Nuestra crisis actual es una crisis de percepción. La forma como percibimos el mundo determina nuestras acciones y el resultado de nuestras acciones determina el tipo de sociedad que conformamos.
Entonces, lo que existe hoy en Chile, y en todo el mundo, es una crisis de percepción de la realidad. Lo que consideramos “la realidad” no ha sido tal. Hemos visto la realidad de manera deformada y el resultado es una sociedad deforme, con profundos desequilibrios.
Esta crisis no es local, es global; y es un subciclo que comenzó sintomáticamente el año 2008 con la crisis sub prime en Estados Unidos, cuyo alcance es mundial y aún no termina.
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Es una crisis basada en valores equivocados, tales como la competencia, la supervivencia del más fuerte y, en definitiva, el individualismo; valores que a su vez derivan de una visión del mundo también equivocada, como suponer que somos producto del azar, en un mundo estrictamente material, regido por fuerzas físicas ciegas y sin propósito alguno.
Ya en educación media, cuando a uno le enseñaban lógica, se aprendía con claridad que de una premisa falsa se obtiene siempre un resultado falso.
Eso es lo que ha pasado con nuestra crisis social: nuestras premisas son falsas y dan origen a resultados erróneos. No importa cuánto dinero se inyecte en políticas sociales; la base misma de la sociedad es errónea, e insistir sobre la misma forma de ver las cosas dará siempre, a la larga o a la corta, los mismos resultados.
Esta Krisis, palabra griega para definir lo que nos aqueja, nos brinda una oportunidad histórica de grandes proporciones. Todas las posibilidades están abiertas, pero si miramos siempre para el lado equivocado, nunca tendremos buenos resultados.
Así es como aprenden los niños y así también es como aprendemos nosotros, niños frente a mundo y un universo que no comprendemos realmente cómo funciona.