Iván Andrés Santandreu
[layerslider id=»2″]
Era una pareja que parecía tener una enorme riqueza, aunque no supe cuánto dinero poseían. Parecían amarse profundamente. Su hijo pequeño daba sus primeros pasos sobre el pasto del parque que va por la Costanera Andrés Bello, en Providencia. El niño –que apenas sabía caminar- iba descalzo sobre el pasto mientras la brisa nos abrazaba a todos, en un día nublado no particularmente caluroso. Era una pareja joven: se veían relajados, alegres y compenetrados entre sí. Sin duda, eran personas poseedoras de gran riqueza: amaban a su hijo y se amaban entre ellos.
La primera vez que me topé con la pobreza fue en Farellones. Mi padre nos llevó cuando pequeños en un día domingo. En el estacionamiento del lugar, la gente botaba toda clase de basura al suelo; todos casi sin excepción ponían la radio de sus autos a un volumen que molestaba y mantenían las puertas de los autos abiertas permanentemente, dificultando el tránsito peatonal entre los autos, sin ninguna consideración por el resto de las personas. Me pareció gente pobre y recuerdo ese día como si fuera hoy.
Disfrutar del sol, de las hojas de los árboles, de la brisa de la primavera, el caminar descalzo sobre el pasto y un sinnúmero de situaciones que te hacen sentir pleno, constituyen la verdadera riqueza, no importa cuánto dinero tengas en el bolsillo o en tu cuenta bancaria.
La gente más pobre que he conocido se encuentra en East Hastings, Vancouver, Canadá. Me refiero a un país rico, con grandes beneficios sociales, en donde un sector entero de la ciudad elige llevar una vida de degradación física y moral que yo no había visto nunca antes.
El dinero es algo circunstancial, que va y viene y que, en cierto sentido, poseerlo o no poseerlo no depende necesariamente de uno. En cambio, la verdadera riqueza y verdadera pobreza dependen de nuestros actos, de cómo pensamos y de cómo nos conducimos por la vida. Nadie nos puede quitar la riqueza de un lugar limpio para vivir, por ejemplo. Eso solo depende de nosotros: es nuestro espacio íntimo. Elegir vivir en un lugar sucio solo revela nuestra pobreza interior.
Disfrutar del sol, de las hojas de los árboles, de la brisa de la primavera, el caminar descalzo sobre el pasto y un sinnúmero de situaciones que te hacen sentir pleno, constituyen la verdadera riqueza, no importa cuánto dinero tengas en el bolsillo o en tu cuenta bancaria.
Una de las condiciones para que afluya dinero a tu vida es poder dar y agradecer y quien no entrega algo de sí, no puede recibir. Y recibes porque tú ya eres rico interiormente y, por lo mismo, atraes magnéticamente los recursos que necesitas. Forma parte del querer es poder, del poder magnético de tu alma.
Nunca olvidaré la vez que vi a un mendigo botar las monedas de 10 pesos; únicamente se quedaba con las de mayor valor monetario. Su pobreza material era solo un reflejo de su falta de riqueza interior. Quien no agradece está impedido de recibir en la vida.
El dinero va y viene en la vida, pero tu verdadera riqueza nadie te la puede quitar. Nunca lo olvides.