La conciencia ecológica y la ecología profunda se hallan en abierta contradicción con la visión del mundo imperante en las sociedades tecnocrático-industriales que consideran que los seres humanos estamos aislados y separados y que debemos ejercer nuestro poder sobre el resto de la creación.
Bill Devall y George Sessions
El término «Ecología Profunda» fue acuñado por Arne Naess y se refiere a un enfoque profundo y espiritual sobre la naturaleza, el que se deriva de una apertura más sensitiva hacia nosotros mismos y hacia la vida que nos rodea. La esencia de la ecología profunda brota, pues, naturalmente, del hecho de preguntarnos en profundidad sobre la vida humana, la sociedad y la naturaleza.
La ecología profunda es mucho más que una aproximación fragmentaria a los problemas medioambientales, una aproximación que intenta articular una visión religiosa y filosófica comprehensiva sobre el mundo. Sus fundamentos hay que buscarlos en aquellas intuiciones y experiencias con respecto a nosotros mismos y a la naturaleza que surgen espontáneamente de la conciencia ecológica junto a ciertas visiones naturales sobre la política y la sociedad.
La mayor parte de sus temas de interés son los tópicos que han preocupado a la filosofía y a la religión de todos los tiempos. ¿Qué significa ser un individuo único? ¿Cómo puede el ser individual conservar y potenciar su singularidad sin dejar de participar en un sistema global en el que no existe discontinuidad entre el ser y el otro? Una perspectiva verdaderamente ecológica puede conducir a aquello que Theodore Roszac denomina «el despertar de una totalidad que es algo más que la suma de sus partes. El espíritu de tal disciplina es, pues, contemplativo y terapéutico.»
La conciencia ecológica y la ecología profunda se hallan en abierta contradicción con la visión del mundo imperante en las sociedades tecnocrático-industriales que consideran que los seres humanos estamos aislados y separados y que debemos ejercer nuestro poder sobre el resto de la creación. Esta visión del ser humano como una especie superior que se halla separada de la naturaleza es una manifestación de un patrón cultural que ha venido obsesionando a la cultura occidental desde hace miles de años, el concepto de «dominio»: el dominio de la humanidad sobre la naturaleza, de lo masculino sobre lo femenino, de los ricos y los poderosos sobre los pobres, y, en suma, de la cultura occidental sobre la cultura oriental.
La conciencia ecológica profunda, por su parte, nos permite ir más allá de estas ilusiones erróneas y peligrosas. Según la ecología profunda, el estudio de nuestro lugar en el planeta Tierra nos obliga a reconocernos como parte de una totalidad orgánica. Pero ir más allá de la estrecha visión científico-materialista de la realidad nos obliga a fundir sus aspectos materiales y espirituales. Los líderes intelectuales más destacados de la visión del mundo imperante han tendido a considerar a la religión como una «mera superstición» y, en consecuencia, han subrayado la subjetividad de las antiguas prácticas espirituales y de la iluminación. La conciencia ecológica profunda, por su parte, constituye la búsqueda de una conciencia y de un estado de ser más objetivo mediante un cuestionamiento activo profundo, un proceso meditativo y un estilo de vida.
En el contexto de las diferentes tradiciones espirituales -cristianismo, budismo, taoísmo e iglesia nativa americana, por ejemplo- son muchas las personas que se han planteado en profundidad estos interrogantes y que han cultivado la conciencia ecológica y, si bien estas tradiciones difieren en muchos aspectos, todas ellas coinciden, sin embargo, en lo que respecta a los principios fundamentales de la ecología profunda.
El filósofo australiano Warwick Fox ha expresado sucintamente que la intuición central de la ecología profunda «es la idea de que no podemos establecer ninguna división ontológica definitiva en el campo de la existencia. En la realidad no existe ninguna diferencia radical entre el dominio humano y el dominio no humano… mientras sigamos percibiendo este tipo de fronteras no alcanzaremos a comprender qué cosa es la conciencia ecológica profunda.»
A partir de esta intuición fundamental característica de la conciencia ecológica profunda, Arne Naess ha desarrollado dos «normas últimas» -dos intuiciones que no se derivan de ningún otro principio o intuición- a las que sólo puede accederse mediante un proceso de cuestionamiento que nos revela la importancia del nivel filosófico y religioso. Estas intuiciones, sin embargo, no pueden ser verificadas mediante la metodología de la ciencia moderna, basada en premisas mecanicistas y en una definición excesivamente estrecha de los datos. Se trata de «la autorrealización y la igualdad biocéntrica».
