Estado, debido a que permite instaurar otro esquema que corte los circuitos hegemónicos entre productores y consumidores y actúe como bypass hacia un sistema alimentario local y justo.