El poder sanador del terapeuta es la fuerza magnética atractiva de su amor. Esa fuerza le conecta con su alma y genera las cualidades de la responsabilidad, la inclusividad y la participatividad.
Jorge Carvajal Posada
La primera clave del sanador, quien es un servidor, es atender, “to care”: cuidar. Atender y cuidar son exactamente lo mismo. Cuando yo te atiendo, te cuido, te abrazo, restauro tu ritual de desarrollo. Entonces soy el padre y la madre, el confesor, el amigo que tú necesitas. Te completo, me completas, nos completamos, en un proceso de intercambio sutil que nos hace más íntegros a los dos. En el instante mágico de la atención profunda, arde el fuego del amor al interior del templo del cuerpo. Se inicia la relación cuando nos prestamos atención, porque te presto el instrumento de mi cuerpo para que tú lo toques con tu voz y entre los dos produzcamos la música de la relación. Entonces, la intención terapéutica se carga con el potencial sanador del amor.
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Intención es fuerza magnética, móvil, amor en movimiento interior. Es la fuerza del motivo que mueve la relación terapéutica. En este proceso, lo primero es la atención. Se eliminan las tensiones (a-tensión), las expectativas y las programaciones que nos sacan del presente. La atención al otro nos lleva, por el olvido de nosotros, a experimentar la ausencia de resistencia, de tensión y de turbulencia interior. Cuando escuchamos de veras al otro, lo hacemos desde nuestro silencio, esa pausa interna en la que nuestra conciencia recibe la impresión de su necesidad. Es la impresión de una imagen total, que se convierte luego en una imagen terapéutica.
En la atención, centramos la conciencia. Con la intención le damos una dirección terapéutica. La primera, la atención, es un movimiento del amor pues atender es cuidar, servir, amar, morir al universo externo para renacer en un universo interior. La segunda, la intención, es un movimiento de la voluntad, que primitivamente es deseo y, en fases avanzadas, es buena voluntad y voluntad de bien. Con ella se da dirección, sentido y propósito a la corriente del amor. Cuando ambos, voluntad y amor, se unen a la inteligencia de una correcta relación, surge la comprensión. Y la comprensión es terapéutica pues es un amor con discernimiento, una capacidad de reconocer y dar respuesta a la necesidad del paciente. La comprensión amorosa es el mejor de los medicamentos.
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Así nos conocemos, nos reconocemos, resonamos e intercambiamos conciencia en un contexto de reciprocidad. No nos conocemos sólo por la voz, o por la mirada, sino por un proceso de integración que sucede en el orden implícito, tan real como invisible, en el que es posible experimentar la unidad.
Así conocemos detrás del lenguaje de los síntomas un sentido o significado, a la luz de la unidad. Ya el paciente no es un hígado o un corazón o una retina: Es un paisaje humano total, con sus claroscuros. En un código de lectura espiritual, nos reconocemos “desde adentro”, en pasado, en presente, en futuro, totales y sincrónicos. Como somos. Más allá de las máscaras, más allá del dolor, se revela la luz y el amor que se oculta en el símbolo del cuerpo.
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De ese conocimiento interior, una impresión profunda del alma, nace la sabiduría que enciende la capacidad de responder a la necesidad. Y servir es responder a la necesidad, poner el amor en movimiento, restaurar ese orden en que cada cosa puede ocupar el lugar que le corresponde. Servir es el móvil que mueve todos los motivos, un anhelo genuino del alma que da al fuego de la relación su luz y su calor sanador. Del más puro motivo del corazón surge la in-tensión, una tensión interior creativa que canaliza y da dirección a la energía depositada en la atención.
Atender es eliminar el ruido insustancial de la mente concreta, anclada a la inercia del automatismo y la memoria, para introducirse en el universo interior de la intención. En ese espacio sagrado de los más genuinos y puros motivos del corazón, tiene sus raíces el poder de sanar.
Fuente: Texto de Amor, vida y medicina, Anahata Ediciones.