Autorrealización
La norma de la autorrealización propuesta por la ecología profunda está relacionada con las grandes tradiciones espirituales de la mayor parte de las religiones del mundo y trasciende la noción occidental moderna que define al ser como un ego aislado cuyo impulso primario estriba en la gratificación hedonista o en una idea muy limitada de salvación individual en esta vida o la siguiente. El crecimiento y el desarrollo espiritual comienza cuando dejamos de concebirnos y de vernos a nosotros mismos como egos aislados que se hallan en oposición y nos abrimos a la identificación con otros seres humanos, comenzando por nuestra propia familia y siguiendo con nuestros amigos hasta terminar abrazando a toda la especie humana. Sin embargo, la ecología profunda va un paso más allá de esta identificación con la humanidad y subraya también la necesidad de llegar a identificarse con el mundo no humano. Debemos, pues, aprender a mirar más allá de las creencias y presupuestos de nuestra sociedad contemporánea, más allá de la sabiduría convencional de nuestra época y lugar, y esto sólo puede lograrse mediante un proceso meditativo de cuestionamiento profundo. Sólo de este modo podremos alcanzar la plena madurez de nuestra personalidad y de nuestra singularidad.
Una sociedad nutricia y no dominante puede resultar sumamente útil en el «trabajo real» de llegar a convertirnos en personas íntegras. Este «trabajo real» puede ser definido simbólicamente como la realización del «ser en el Ser»(entendiendo por «Ser» la totalidad orgánica) y también podríamos resumir en una frase el proceso del pleno desarrollo del ser diciendo: «Yo no puedo salvarme mientras no lo hagan todos los individuos», (y entendiendo aquí por individuo no sólo al individuo humano sino -además de toda la humanidad- a las ballenas, los osos pardos, los ecosistemas de los bosques húmedos, las montañas, los ríos y el más diminuto de los miocrobios).
Igualdad biocéntrica
La intuición de la igualdad biocéntrica afirma que todas las cosas tienen el mismo derecho a vivir, crecer y alcanzar sus propias formas individuales de expresión y autorrealización dentro del marco superior de la Autorrealización. Esta intuición básica se resume en la idea de que todos los organismos y entidades que pueblan la ecosfera participan de la misma totalidad interrelacionada y que, por consiguiente, tienen el mismo valor intrínseco.
Este concepto de igualdad biocéntrica está estrechamente relacionado con la noción de Autorrealización omni-inclusiva en el sentido de que, si dañamos a la naturaleza, en realidad nos estamos dañando a nosotros mismos. Desde este punto de vista, todo está interrelacionado y no existe frontera alguna. Pero, en la medida en que percibimos las cosas en tanto que entidades u organismos individuales, esta intuición nos conduce a respetar a todos los individuos -humanos y no humanos – como parte de la totalidad sin sentir la necesidad de establecer un orden jerárquico entre las distintas especies que se halle coronado por el ser humano.
Las implicaciones prácticas de esta intuición, o de esta norma, nos invitan a vivir causando el menor impacto posible sobre las otras especies y sobre el planeta en general. Entonces veremos otro de los aspectos de este principio fundamental: simple en medios y rico en objetivos.
En tanto que individuos y comunidades humanas tenemos necesidades vitales que van mucho más allá de la satisfacción de nuestras necesidades básicas -como el alimento y el abrigo, por ejemplo- necesidades entre las que se incluyen también el amor, el juego, la expresión creativa, la relación con un determinado paisaje (o con el conjunto de la naturaleza), la relación íntima con los demás seres humanos y la necesidad vital del desarrollo espiritual para llegar a devenir seres humanos maduros.
Es muy probable que nuestras necesidades vitales materiales sean mucho menores de lo que generalmente creemos. La abrumadora publicidad de las sociedades tecnocrático-industriales alimenta falsas necesidades y deseos destructivos que sólo sirven para aumentar la productividad y el consumo, lo cual, de hecho, no hace sino impedirnos afrontar de manera directa, objetiva y desde el principio, la necesidad de llevar a cabo un «trabajo real» de crecimiento y maduración espiritual.
La mayor parte de las personas no se sienten partícipes de las ideas propugnadas por la ecología profunda, pero reconocen, sin embargo, nuestra necesidad vital – y, en realidad, la necesidad vital que tiene toda forma de vida- de vivir en un entorno natural de calidad, generando la menor cantidad posible de residuos tóxicos, evitando la contaminación nuclear, el smog y la lluvia ácida y manteniendo los suficientes bosques como para poder permanecer en contacto con nuestras fuentes, con los ritmos naturales y con el flujo del tiempo y el espacio.
Las normas últimas propuestas por la ecología profunda se apoyan en una visión de la naturaleza, de la realidad y del lugar que ocupamos como individuos (múltiples en la unidad) en el esquema global de las cosas. Dichos principios no pueden ser abordados de un modo meramente intelectual, sino que tan sólo pueden ser aprehendidos experiencialmente. El cuadro que presentamos a continuación resume la diferencia existente entre la visión del mundo predominante en nuestra sociedad y la visión que nos propone la ecología profunda.
Texto de Trascender el ego. Kairós.